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Dos mujeres, un amor

El caminante

Fernando Araújo Vélez (*)

Eulalia no sabía mayor cosa sobre el amor. A los 15 años, un vecino de barrio en Barranquilla le dijo que estaba enamorado de ella. Quiso tomarla de la mano, pero todo quedó en el intento, pues con dolor, herido de humillación, vio, sintió cómo ella lo soltaba y le cambiaba de tema para luego despedirse. Por la noche Eulalia se desbarató en angustias. Lo que más había deseado durante los últimos 12 meses era que aquel muchacho, Julio Alvira, traspasara el muro. Cuando lo hizo, ella echó a correr sin motivos, sin razones aparentes. Muy luego comprendería que el pánico a las heridas del amor, esas heridas que contaba por miles su mamá, la había llevado a salir corriendo. Así anduvo tres años más, con esa armadura-pánico adherida a la piel, convencida de que ese caparazón la salvaría de recorrer el camino y las lágrimas de su madre. Julio Alvira no volvió a aparecer. El disfrazado no de Eulalia lo convirtió en un ser arisco y distante que eligió llenarse de libros de filosofía para no sentir. Ella, por su parte, estuvo segura durante años y años de que era tan poco profundo y sincero el amor de Julio, que había terminado por esfumarse, seguro entre los brazos de otra.

Igual, yo no tengo mayores besos en mi vida, le dijo al fin a una amiga cualquier tarde de una Semana Santa, y esa amiga sonrió porque ella sí los tenía, aunque no le hubieran servido de mucho, y le dijo que no todo eran besos en esta vida, quizá para convencerse ella y olvidar de una vez y para siempre el beso de su primer amor, Pedro Lorenzo, en el sótano de una fábrica, un año atrás.

Miraron a lo lejos, y se miraron ellas dos. Entonces Eulalia se sintió tan confiada y mil veces agradecida con Emelina, como para contarle que había entendido que el amor existe en menos de cinco segundos, y simplemente porque había oído muy fuertes los latidos del corazón de un hombre que la abrazaba. Don Pedro Lorenzo, ¿cierto?, preguntó Emelina, la cabeza baja, los dedos torpemente entrelazados, nerviosos, pero no aguardó ninguna respuesta. Prefería no oírla. Sin palabras, los hechos parecían no haber ocurrido jamás.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos.

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