El Magazín

Publicado el elmagazin

El portero del fin del mundo

El-caminantedos

Fernando Araújo Vélez (*)

Después de un tiempo no tuvimos más remedio que llamarlo el portero del fin del mundo. Al comienzo, cuando empezábamos a conocerlo, lo saludábamos con los escuetos formalismos de las buenas tardes don Diego, que tenga usted buenas noches.

Él devolvía los cumplidos con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa a medias, entre tímida y burlona. Supimos que había nacido al sur, muy al sur, en las últimas tierras de la Patagonia, y que había comenzado a trabajar en el aeropuerto de El Calafate a los 25 años, primero como barrendero y, más tarde, como portero. Era el encargado de abrir y cerrar el aeropuerto, el hombre que apagaba las luces y cerraba con llave la puerta.

Cuando lo conocimos, que fue verlo nada más, se marchó a las once y media de la noche, después de que se hubieran ido los pasajeros del último vuelo que había aterrizado, proveniente de Buenos Aires. Nevaba. Los niños, felices, hacían muñecos y bolas y se las lanzaban a la cara, sonrientes, plenos. Los mayores caminaban, tanteaban el piso, lentos, temerosos, pero también felices. Lo volvimos a ver cinco días más tarde, en el mismo aeropuerto, claro, después de haberlo esperado 15 minutos. Él se disculpó. Nosotros también. Digamos que él había tardado cinco minutos y nosotros habíamos arribado 10 minutos antes de tiempo. Las excusas fueron el pretexto para conversar e intercambiar teléfonos y direcciones.

Dos años atrás, un día cualquiera, timbró en nuestra casa y nos informó que se había venido a Bogotá para cambiar de vida. Que necesitaba acción. Se hospedó con nosotros por dos meses y unos pocos días más. Nos contó que durante sus cinco años de portero había conocido a presidentes, reyes, artistas, futbolistas, vagabundos y a una señora que había dormido allá dos semanas; que había visto a un hombre arrojársele a un avión mientras despegaba y a un avión derrapar sobre la nieve e incendiarse casi ante sus ojos, y que había tenido que ayudar a trasladar el cadáver de Néstor Kirchner. “Pero nada rompía mi rutina”, decía. La noche antes de que se fuera, llegó con una mujer de dudosa procedencia, que a los seis meses salió en la portada de todos los diarios, acusada de descuartizar a su pareja.

————————————-
(*) Editor de El El Magazín.

Comentarios