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La palabra creadora de universos

Flickr, Kevin Doodley
Flickr, Kevin Doodley

Helena Rodríguez Oliva (*)

Cuando en medio de mi infancia escuché la frase inquisidora de mis padres sentenciando la ausencia de televisor hasta nueva orden, no pude imaginarme que los cinco años que siguieron (obviamente sin televisor) me darían menos temas de conversación con mis contemporáneos y más autoridad para escribir sobre palabras.

Desde las lejanas épocas donde Gregorio Samsa se retorcía en su cama intentando recobrar la compostura, entendí que las palabras se buscaban.  Se debía acudir a la memoria de los libros para encontrar las mezclas que sustentaran las ideas.  Cada letra tenía memoria y tenía alma.  Todo lo escrito comprometía al escritor con un mensaje, bueno o malo, pero en últimas su mensaje.

Mi escaso acercamiento a los Superamigos, los Pitufos y los Thundercats, me obligó a refugiarme en las cálidas y soleadas praderas de Alicia junto al gato de Cheshire, donde el sombrerero me tomaba de las manos y me contaba al oído, que un par de hermanos buscaban una pequeña niña de túnica roja y siete enanos medio perdidos en el bosque.

Luego, obligada por la post-modernidad a retomar la tecnología, me encontré de frente con que las palabras ahora van como perdidas, prestadas en medio de los comandos de un computador o de un control remoto.  Rebotando en la nada de quien se ve expuesto diariamente a millones de estímulos más poderosos, psicodélicos y adictivos.

Ya desde el jardín de niños  las letras no se enseñan desde el papel que las sustenta, sino desde el estimulante mundo de los medios audiovisuales.  Una E no es E per se, es E en la medida que componga un E-mail.

Las palabras han perdido su pelea.  Ahora se encuentran tergiversadas, compartidas y disminuidas en medio de anuncios que con una imagen desbancan su antigua supremacía.  Los primeros signos universales han perdido su valor y como en una antigua fórmula alquímica, se han transformado.

Ahora en medio del pragmatismo, son desechables.  Su nacimiento ya no obedece a las comunes leyes del lenguaje, sino a la necesidad urgente de quien desea expresarse.  La consigna es hacerse entender.  Para las otras cosas, como expresar y transmitir, están los emoticones -mucho menos exigentes en términos semánticos-.

La botella al mar para el Dios de las palabras de Gabriel García Márquez, se está haciendo realidad día tras día.  Sin embargo las botellas no llegarán por medio del mar insondable y profundo conocido por los hombres de pasadas genealogías, sino por el mar virtual creado en Internet y transmitido por medio de la red inalámbrica WiFi.

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(*) Colaboradora.

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