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La Holanda de Nooteboom

The Circus, Flickr, Delphine Devos
The Circus, Flickr, Delphine Devos

Laura Juliana Muñoz (*)

“No necesitaban buscar al otro,

porque el único otro posible ya lo habían encontrado

 y ese otro eran,

aunque la frase sea gramaticalmente incorrecta,

 ellos mismos”.

C. Nooteboom

-Pero Holanda no tiene montañas-, dijo alguien al escuchar el título de la novela. No importa, es la Holanda del escritor Cees Nooteboom, y para él tiene montañas y una Reina de las Nieves. O tal vez se refiera a las carpas de circo que a lo lejos se ven como puntiagudos montes y a una mujer fría cuyo verdadero nombre ha sido olvidado. Tal vez la frontera entre la realidad y la fantasía permita estar en ambos territorios a la vez.

“En las Montañas de Holanda”, libro escrito hace ya más de dos décadas por el neerlandés Cees Nooteboom, merece ser recordado una y otra vez. Es una obra que responde como novela, cuento de hadas y reflexión sobre el oficio de escribir. Y entre los casi 30 libros escritos por el autor en los que se reflejan muchos de sus destinos de viajero empedernido, en estas páginas Nooteboom vuelve a su natal Holanda para darle un segundo vistazo.

Todo se inicia con la voz en primera persona de Alfonso Tiburón de Mendoza, un escritor e inspector de carreteras, quien cuenta la historia de una pareja de circo que busca mejores oportunidades, paradójicamente, en el lado subdesarrollado de esta Holanda. Llegan al lugar del juego, de la naturaleza con carácter, pero el viaje no termina ahí, son separados a la fuerza y deciden no huir sino enfrentarse a sí mismos para encontrar al otro. Este es el cuento de hadas. La realidad está inmersa en las reflexiones del inspector acerca de la escritura y en su placer culposo de hacer grandes paréntesis en cualquier momento.

Nooteboom, el nómada

Sentenciado a ser el máximo representante actual de las letras neerlandesas, Cees Nooteboom (1933) es antes que nada un viajero, un nómada, como la pareja de circo que habita en las montañas de Holanda. Todo está relacionado. Luego de perderse en un país para conocerlo mejor necesita escribirlo. El resultado es una obra profunda y filosófica. “Viajo y escribo para constatar la existencia del mundo”, mencionó alguna vez.

No es gratuito que la voz de este libro sea de un inspector de carreteras, pues es el camino una forma de interpretar el oficio de escribir: el panorama vasto, con tramos de descanso y hay que estar alerta para evitar que el lector salga volando. En general, las letras de Nooteboom son ideas reveladoras que suelen descubrirse con una nueva lectura.

La Holanda de Cees Nooteboom es colosal, rezagada. Dividida en el norte de los ricos y en el sur de los marginales, pero también el de los que más se divierten. Culturas antagónicas. Paisajes, más que agrestes, agresivos, pues en la llanura no se encuentra la gente, sino que se enfrenta. Un país en el que caminan por ahí los personajes de la literatura de Hans Christian Andersen, como la Reina de las Nieves.

Sobre todo, Holanda como un lenguaje. Volver a esas palabras que parecieran tener más significado que sus iguales en otro idioma. Así, mejor que amar a la ‘media naranja’ es amar a su wederhelft; este más que un cuento de hadas es un sprookje; y ojalá se pudiese acortar la palabra ‘pareja’ en paar, más corta, con la fuerza absoluta que merece esa asociación humana.

Un cuento de hadas

“En las montañas de Holanda” es una reivindicación del cuento de hadas, pues es una de las formas en las que puede explicarse el mundo. Son caricaturas, apologías, disfraces de la realidad. “Un cuento de hadas como la intensificación de un relato, así como el relato es la intensificación de la realidad”, escribe el autor.

Ese espíritu acompaña al libro de extremo a extremo. En la primera línea se lee “Érase una vez”, para que de ahí en adelante todo sea posible, para poder estar en otro tiempo, en otra Holanda. Y el final “por siempre jamás” le da a la historia y sus personajes la inmortalidad.

También está la figura del circo: bullicio de gente nerviosa que aborrece la perfección de los protagonistas, rostros maquillados, otras identidades, donde nada es verdadero y por tanto es perfecto.

Y, como todo cuento de hadas, el amor. “El amor, esa palabra”, diría Julio Cortázar, mientras Nooteboom apunta: “amor, amor, la palabra se deslizaba por todas partes, había de alcanzar también a los animales en sus madrigueras”.

“En las montañas de Holanda”, Cees Nooteboom, Ediciones Siruela, 141 páginas

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(*) Colaboradora.

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