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Maldición por los aires

Ilustración de Carolina Martínez
Ilustración de Carolina Martínez

Lorena Machado Fiorillo (*)

Los vuelos internacionales son, entre otras cosas, un medio para ver películas. Lástima que las opciones del repertorio sean pésimas y reiteradas.

Dos días, cuatro aviones, más de 16 horas de vuelo y un solo tormento llamado ‘The adjustment Bureau’ (‘Los agentes del destino’), intento de mezcla entre ciencia ficción y romance con guión lleno de vacíos que, erróneamente, elegí entre una lista y que, por pura mala suerte, volví a ver cuando la aerolínea en la que viajaba transmitió en dos ocasiones.

La cosa es así: David, un congresista, antes de dar el discurso de su posible derrota, conoce a una mujer, Elise, en el baño de hombres. Hablan sobre la honestidad en la política. Se coquetean. Se provoca un beso. Ella tiene que salir de ahí rápido porque alguien la persigue y él, medio atormentado, debe pararse en un escenario.

Un sujeto de traje gris y sombrero le dice a otro que es su obligación derramar café sobre la camisa de David a las 7:05 a.m. No antes, no después. Justo a esa hora. El sujeto número dos, a quien llamaré Ene, va tarde y falla en la misión. David y Elise se encuentran en un bus y desde ese momento la película se torna aún más extraña y sosa.  Resulta que ha sido un desliz ese encuentro, que El Superior –el dios, el supremo, el omnipresente- nunca lo ha planeado y los hombrecillos tendrán que evitarlo a futuro. Aunque pasan los años, David y Elise se vuelven a ver y, en resumidas cuentas, estar juntos dependerá de atravesar portales para dejarlos a ellos atrás.

La molestia no es sólo una sarta de incoherencias de tintes rosas que se reflejan en ese cliché de que el amor lo puede todo, sino que el guionista y director, George Nolfi, decidió aclarar el planteamiento de su producción en los últimos minutos: ¿nosotros controlamos nuestro destino o algunas fuerzas que no vemos nos manipulan?, dice una voz en off que concluye que la vida está compuesta por hechos y azar y que depende de cada uno trazarla. ¿Será que una película necesita una moraleja tácita para reafirmar lo que se ha visto?

La discusión, más allá de una evidente insatisfacción frente a una cinta floja, sería sobre qué están exhibiendo aquellos canales de distribución alternativos, como es, en este caso, una aerolínea. Si bien la escogencia de ‘The adjustment Bureau’ la primera vez fue cuestión de ignorancia, en las otras se debió a inexistencia de posibilidades. En pleno debate sobre la libertad de contenidos y la multiplicidad de elementos para que el usuario decida qué ver y qué no, cualquier entorno es clave para ofrecer productos que se renueven constantemente. Lo mínimo es que exista el espacio para arriesgarse con una película que sobresale entre muchos otros títulos y lo que se espera es establecer, digamos, que las demás partes de un thriller extremadamente cursi y sin sentido, jamás se verán en ningún formato.

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(*) Periodista de El Espectador.

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