Álvaro Morales Aguilar
1. Entre El Parral y Temuco
Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, quien suplantó su inmejorable bautizo por el simplote de Pablo Neruda, data de 1904 y arribó al mundo en El Parral, lugar lluvioso y frío del sur de Chile. Su padre fue maquinista de tren y su madre una mujer también sencilla, Rosa Basoalto. Aún muy niño el futuro poeta, la familia se mudó a Temuco, centro provincial, donde enviudó su progenitor casándose otra vez con Trinidad Marverde, a quien el poeta denomina, con una ternura desgarradora, “mamadre”, en su libro Memorial de Isla Negra, que es su autobiografía poética, prolongada un poco más, en cuanto a su niñez, en Yo soy, en la última parte del Canto General:
“Oh dulce mamadre
nunca podré decir madrastra-
ahora mi boca tiembla al definirte,
porque apenas abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más sutil:
la del agua y la harina
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro de la casa
y tu humildad oblicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido repartiendo
un río de diamantes”.
Por su padre, José del Carmen Reyes, ese “pobre padre duro, capitán de su tren que estaba en el eje de la vida y (era) la viril amistad, la copa llena (cuya) vida fue rápida milicia entre su madrugar y sus caminos”, por su madrastra y las duras condiciones de vida de su familia y de los trabajadores chilenos explotados, el poeta de El Parral supo lo que era la lucha contra la miseria, más adelante uno de los ingredientes del humus del cual se amamantó el fornido roble de su poesía social y política.
Y es al respecto de las motivaciones del viraje del poeta austral hacia lo político social que quiero insistir, porque si bien nos asombró con la nueva propuesta lírica que instauró en América Latina y en Europa para decir el amor y las emociones del alma, también lo hizo con el deslumbrante lirismo épico de su poesía articulada a la bárbara y violenta historia padecida por nuestras culturas y civilizaciones ancestrales, y a la condición y lucha de los que el filósofo alemán Walter Banjamin denominó los “reventados de la historia”. Esto así, señalemos entonces que el nuevo giro poético comentado tuvo pie en 1936, cuando la Guerra Civil Española, turbulencia que atrapó al poeta en los momentos en que hizo de cónsul, bajo el desempeño de una paisana suya, también poeta de nombradía, Lucila Godoy Alcayaga, quien asimismo traspapeló su sonoro bautizo por el insulso de Gabriela Mistral, representante en España de su matria chilena como embajadora, ocasión en que, dado el dramatismo bélico y la atrocidad del instante, podemos asegurar que se desperezaron en el alma del poeta las adormidas pulsiones de justicia, equidad, respeto y amor por los seres humanos y por la libertad, urgiéndolo a tomar partido en ese conflicto con la consecuente destitución de su cargo.
En verdad, aquella dura experiencia lo indujo a inventar un novedoso lenguaje poético bastante distinto del que lucen sus lejanas obras anteriores (Crepusculario o el hondero entusiasta (1920-23), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1923-4), La tentativa del hombre infinito (1925), El habitante y su esperanza (1926) y otras más cercanas a España en el corazón y el Canto General, dos vástagos traídos al mundo en un parto triunfal después de ser gestados con palabras alucinantes que ya no se engolosinan en nombrar, por ejemplo, esa naturaleza de presencia avasallante en la poética del parraleño: lilas, amapolas, la lluvia, los pájaros, el mar, los ríos, las flores, sino en decir los hechos terribles padecidos en España, Europa y América Latina, ésta una parte del mundo macartizada como subdesarrollada, en un intento hipócrita de las grandes potencias de ocultar que tal situación es el resultado del hecho de ser dependientes de la voracidad de las mismas.
Y fue tal su toma de partido y el cambio de gesto de su responsabilidad moral y estética de nominar de otra manera las impactantes experiencias de la irracionalidad humana al servicio de la guerra, la destrucción, la muerte, el hambre y la miseria de las víctimas, que el poeta de se vio urgido y obligado a darle esta honesta, obsedida y doliente respuesta a su fanaticada popular e ilustrada:
“Preguntaréis ¿por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
¡Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles¡
2. El Poeta a quien la Guerra le puso otros Ojos
Dijérase que el poeta políticamente consecuente con quienes entonces y aún han acusado y acusan atropellos, injusticias y destrucción (personas, comunidades, la naturaleza, el planeta) vitalizó su postura mediante un proceso con hondas raíces en su niñez, proteinizadas y vitamninadas luego de sus vivencias en España, coligiéndose esto último de los siguientes hechos: una vez despojado de su cargo diplomático, viajó a París en donde codo a codo y corazón a corazón con ese otro coloso de nuestra poesía, César Vallejo, su antecesor vanguardista, colaboró con el Comité de Ayuda a la República. Y vuelto a su Chile uteral, respaldó con su prestigio a Pedro Aguirre Cerda, aspirante a la presidencia de la república como candidato del llamado Frente Popular, cuyo triunfo lo hizo regresar a París prosiguiendo allí su tarea solidaria de protección y ayuda de los refugiados españoles simpatizantes y defensores de la República. Entre 1940 y 45 representó a Chile como cónsul en México, ya cuando su célebre Canto de amor a Stalingrado era vox populi no sólo entre los intelectuales sino también, y sobre todo, entre las masas proletarias y estudiantiles latinoamericanas conmocionadas por los estragos de la segunda guerra mundial que enlutaba el planeta y sometía a Europa y a las sociedades estigmatizadas peyorativamente como tercermundistas en vez de llamarlas dependientes del neocolonialismo capitalista.
