El Magazín

Publicado el elmagazin

Cometas en el cielo

fly, Flickr, Caroline
fly, Flickr, Caroline

Elevar cometa no está clasificado como deporte oficial en Colombia, pero qué importa, aquí y en cualquier parte del planeta es mucho más que eso.

Nelson Fredy Padilla (*)

El título de este artículo es el mismo de la bella novela de Khaled Hosseini, un médico musulmán que huyó a Estados Unidos tras la entrada de los talibanes a Afganistán. Más de seis millones de ejemplares ha vendido este libro basado en su niñez. Para no dañarles una posible lectura, es una metáfora del mundo que cuenta hasta dónde es capaz de llegar el pequeño Amir con tal de ganar el concurso anual de cometas y demostrar que ya puede ser un hombre, así necesite pasar por encima de su mejor amigo, Hassan.

La recordé el domingo pasado mientras buscaba con mis hijas, Mariana y Manuela, un parque para elevar nuestra cometa de cohetes estampados. Fuimos al metropolitano Simón Bolívar, en Bogotá, porque, además de bonito, es el espacio ideal para este juego que inventaron los chinos hace 2.500 años. Nunca antes habíamos visto tantas cometas juntas en el cielo. Miles. Ni tantos codos y brazos defendiendo un espacio aéreo. Caras de dicha producidas por la energía que transmite a través del hilo la cometa encumbrada. Caras de desconsuelo y manos marcadas con quemonazos de cuerda por las centenares de cometas enredadas entre sí, idas a pique, perdidas en los árboles.

Desistimos de esa aventura y regresamos al parque de nuestro barrio. También estaba repleto de padres e hijos tomando vuelo, pero encontramos un espacio para nuestra pequeña ala delta. Lo que más impresionó a las niñas y, por su intermedio, a mí fue esta frase: “vimos a un niño que la elevó tan alto que se le convirtió en un punto y luego dejó de verla”.

¿Qué importa que en Colombia elevar cometa no sea un deporte como en Asia? Es una diversión familiar no muy lejana de la fantasía que inmortalizó Julio Verne en “Dos años de vacaciones”, fantástica historia en la que un grupo de adolescentes neozelandeses, en cabeza de Briant, inventan y construyen una poderosa cometa bautizada ‘Gigante de los aires’, para explorar la isla Chairman. No cuento más porque vale la pena releer el libro y ver hasta dónde viaja la imaginación.

Aquí en Bogotá fuimos testigos de que ¡todavía hay gente que envía papelitos con mensajes de amor, promesas y sueños a lo largo de la piola de su cometa hasta el cielo! Con romanticismos o sin ellos, Newton, Franklin, Marconi, fueron más allá de la simple recreación para convertirla en la herramienta para explorar desde el aire las leyes de la física, la creación del pararrayos, la posibilidad de una transmisión radial. Siempre será punto básico de referencia para la aeronavegación y la meteorología. Claro que también las mentes bélicas se aprovecharon del vuelo de la cometa para manipularla como estandarte de guerra e incluso como arma de espionaje.

A pesar de todo, más de un siglo después de la muerte de Verne, las cometas siguen simbolizando nuestros sueños. El domingo pasado las agencias de noticias reportaron un récord de cometistas y cometas en el cielo de Nueva Delhi, en especial desde las azoteas de la ciudad vieja, sin importar el peligro de hacerlo entre la maraña de cables eléctricos que la recubren. Lo importante era celebrar el día de la Independencia y revalidar la tradición, defendida por el gobierno de ese país con estas palabras: “Volar las cometas simboliza el espíritu de la independencia y el fervor por la libertad”.

Ese domingo de agosto, con seguridad este, y casi cualquier día mientras haya buenos vientos, la elevación se repetirá en Bogotá o Cafarnaum. En Villa de Leyva, 15 mil turistas acudieron a disfrutar este año de la edición 36 del Festival de Cometas, a ver ganar una acrobática de ocho metros del Club Amigos del Viento. En Cali, la convocatoria de las Empresas Públicas fue “para que los sueños de los niños sigan volando”. Y los parques se llenaron tanto que hubo que elevarlas desde las azoteas como en Nueva Delhi, así la vida esté en juego sin saberlo. Le ocurrió en el caleño barrio Santa Elena a un hombre de 35 años que intentó bajar su cometa enredada en cables eléctricos y murió electrocutado por una descarga de 13.200 voltios.

Al final de la tarde nuestro cohete alado se vino al piso porque no supimos reaccionar a una ráfaga de viento traicionero. La cometa se despidió en piruetas hasta posarse en la inalcanzable copa de un árbol. Así terminó aquel inolvidable domingo sin fútbol.

 ———————————————————————–
(*) Editor dominical de El Espectador.

Comentarios