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Eduardo Galeano: la narración histórica como acto ético de justicia

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Camilo García

En sus libros y narraciones históricas como Espejos, Memorias del fuego o Los hijos de los días, Eduardo Galeano se propone no solo ofrecernos un conocimiento sobre un conjunto de sucesos y personajes significativos de la historia sino también y sobre todo hacerles justicia. Justicia que consiste en restarle el valor humano a los personajes del poder que han cometido actos injustos y en contraposición darle ese valor a quienes, ignorados y desconocidos, han forjado bienes valiosos para sí mismos y para los demás. En efecto, muchos personajes poderosos pierden valor y calidad humana, que es el único valor importante, relatándonos las acciones injustas que cometieron. Así por ejemplo la reina Isabel la católica de España fundó la unidad del Estado español al apoderarse de Granada, el último bastión musulmán que quedaba en su territorio y patrocinó el viaje de Colón a las indias cometió, sin embargo, un acto profundamente injusto: el de expulsar a los judíos y musulmanes del país; privando al país de importantes médicos, científicos, comerciantes y artesanos, y sobre todo instaurando un orden de intolerancia religiosa que no había existido antes. O el de Julio César, genial estratega militar que, sin embargo, usó ese genio para conquistar las Galias y preparar así el camino para la formación del imperio romano, proclamándose además dictador vitalicio. Actos injustos porque contribuyeron a destruir el orden republicano y organizar de manera sistemática la opresión política de muchos otros pueblos europeos de la época.

Galeano se propuso además hacerle justicia a colectivos humanos ignorados, desconocidos u olvidados que tuvieron el mérito de ser gérmenes originales de algo valioso. Por ejemplo los africanos que crearon a ritmo de la música un conjunto de hermosas esculturas que sirvieron de inspiración para los forjadores europeos del arte moderno como Gaughin, Picasso o Modigliani. Artistas que se apropiaron de las formas de estas esculturas sin reconocerlo en toda su dimensión. Y al hacerlo así cometieron un acto de injusticia que Galeano pretende reparar u subsanar constatándolo en su relato.

Sin embargo, el mayor acto de justicia que llevó a cabo con sus narraciones históricas fue el de poner de relieve en un primer plano las enormes injusticias que sufrieron los pueblos indígenas americanos y millones africanos desde la conquista española en su conocido y clásico libro Las venas abiertas de América Latina. Injusticias que consistieron en el despojo que hicieron los españoles y portugueses de las tierras y riquezas naturales de esos pueblos originarios, en el despojo a la libertad que hicieron los mercaderes europeas con la aprobación de la corona española y portuguesa de millones de africanos al convertirlos en esclavos que vendieron como mercancías en las principales plazas del continente, y sobre todo en el despojo que hicieron del valor de sus fuerzas de trabajo –explotación de su trabajo- durante todo el periodo colonial los dueños europeos o de origen europeo de las minas de oro y plata y de las plantaciones de azúcar, cacao, algodón, etc; despojo que completaron y remataron poniéndolos a trabajar en condiciones muchas veces infrahumanas que les deterioró rápidamente su salud y les redujo el tiempo de sus vidas adoloridas y deshechas. Despojo que continuaron después que estos pueblos obtuvieron su independencia política de la corona española a comienzos del siglo XIX las compañías transnacionales inglesas y norteamericanas.

Estos pueblos trabajadores latinoamericanos tienen, entonces, un doble valor: el de, por un lado, haber generado con el desempeño de su fuerza de trabajo una inmensa riqueza económica que sirvió para acelerar el proceso de acumulación originaria de capital en Europa y financiar la constitución de muchas empresas industriales en Inglaterra, y por otro lado, el de haber sido víctimas de esa sistemática explotación económica. Hecho paradójico y ciertamente no deseable, pero que, sin embargo, es uno de los más significativos de la existencia humana: el valor de la vida de los que sufren injusticias por obra de otros crece en proporción al tamaño y la dimensión de esas injusticias; y por lo contrario, los que las cometen pierden valor como seres humanos en proporción directa al tamaño y al número de esas acciones injustas que realizan. Por esta razón estos pueblos americanos poseen este doble gran valor que los convirtió en exponentes humanos superiores a los que los explotaron durante tanto tiempo.

Walter Benjamin sostuvo que el acto de recordar a quienes en el pasado fueron víctimas de injusticias es una manera éticamente muy valiosa de repararlas porque al recordar sus nombres, sus rostros y sus vidas, “reviven” en la mente o el espíritu de los que los recuerdan.  Pero para poderlos recordar se requiere que previamente los historiadores hayan constatado y reconocido la existencia real de las víctimas de esas injusticias. Por eso Galeano con su libro histórico sobre América latina no solo hizo justicia a sus pueblos mostrando y relatando las injusticias que sufrieron en el pasado sino también abrió la posibilidad para que todos los que lo lean o se enteren de su contenido, hoy y mañana, los recuerden como las víctimas llenas de valor que fueron, y así refuercen y renueven ese acto ético de justicia que necesitan y se merecen con creces.

La obra histórica de Eduardo Galeano tiene, entonces, este valor ético excepcional al elevar o convertir la justicia en el eje imprescindible para poder narrar y comprender el verdadero y profundo significado humano de los hechos y sucesos de la historia; y así para poder ver la historia de acuerdo a lo que en realidad constituye el centro, el principio y el fin, de su existencia, el ser humano.

 

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