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Sobre la firmeza en la lucha

Leidy De Ávila Castro

La pregunta por la permanencia del hombre en la tierra ha pasado a ser un asunto de segunda mano; lo realmente importante hasta este punto parecen ser las ventajas y privilegios que unos tienen sobre otros, justificadas a partir de las diferencias legitimadas en prácticas y discursos que siguen igual o más arraigadas que antes. Me pregunto con rabia sobre por qué dudar en que este tipo de situaciones puedan ser de otra manera, por qué dudar sobre un definitivo y real cambio en las dinámicas de las que hemos venido siendo testigos y en el peor de los casos, víctimas directas; y no quiero darme respuestas, no creo que las tenga además -sería como tratar de tomar con mis manos una ráfaga de aire-, viendo que el impulso de unos pocos por tratar de cambiar ciertas cosas, quedan en eso: en un impulso, y si por X o Y motivo trasciende, queda resonando en la mente por muy poco tiempo, y luego, la realidad se sigue mostrando igual e inmutable.

Sería justo entonces reprocharme lo que he dicho en el párrafo anterior, teniendo en cuenta que me estoy formando dentro de las Ciencias Humanas, y se asume que desde esa posición y con mis ideas, debo aportar o incidir en un cambio –cosa que efectivamente hago desde mi pequeña esfera-. Sería justo también que muchos me condenaran por pesimista, por tomar una posición cerrada frente a muchas cosas que se han venido haciendo en diversos espacios en busca de intentar cambiar mentalidades, por no darles crédito a todas esas ambiciones que buscan mejorar la humanidad, por perder la pelea antes de empezarla, por ni siquiera proponer solución alguna frente a tanta realidad escabrosa que se nos presenta frente a las narices, y sobre todo, por hacer parte de un grupo de investigación -que de una u otra forma lo que busca es una sincera negociación apuntando a cambios- y de repente salir con esto. Y aun así, asumo la responsabilidad de las palabras que escribo, y no temo hacerlo, porque he visto (al igual que muchas otras personas) incontables muertes simbólicas -porque considero una muerte el simple hecho de anular al otro-, ya sea por su color de piel, por su inclinación sexual, por su condición de mujer, por su condición de pobre, por no tener la posibilidades de estudio, ni de ningún tipo. Y para mí, ante todo esto, se pierde cualquier arma discursiva, cualquier posibilidad de esperanza en la medida en que se siguen reproduciendo las mismas atrocidades.

En ocasiones lamento esa llamada condición del ser humano, porque se muestra miserable en su mayoría y produce una profunda sensación de asco. Pienso por ejemplo en las palabras de Fanon en Piel negra, máscaras blancas, cuando se refiere a que hay ciertas cosas que sería bueno que se dijeran en relación con la verdadera condición del hombre negro, pero que para decirlas ya no es necesario gritarlas, ya no tiene sentido; se trata de una invitación a jugar de otro modo, despojándose de las armas, de la agresividad y la lucha a muerte que aparentemente sí combatiría el problema, para así hablar desde la calma, desde la serenidad, deseando que en algún momento la intención de las palabras se incube en millones de mentes para finalmente lograr algo. Su idea de dirigirse hacia un nuevo humanismo implica, antes que cualquier otra cosa; amor y comprensión. Un amor y una comprensión que está delimitada desde que surge de las más confusas entrañas, que sabe de fronteras y que en el mejor de los casos, ya no posee su verdadera esencia.

La preocupación porque el hombre negro se encuentre encerrado en su propio color no es inocua: no cumplir desde que naces con los parámetros establecidos –blanco, europeo, masculino, heterosexual, letrado- para ser considerado una persona con todos sus derechos básicos, es un modo contundente de acabar de inmediato con el otro. Y resulta muy triste todo lo que se desprende luego de esto; el simple derecho de la identidad que se le es arrebatado sin aun conocer el primer rayo de luz, desembocar en que siendo negro, su condición por regla de tres simple era la de ser menos que una bestia, y por ende, ser sometido a todo tipo de sufrimiento sin la más mínima consideración: una marca impuesta por el “destino” y que se llevaba cínicamente en la sangre. Es también la anulación de cualquier deseo o posibilidad de sentirse en un espacio en el que necesitara saber quién era, para qué arribó al mundo, por qué se encontraba en las condiciones en las que estaba, de saber no sólo quién era en relación con el otro sino también por qué esa relación lo ponía en tanta desventaja.

