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La hoguera de los espíritus

El caminante

Fernando Araújo Vélez

Encendió la hoguera a las tres de la mañana de un sábado cualquiera para que nadie la importunara, y ebria de brandy y de cigarrillos, de recuerdos, incineró los 57 muñecos que había coleccionado a lo largo de sus 32 años. Lloró. maldijo. Quiso arrancarse la piel, ser parte de la quemazón, quedar, ella misma, hecha cenizas. Uno a uno arrojó al fuego a su barbie-princesa rubia a la que duraba horas peinando, a Tomate, el oso gigante que le había regalado un proyecto de novio, a Damián, el conejo, a Pelusa, como se lo había sugerido-ordenado Pascual, su mago de cabecera, dos días antes. Uno a uno evocó los momentos que había asociado con sus juguetes, y otros, otros muchos que la habían llevado a aquella masacre. En una palabra: el desamor.

La habían educado para el amor. Ella misma se había convencido de que no tendría alternativas en la vida. Disney, la televisión, las comedias, algunos libros, sus amigas, las tías, su madre, las abuelas, sus primas, el mundo, en fin, la habían empujado hacia ese camino. “Busca amor con anillos, y papeles firmados”, como cantaba Silvio Rodríguez. Nunca nadie le dijo “el amor no es tan importante, el amor no es tan grave, el desamor no es la muerte, el rechazo no es una tragedia”. Cada amigo, cada novio, cada hombre que veía por la calle, eran un posible príncipe azul. Todos fracasaron. Ella se aferró a sus viejos peluches y a uno que otro amante condicional.

Un día conoció a Pascual, quien, decía, estaba investido de sabiduría y de poderes. Se había criado en una de las tantas zonas de guerra del país. Allá, entre las balas, solía repetir, se hizo hombre, y más que hombre, un espíritu de los espíritus de carne y hueso. A los 20 años se fue a Bogotá. Anduvo 12 meses por ahí, de trabajo en trabajo, hasta que “unas voces” le sugirieron-ordenaron que se independizara. Entonces comenzó a hablar de ángeles, de mandatos, de espíritus que no querían marcharse a otra dimensión, de energías negativas. Fue por esa época que se encontró con Julia. Ella lo contrató. Lo llevó a su casa y le relató su vida. No fue capaz de decirle que necesitaba un hombre, su príncipe, pero él lo adivinó. Sus muñecos, le informó, estaban poseídos por espíritus celosos que le robaban la libertad y ahuyentaban a quien se le acercara.

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