En 1986, la selección argentina que dirigía Carlos Bilardo salió campeona del mundo tras un proceso que inició en 1983 y que estuvo en entredicho desde los primeros partidos hasta el mediodía del torneo consagratorio. En caliente y en retrospectiva, además ayudado por la voz vanidosa del propio Bilardo, la narrativa que se instaló del porqué del cambio y del éxito del equipo es la de que la modificación del sistema, del 4-3-1-2 al 3-5-1-1, a mitad del Mundial fue la chispa que desencadenó todo. Bilardo lo explicó mil veces: aquello era la vanguardia, el sistema del futuro, una revolución.

Había verdad, al menos en lo primero. Argentina había sido el primer campeón del mundo con una defensa de tres centrales desde Alemania en 1954. Se trató de un quiebre con el pasado. Y no solo eso: también había amistad con el presente y el futuro inmediato, puesto que el subcampeón de ese año, Alemania, también jugaba con un sistema similar, y la final, con los mismos sistemas, se reeditaría cuatro años después en Italia 90′, un torneo en el que diez de los dieciséis equipos de octavos de final también usaban ese esquema. Sin embargo, aquello se revertería en la edición siguiente y solo Brasil, en 2002, volvería a ganar la competición jugando así.

Treinta y cinco años después de aquel Mundial de México, los sistemas con defensas de tres centrales vuelven a estar no solo en boga, sino que se reconocen en lo mediático como la última sofisticación táctica que se ha presentado. Es el que practicaron la mayoría de selecciones en la Eurocopa, el que usó el Chelsea campeón de la más reciente Champions League, el que usa la sensacional Atalanta de Gasperini, uno que suele usar el Manchester City de Guardiola y un sinfín más de equipos de élite.

Con la Eurocopa, la notoriedad de la tendencia la convirtió en tema de conversación, con lo que no tardó en iniciarse una reivindicación a Bilardo y su 3-5-1-1 en redes sociales, artículos periodísticos y tertulias y transmisiones televisivas. Finalmente, el tiempo había dado la razón a Bilardo, decían. No obstante, las razones que llevaron al argentino a aplicar el 3-5-1-1 en lugar del 4-3-1-2 y a defender las cualidades futurísticas del sistema son distintas, cuando no contrarias, a las que hoy llevan a los equipos a soluciones, al menos en el papel, parecidas.

¿Cuáles eran esas razones? Por un lado, a finales de la década de 1970, la mayoría de equipos jugaba con alguna versión del 4-3-3, por lo que para aquellos que jugaban con defensa líbero tenía sentido tener a otros tres marcadores en la zaga para ocuparse de los tres atacantes. Cuando los equipos comenzaron a mutar a delanteras de solo dos jugadores, sobraba un defensa. Bilardo, acérrimo creyente en la combinación de líbero y stopper, un poco a contracultura, entendió que contra dos delanteros debía jugar con tres defensores solamente, un líbero y dos stoppers que tenían un comportamiento a medio camino entre el stopper original (el defensa central que jugaba en pareja con el líbero por el centro de la defensa) y los marcadores de punta (los defensores laterales que se encargaban anteriormente de los extremos rivales), por lo que se los podía ver subiendo al ataque y doblando a jugadores ofensivos por los carriles exteriores.

Por otro, Bilardo entendía dos cosas sobre el presente y el futuro del fútbol de su época: una, que el mediocampo era la zona más importante del terreno de juego, por lo que quitando jugadores del ataque y de la defensa para sumarlos al centro del campo dotaba a su equipo de ventajas y fortalezas justo donde más importaba. Lo segundo era que el paradigma de juego en relación a cómo se debía ocupar la cancha cada vez daba un valor mayor no a las posiciones fijas de los jugadores sino a su llegada a espacios vacíos o vaciados. Era el “no estar para llegar” como principio. Por ello, Bilardo vaciaba el tercio ofensivo de jugadores que esperasen ahí y lo llenaba luego con jugadores que venían desde atrás.

