Juan Villamil (*)
Hicimos el daño. Deliberadamente. La noche entera.
Nos hicimos todo el daño que dos pueden hacerse.
Y un poquito
-ese fue el ingrediente secreto-
un poquito de más.
Todo el daño que dos pueden hacerse, nos hicimos.
Atados por las manos transitamos
en sentidos contrarios
y por el azar
una que otra tarde fuimos, dando tumbos, hacia el mismo lugar
y por la costumbre
de seguir así tranquilamente hablando
una que otra noche nos tropezamos de golpe con una puerta
y otra vez
por el azar
esa puerta fue con frecuencia nuestra puerta.
Una que otra mañana mi aire, desde arriba
insufló tu alma
allá abajo
a la distancia irremediable de mi pecho y tu sueño endeble.
El daño que dos pueden hacerse todo nos lo hicimos.
Yo escribí ese ridículo poema a unos ligueros
¿pero quién entró en mi cama sucia un día con ellos?
¿Y quién si no tú, por siempre maldita, los vistió de nuevo,
y fue con sus ligueros calle abajo
dobló a la izquierda
dobló a la izquierda
y por si fuera poco otra vez dobló a la izquierda
hasta la misma cama algo más sucia?
Todo el daño nos hicimos, que dos pueden hacerse.
Cuán normal fue para mí la fascinación
en la contemplación
de la escultura de Miller.
¡Y cuán torpemente fue la tuya
esa fascinación
de chiquilla ¿lo lamento es muy corta mi falda?
al verme así activando alarmas
y acumulando miradas de vigilantes
se agradece al señor no tocar…!
Nunca fue lo suficientemente corta.
Todo ese daño nos hicimos. Deliberadamente.
La noche entera que es muchas
muchas
en realidad y aunque no lo comprendas muchas
vidas de mosca.
Y todavía un poquito más.
Reportan los periódicos más suicidios
de los que publican.
Es así: si los peones mataran de lado
adiós a todos los peones
menos uno
y entonces carajo
ahí queda la reina alzada en su trono
mirándolo fijamente
desde todos los cuadros.
Infeliz peón atribulado y débil y caído.
Se habrán hecho al final de la partida
eso quiero decirte
todo el daño que dos pueden hacerse.
Y pienso
que es la manera menos práctica de arrojarse por la ventana:
dos no pueden hacerse
todo el daño que nos hicimos.
¿Y SI QUEBRÁRAMOS EL CRISTAL?
Hiere la mirada
el niño del pijama a rayas
¿está mal visto que lo diga?
o ese niño en ese puente con esa mujer
caquéctico
agotado por el cáncer del hambre
está un poco más muerto que nosotros
solo su mano se mantiene en pie
y no hay cerro de monedas
de 50 pesos
que la doblegue.
Hieren así la mirada
las putitas agolpadas en las esquinas
no han cumplido 15
y no cumplirán 20, ninguna
pero ¡a quién le importa!
¿no es verdad?
¡a quién le importa la edad del sexo!
A quién le importa nada realmente.
Y eso también hiere la mirada.
La indiferencia es el retrovirus, señores,
que no matará
pero abrirá la puerta a intrusos mortales.
Nosotros herimos las miradas.
Aferramos uñas invisibles a las córneas…
¡Y raspamos!
El mundo, así, se emborrona
es visto desde atrás de un cristal empañado
y renegrido de mugre y violento
y blindado.
No puedo nada contra ese vidrio
que me separa del mundo.
No puedo nada contra la mano del niño
ni puedo suprimir el placer
en el sexo infantil de la putita.
Soy un cuerpo purulento
y por lo demás estúpidamente vacío.
Y he dicho que no puedo nada contra ese vidrio
que nos separa a los enfermos
de los miserables.
Nada más puedo asomar el billete que negué al niño
por una hendidura
y asomar, ahora, el miembro sanguíneo
para que una lo engulla.
Cómo negar que yo
y tú, claro, también tú
damos asco.
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(*) Colaborador.