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Praga y La broma

Praga

Socorro Ariza *

Es casi el final de agosto y M y yo hemos venido en plan de idilio a la idilica, hermosa y meláncolica ciudad de Praga. Yo quería que fuese este año, 2012,  cien años después de que Kafka escribiera su Metamorfosis. También quería que fuese agosto porque fue en un agosto cuando conocí a M; y fue en agosto cuando tuvo lugar la Primavera Checa; he aquí pues… mis sueños cumplidos.

Es sábado en la noche y Praga bulle invadida por la plaga moderna:  ¡mea culpa! Nosotros: los turistas. Luego de una larga caminata a lo largo del Moldava, bañados por el claro de luna y las luces titilantes de los románticos cruceros que van y vienen cargados de turistas, hemos cruzado el puente de Cech y, después de mirar de nuevo desde la distancia el edificio Zum Schiff donde, dicen, Kafka redactó La Metamorfosis, decidimos regresar  a sentarnos en una de las terrazas cafe-restaurante que se dan cita en la plazoleta donde está ubicado nuestro hotel. Mientras M pide dos jarras de cerveza negra, yo he corrido a nuestra habitación a buscar las novelas que compré en la tarde en las dos  librerías que, a espaldas del hotel, yacen justo bajo la entrada al famoso puente de Karluv. Es que de pronto me invadieron unas ganas locas de sentarme en una de estas terrazas a disfrutar de la luna, ver pasar los turistas, conversar con M y, echarle una ojeada a las novelas de las dos K de Chequía que he comprado en la tarde: Kafka y Kundera. Una, en la tienda llamada Klub Za starou Prahu y, la otra, en Shakespeare a Synove – and Song. Dos librerías que casi incrustadas en los muros de contención de la entrada al puente por la Malá Strana, siendo modernas, huelen a añejo, a esperma, a  papel papiro y a mapa antiguo.

M, para unirse al club de lectores, me dice que quiere leer el periódico holandés que encontró olvidado en la recepción del hotel, yo lo miro de reojo, ¡periódicos! !Uich! Él me sonrie y me dice, a propósito de las nuevas elecciones que se avecinan en Holanda, que  tal vez un poco más alejado del agitado panorama político pueda ver algún claro de luz, y tomar por fin una decisión. Es la primera vez en casi once años de convivencia que he escuchado decir a M que no encuentra a ningún partido, ni a ningún candidato por quién votar. Tampoco me parece raro, La crisis es más humana que económica, es lo que hemos concluido ya desde la caída del último gabinete de gobierno. Igual que en 1912, la situación social y política es tensa en casi todo el mundo, pienso reconociendo la farsa y, luego de mojar la palabra con la rica cerveza checa, M toma la prensa y yo mi novela y, al tiempo que empiezo a ojearla, escucho las voces de un grupo de gente que se halla sentada en una mesa diagonal a la nuestra y me digo, Sin duda son colombianos. Hace ya muchos años que me volví experta en acentos iberoamericanos y puedo descubrir fácilmente el lugar de procedencia de los hispanohablantes. Los colombianos, y más los cachacos de pura cepa, somos de lo más azucarados, que es como le describo a M nuestra manera de hablar. Entonces paro oreja, hablan de Villa de Leyva ¡ pa’que más! me digo cuando, para rematar, sale a colación un tal palacio del contrabando; entonces levanto la vista de mi libro e, inevitable, empiezo a sacar mis propias conclusiones: me parece que por la manera de hablar, de vestir y de comportarse debe tratarse de tres médicos sesentones con sus respectivas esposas; si no son médicos, fijo son abogados; igual que, si no hubiesen nombrado a Villa de Leyva, de seguro hubiesen mentado al principado de Anapoima, me reafirmo y, contenta,  recuerdo un editorial de El Espectador que hablaba de la manera cómo la gente en nuestra patria alimenta nuestros males comprando en los deshuesaderos, Colombia no cambia, me digo, mientras tomo un sorbo de amarga y escucho a M que me invita a leer el encabezado del editorial del periódico holandés, Se inicia proceso de paz en Colombia, es lo que leo  antes de, espontáneamente, soltar una carcajada y preguntarle a M si es una broma o una receta de cocina; pues aquí estoy yo, no solamente con El Proceso de Kafka dentro de mi bolsa de mano, sino ocupada en  re-leer La Broma de Milan Kundera, justito en el momento en que M  me pone el encabezado enfrente. M no entiende mi reacción y, muy serio, vuelve a ponerme las narices en la prensa. Entonces leo y, entusiasmadísima con las coincidencias, le señalo la frase en la que estaba ensimismada en el mismo momento en que el acento bogotano me sacó de mi ensueño, El optimismo es el opio del pueblo… ¡Viva Trotski!; una frase famosa que Ludvik, el protagonista de La Broma de Kundera, le escribió con amor desesperado en una postal a su novia: una joven comunista revolucionaria, comprometida nomás que con su ideología. Tanto que, la broma, valga la aclaración, le costó la libertad a Ludvik, Pero camaradas sólo era una broma, trató Ludvik de explicarles, sin éxito, antes de ser enviado a trabajos forzados en una mina de carbón… Y es que sí, como los protagonistas de otro cuento de Kundera, Eduardo y Dios, yo también tengo que volver a exclamar que, La vida es muy triste cuando no se puede tomar nada en serio.

Héme pues aquí, sentada en las arandelas del Moldava, tan infestada de amor como Kundera, re-pensando en la paz de Colombia, sin poder evitar parafrasear a Carlos Fuentes  y decirme que, Como los personajes de Milan K. yo también vivo en un mundo donde todos los presupuestos de la metamorfosis de Kafka se mantienen incólumes, con una sola excepción: Gregorio Samsa, la cucaracha, ya no cree que sabe, sabe que cree… Tiene forma humana, se llama Socorro Ariza y es poeta. Quiero creer, pero… ¿será otra broma?

* Escrito en Praga, última semana de agosto.

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