La tarea de manipular la mente a través de discursos y prácticas con el propósito de mantener al hombre negro esclavizado en su posición de ser inferior y así finalizar en esa monstruosa maquinaria de poder, fue un arma excesivamente poderosa y de doble filo; poderosa por todo lo que he venido mencionando hasta el momento, y de doble filo porque no sólo logró mantener al hombre negro en el lugar que supuestamente le correspondía sino que también consiguió que éste interiorizara y naturalizara de una manera profunda ese estado de inferioridad y esclavitud que se le había impuesto sin su consentimiento. Circunstancias que en la actualidad nos pesan de una u otra forma; viendo por ejemplo ciertas dinámicas en que los indígenas o afrodescendientes asumen de una forma natural su título como una escarapela que ha estado ahí de forma espontánea para acceder a privilegios y derechos que por ley natural les pertenecen… Es lo que María Eugenia Cháves dice en cuanto a que esas formas de saber establecieron las pautas que hasta hoy gobiernan la forma en que pensamos el mundo y a nosotros mismos.

Encontrar que finalmente había distintos escenarios desde los que se lideraba la segregación del otro diferente, del hombre negro; donde el problema de fondo continuaba siendo el mismo: el propósito por mostrar a toda costa que el otro inferior sí tenía antecedentes y motivos de peso para ser considerado y tratado como se le había venido tratando, y que cualquier esfuerzo o intento por querer demostrar lo contrario, por querer quitarle la mancha impura que lo caracterizaba, sería inútil. No haber manera alguna para escapar de aquella encrucijada supone una alienación, un sometimiento absoluto que despoja a cualquiera de su humanidad, cosificar al ser en una mercancía que no merece explicaciones sobre ningún maltrato al que se le es sometido, porque simplemente lo merece, porque es el mayor acto de consideración de parte de quien somete para con él; darle la vida bajo unas condiciones ajenas a su voluntad, porque así está escrito.

Cesaire en su Discurso sobre el colonialismo, hablaba del gran problema de nuestra civilización; de que éste radicaba puntualmente en su incapacidad para resolver los problemas que nos incumben a todos, problemas que nacen precisamente de una historia en que la que se antepusieron unos sobre otros sin importar cómo hacerlo. Una historia que además, se alimenta con la idea de civilizar al otro alegando que es una bestia que necesita ser domada, ser despojada de su animalidad, por lo que incluso el “civilizado” le debe estar eternamente agradecido al “civilizador” por colosal empresa. La colonización por su parte, es el punto de partida de la degradación más inmediata del ser en la medida en que el colonizador  por usar la violencia con el otro con la intención de adiestrarlo, se deshumaniza y desciviliza al extremo.

Así mismo, clasificar o jerarquizar a los seres humanos de acuerdo a sus atributos externos como lo hace Kant, responde a unas dinámicas que apuntan a la pregunta de quién es realmente apto para llevar el poder, quién de verdad lo merece y tiene las capacidades innatas para ello; empezando por lo más visible que es el color de la piel, de ahí en adelante, cualquier nulidad en relación a lo diferente al blanco, es aceptable, desde el desposeimiento del alma, pasando por la incapacidad de razonamiento, hasta llegar a unas específicos rasgos, mentalidades y formas de ser que son propios de cada color de piel. Este punto, al igual que todos los que he mencionado, me resulta excesivamente abrumador, pensando en que resulta ser el mismo disco que se reproduce una y otra vez en todos los espacios; y era a eso precisamente a lo que me refería cuando aludía a mi pesimismo… Nos preguntamos o me pregunto ¿Qué tanto es lo que estamos haciendo? ¿Es realmente suficiente con la intensión, con el esfuerzo? ¿Hasta dónde llegan esos esfuerzos? Para mi resulta frustrante ir por la calle, llegar a cualquier sitio o a casa, y ver que por lo que estoy luchando y peleando en mi espacio académico y de socialización más inmediato, termina siendo derrumbado y pisoteado. Alguien a lo mejor me dirá que esas son las dinámicas, que así funcionan las cosas, y quizá esté tratando de darme consuelo a mí misma, pero por muchas ganas que se tengan por cambiar las cosas, ver lo mismo que nació mucho tiempo atrás con la esclavitud, no deja de ser desgastante y desesperanzador.

(Leidy De Ávila Castro) @La_Xuru

 

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