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El discurso intelectual en Luterito de Tomás Carrasquilla (Cuento de Oscar “el chirrete” Benítez)

Tomás Carrasquilla
Tomás Carrasquilla

Andrés Felipe Reyes (*)

Bueno parceritos regálenme un cigarrillo y les prometo que ya mismo les quito esa cara de aburridos… ¡Eso! Todo bien parceros. Ahora sí píllense este cuento bien bacano que les voy a contar. La vaina es pues así: resulta que un día un intelectual se subió en el Transmilenio alegre y contento pues iba pa’ uno de esos congresos académicos donde un jurgo de manes se sientan a hablar de cosas serias e importantes. Una estación más adelante paró el bus y se subió un campesinito que se sentó justo al lado de nuestro intelectual. Después de un rato de silencio el campesinito le preguntó al intelectual con ese tono humilde y sencillo que tienen todos los campesinos: “Disculpe sumercé, ¿vusté sabe si este bus para en la estación del Museo del oro?” El intelectual que ya se conocía de memoria todas las paradas de esa ruta le contestó afirmativamente y desvió su mirada hacia la ventana.

Como el intelectual ya se estaba aburriendo de que el paisaje que le ofrecían las calles capitalinas no le brindaban los mismos deleites que un Turner o un Corot y pensaba en que el viaje que debía hacer era re largo (ligeramente más largo que el del campesino), decidió entonces divertirse un rato con su compañero de viaje. “Disculpe buen hombre”, dijo este man con un tono petulante, “¿gustaría usted de realizar una apuesta conmigo?”. “¿Qué tipo de apuesta sumercé?” contestó el otro. “Una muy sencilla, verá, yo le hago a usted una pregunta y si usted no la responde me paga diez mil pesos y luego usted me hace una pregunta y si yo no la respondo le pago también diez mil pesos”. El campesino se quitó su sombrero, se comenzó a rascar la cabeza y luego dijo: “Pos yo no seré muy inteligente sumercé pero a yo me parece que eso es injusto, vusté es todo adotorado y yo muy burro, déjemelo más bien en que si vusté no responde mi pregunta me da cien mil pesitos”. El intelectual, confiando en sus capacidades, juzgó pertinente la petición del campesinito y accedió a ella sin mucho problema.

“Dígame buen hombre”, comenzó a preguntar el intelectual “cómo se desarrolla el discurso intelectual en Luterito de Tomás Carrasquilla”. El campesino comenzó a sobarse la barbilla, luego se quitó el sombrero y se rascó la calva que éste escondía, volvió y se puso el sombrero, se sacó un billete de diez mil del bolsillo, se lo entregó al intelectual y le dijo: “Pos yo no sé vusté que quiere decir con su tal rasquiña y todas esas cosas pero si a yo me explica seguro que le entiendo ligeritico”. Este intelectual, como todos los intelectuales, no  perdía ni una oportunidad para demostrar todo su saber y erudición así que aceptó gustosamente y tras haber aclarado su voz comenzó a hablar en un tono formal y académico de la siguiente manera:

«En Luterito de Tomás Carrasquilla se presentan una serie de discursos ideológicos que muestran las diferentes tendencias políticas que se estaban dando en Colombia a finales del siglo XIX. Es así que personajes como Milagros, Misiá Quiteria, Don Efrén o el padre Vera dan cuenta de las diferentes formas de pensamiento de una nación mediante sus alocuciones. San Juan de Piedragorda, pueblo donde se desarrolla la historia se convierte entonces en un universo mundo, un espacio donde las diferentes ideologías entran en discusión y son puestas a prueba. A su vez, este dialogar entre las diferentes formas de pensamiento que se dan por medio de los discursos de los personajes, hace que el texto se mueva en una polifonía, que las diferentes ideologías sean vistas desde una perspectiva paródica. En palabras de Bajtín: “Toda parodia es un hibrido dialogizado intencional. En ella interaportan activamente las lenguas y los estilos” (330). Es en este contexto de parodia e ironía donde se desarrolla la historia del padre Casafús, protagonista del cuento.

«El primer elemento que sale a relucir en este texto es su título, Luterito, con el cual se describe al personaje principal. Este nombre que surge por primera vez de boca de Doña Quiteria nos remite a Martín Lutero, reformador de la iglesia católica. A su vez, en el inicio, el narrador nos presenta al padre Casafús como una persona culta y como buen orador, al compararlo con modelos de grandes retóricos como el famoso obispo de Condom: “Sin ser un Bossuet precisamente, hacía el gran efecto en el púlpito con su voz sonora, su lenguaje figurado y pomposo” (Carrasquilla 97). El padre Casafús entonces se convierte en un Lutero de la sociedad antioqueña del siglo XIX, adquiere una connotación reformadora y rebelde, es un intelectual que se mantiene firme en sus ideas y por eso se aleja desde un principio de la historia de esa iglesia católica dogmática que en 1876, apoyando a los conservadores, se involucra en una guerra con fines meramente políticos. Abro cita:

La guerra duró 11 meses y tuvo algunas características parecidas a las de casi todas las guerras civiles del siglo XIX colombiano. Así, por ejemplo, su geografía quedó bastante circunscrita a unos pocos espacios estratégicos, relativamente bien comunicados entre sí. (Palacios 43)

«Cierro cita. En este contexto de hostilidad se generan entonces dos bandos: por un lado están Doña Quiteria, Don Efrén y el padre Vera; por el otro, Milagros, las Valderramas y el cojo Pino. Los primeros de tendencia conservadora mientras los otros liberales radicales. Tal polarización se produce no sólo por sus discursos ideológicos sino también por las referencias a las lecturas que los personajes realizan. Mientras las lecturas de periódicos como La Caridad o de libros como El Evangelio en triunfo son alabadas por Doña Quiteria y Don Efrén, las obras de Victor Hugo y el Diario de Cundinamarca son condenados.