En la práctica, el sistema nuevo le permitía a Bilardo tener no uno sino dos o más jugadores en el mediocampo. Cambiaba a los marcadores de punta del 4-3-3 o el 4-3-1-2 por aquellos a los que llamó laterales-volantes, una posición innovadora que incorporaba a dos jugadores al mediocampo que partían de las zonas exteriores, dejando vacía esa zona en la línea defensiva, y que tenían un comportamiento de volantes interiores en lugar de uno de extremo o extremos retrasados, teniendo libertad para moverse hacia los carriles centrales del campo o seguir por el exterior indistintamente. Luego, tenían la responsabilidad de cubrir la zona de los marcadores de punta en conjunto con los stoppers, en los casos que se necesitase, formando en un momento dado una defensa de cuatro o de cinco. El nuevo fútbol era eso: flexibilidad.

Al contrario, los sistemas actuales de tres centrales han reflotado por los siguientes motivos: el primero, el énfasis sin semejanza en la historia táctica en la fase de salida de balón desde atrás que invita a los entrenadores a construir estructuras refinadas para ese momento del juego, que suelen involucrar a muchos jugadores y que como máxima suelen buscar superioridad numérica versus el número de atacantes que presionan, lo que tiende a significar que tres jugadores se pongan en esa primera altura. Luego, el paradigma del juego ha dado un vuelco inesperado y en lugar del “no estar para llegar” lo que ahora se privilegia es fijar jugadores por delante de las líneas de presión con dos objetivos: tener referencias para los pasadores que les permitan romper esas líneas y fijar también con su posición a los defensores de la línea siguiente en posiciones ventajosas para el ataque propio.

Esto ha llevado a un también inesperado renacer de las delanteras de cinco o seis jugadores que se habían considerado obsoletas en los años de la posguerra, con el fin de tener referencias en cada uno de los cinco carriles del campo, poder fijar a todos los defensas del rival y tener superioridad numérica frente a la defensa contraria (por ejemplo, los goles de Alemania a Portugal en la Eurocopa).

Esas dos obsesiones tácticas de hoy han llevado a que los equipos tengan una manifiesta inclinación a, cuando tienen el balón, formarse en un 2-3-5 o un 3-2-5, sin importar cuál es el sistema base del que se desprende el equipo (4-3-3, 4-2-3-1, 4-4-2, etc). Y claro, si el objetivo es con balón atacar con esa estructura, los sistemas de tres centrales reducen y simplifican el número de movimientos que el equipo debe realizar para transitar entre una estructura y otra. De partida sales ya con al menos tres en esa primera línea y con el solo adelantamiento de los jugadores exteriores hacia la última línea ya compones un ataque de cinco jugadores en el caso de los 3-4-3 (o que tiendan a ese sistema, como el 3-4-2-1 o el 3-4-1-2).

Asimismo, para defenderse de ese tipo de ataques, el retroceso de los exteriores hacia la línea defensiva llena todo el ancho de la zaga, igualando en números a la ofensiva del otro equipo.

Es decir, que la defensa de tres en realidad se da no porque los rivales tengan menos delanteros que antes sino porque tienen más; no para llenar el mediocampo sino para llenar fácilmente las líneas defensivas y ofensivas para cada momento; y no para atacar llegando a espacios vacíos sino para hacerlo con un gran número de jugadores fijando su posición en la línea ofensiva mientras se tiene también superioridad numérica en la salida desde atrás.

No se trata entonces una reivindicación del invento de Bilardo, cuyo mérito por sí mismo tampoco la necesita, sino de un traje nuevo, a la medida de su época. En tres décadas el fútbol da tantas vueltas  que puede parecer que ha llegado al mismo lugar, aunque esté vestido diferente.

Por @10kundera

nota del autor: el 3 de agosto inicia el nivel I del curso online de comunicación y análisis táctico de fútbol. Todavía queda algún cupo. Para más información, el mail es [email protected]

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