Obligado es insistir en lo aleccionador, por lo paradójico, que resultó el hecho de que fueron las dramáticas experiencias padecidas fuera de su matria natal y continental las que originaron en el poeta de El Parral la metamorfosis lírico-política de su voz poética, tal como él mismo lo confiesa en su poema Tal vez cambié desde entonces, inserto en el Memorial de Isla Negra: “A mi patria llegué con otros ojos / otros ojos quemados por la hoguera, salpicados / por el llanto mío y la sangre de los otros, / y comencé a mirar más bajo, / más al fondo inclemente / de las asociaciones. La verdad / que antes no despegaba de su cielo / como una estrella fue / se convirtió en campana, / oí que me llamaba / y que se congregaban otros hombres, / al llamado. De pronto / las banderas de América amarillas, azules y plateadas, / con sol, estrella y amaranto y oro / dejaron a mi vista / territorios desnudos, / pobres gentes de campos y caminos, / labriegos asustados, indios muertos / a caballo, mirando ya sin ojos, / y luego el boquerón infernal de las minas / con el carbón, el cobre y el hombre desvastados, / pero eso no era todo / en las repúblicas, / sino algo sin piedad, sin amasijo: / arriba un galopante, un frío soberbio / con todas sus medallas / y manchado en los martirios / o bien en los caballeros en el Club / con vaivén discursivo entre las alas / de la vida dichosa, / mientras el pobre ángel oscuro, el pobre remendado, / de piedra en piedra andaba y anda aún / descalzo y con poco que comer / que nadie sabe como sobrevive”.
La Nueva Mirada del Poeta con sus Ojos Nuevos
Los ojos de estreno del poeta chileno son una adecuada metáfora que da cuenta del cambio cualitativo de su mente, pensamiento y poesía, que haciendo de armadillos invertidos cavaron y cavaron desde el fondo penumbroso de la vida diaria de Latinoamérica en afanosa prosecución de luz, de descubrir la oculta verdad de su vida económica, social y política dominada y deformada por efectos del neocolonialismo capitalista y de la existencia de gobiernos y gobernadores venales obsequiosos, obedientes y serviles, pero también de un conglomerado de trabajadores, obreros, estudiantes, amas de casa, intelectuales, etcétera, que luchaban con la dignidad en ristre contra la humillación, las persecuciones, las torturas y la muerte, en aras de la liberación que es, al decir de Tomás Mann, “el rescate de la libertad en la servidumbre”. Y fue precisamente con estos ojos nuevos, transmutados en manos prodigiosas, como el hijo de José del Carmen Reyes, de Rosa Basoalto más Trinidad Marverde, escribió España en el corazón y el Canto General de Chile, obras monumentales y huevos germinales de su poesía épico-política, siendo el segundo un espejo con vidrios de crisocal que refleja con fidelidad su militancia partidista una vez que en 1943, después de su regreso de México, fue elegido senador con el respaldo de las atropelladas comunidades mineras del norte de Chile, e ingresó al partido comunista de su país.
Pero el año 1946 resultó aciago para el poeta parraleño, pues habiendo apoyado a González Videla para la presidencia, a la cual éste accedió gracias a la coalisión entre liberales y comunistas anti-fascistas, el elegido dio una insólita vuelta de tuerca hacia el anticomunismo virulento a causa de la llamada guerra fría, motivo suficiente para que el poeta lo acusara en el periódico caraqueño El Universal, haciéndose acreedor a que el gobierno dictara en contra suya orden de captura, hecho que lo obligó a huir del país hacia Argentina en 1949, trasteándose después a Europa y a la Unión Soviética y residenciándose finalmente en México, en donde publicó su famoso y perenne Canto General, festejado como un suceso trascendental en la vida político-poética latinoamericana, por parte de los trabajadores, obreros, estudiantes e intelectuales no sólo de América Latina sino también de Europa, en especial por los españoles.
Grandeza del Canto General
Bien cierto es que al Canto General le caben algunos reparos concernientes a la visión superficial de su autor al respecto de la historia latinoamericana, a veces en contravía de las lúcidas apreciaciones de los historiadores y sociólogos de izquierda y marxistas de su momento, a la baja “tensión poética” de algunos de sus trozos, a “los largos trechos de insultos triviales a personajes a veces olvidados” y al hecho de que el poeta insista en el paisaje, en la “viejas razas y los libertadores (y) en algunas dispersas figuras actuales de campesinos, mineros y luchadores heroicos, así como (en) los grandes figurones de los tiranos políticos” (todos ellos de su momento, A.M.A), con descuido de la problemática de las grandes metrópolis habitadas por millones de personas en medio de “extensiones casi vacías”, glosas todas estas que no le mezquinan, con todo, la validez a la semántica social, política y poética a la obra en mención.
Terminemos diciendo, pues, que el Canto general, con las 15 partes que lo integran es un majestuoso monumento poético-político gestado en el caldo de cultivo del compromiso político de un real y verdadero poeta sin parangón en Latinoamérica, conmocionado por el espanto de la guerra, la miseria y la explotación, que se adhiere como lo asegura J. M. Valverde desde su individualidad, pertrechado con un asombroso lirismo a “una causa de ética colectiva a la que su carácter y sensibilidad no le habían llevado espontáneamente desde el principio”, reconociendo este autor que “tal vez el supremo valor poético del Neruda “comprometido” esté en su esfuerzo por sacrificarse poniendo su voz al servicio de un ideal común, siendo así que esa voz, en el fondo, nunca deja de ser la de un solitario contemplador del mundo casi vacío, que le escalofría el alma con sacudidas atmosféricas de fatídicos nublados”