No crea, si no quiere; pero es rojo, rojo del cacho largo: dice que  La Caridad es un periódico fanático e intolerante; lee el Diario de Cundinamarca. (…) tiene en su biblioteca obras de Bentham y de Victor Hugo. (Carrasquilla 118)

«Doña Quiteria y Don Efrén se constituyen en aquellos personajes que aumentan la polarización del pueblo y son los causantes de la destitución del padre Casafús y de su posterior tragedia. Doña Quiteria es en la historia una mujer feudal, representante de la extrema derecha, quien por medio de su poder logra llevar indirectamente las riendas del pueblo y también del padre Vera, oponiéndose así al estereotipo del ángel de la casa. Es ella la que coordina y lleva a cabo la fabricación de la bandera que tejen a las tropas, ella misma ayuda a organizar a la tropa que envía Piedragorda a pelear en la guerra y atiende al padre Vera en su enfermedad. El narrador en su descripción, aparte de su carácter dominante y de su tendencia conservadora, también hace énfasis en sus lecturas, como el Año Cristiano o el Telémaco, el cual cita en algunas ocasiones en sus discursos. Cuando ella habla es comparada paródicamente con oradores como Cicerón o Demóstenes.

«Don Efrén por su parte, también de afiliación conservadora, con un pasado incierto, pulcro en palabras, trajes y acciones, se constituye en el intelectual autoproclamado del pueblo. Ostentoso de sus lecturas, las cita con frecuencia y se encarga en varias oportunidades de hacer alarde de su erudición en los discursos pomposos que realiza. Son estos dos personajes los que por medio de su retórica logran convencer al padre Vera del liberalismo del padre Casafús. Cito de Carrasquilla:

Lo que yo no me explico es que el padre Casafús, que se las echa de muy independiente, se haya dejado sonsacar de esa manera. Porque el que no vea, en la conducta del padre, las tramas de Milagros, es porque no quiere ver. (114)

«La ironía en el discurso de Quiteria y Efrén es que aquel acto de manipulación que ellos le imputan a Milagros con el padre Casafús en realidad lo están haciendo ellos con el padre Vera. Así, éste último se convierte en, como dice Luis Iván Bedoya: “(una) víctima de las redes que le tienden Quiteria y Efrén, quienes con su retórica lo convencen del liberalismo de Casafús y lo llevan a firmar la solicitud de suspensión” (30). »

Y créanlas parceros que este man citaba de memoria todos estos textos, ¡ya ven lo que es ser ñoño y nerdo! Pero bueno, cada quien con su cuento. Ahora perenme un momento mientras tomo algo de aliento que ando reseco y yo seguir así no puedo… No es que yo sea gorrero pero regálense todo bien un guaro pa’l  pescuezo… ¡Eso!, re elegantes parceros. Ahora si como les venía diciendo, el intelectual continuó con su discurso así más o menos… 

«El personaje de Milagros es de gran importancia en la historia, es gracias a ella que en un principio el padre Casafús y sus hermanas van a conseguir una mejor posición económica de la que antes tenían y es ella la que emprende las gestiones para que se cancele la suspensión de éste. Descrita como una mujer humilde pero de fuste, conocida por su labia y su argucia, es apodada por sus enemistades de “bachillerona”, nombre que si bien describe a una persona estudiada, aplicado a las mujeres de su época cobraba un carácter despectivo. Milagros, liberal radical junto con las Valderramas y el cojo Pino, se opone a Doña Quiteria y a Don Efrén. En sus discursos hace uso de fórmulas jurídicas o de himnos religiosos, los modifica para darles un nuevo sentido. De esta forma ella realiza una parodia de discursos eminentemente formales, como cuando recita el Tedeum de forma diferente ante Doña Quiteria o cuando ante el Obispo de Medellín parodia un decreto. Abro cita:

“Nos Milagros Lobo, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Medellín, levantamos la suspensión al Presbítero Pedro Nolasco Casafús, y lo nombramos cura excusador de la Parroquia de Mercedes. Dado en nuestro palacio episcopal y refrendado con nuestro sello, a 26 de marzo de 1877” (Carrasquilla 172)

«Cierro cita. Al imitar un decreto y la retórica que estos empleaban, Milagros no sólo parodia un documento jurídico y religioso sino que también, siendo mujer, se confiere un título que es eminentemente masculino y de gran importancia. Mediante la parodia ella se pone por un instante en el puesto del Obispo de Medellín, lo cual pese a todo logra causar risa en el verdadero Obispo de Medellín. Sin embargo, hay un aspecto irónico que se produce al final del cuento: aún a pesar de los grandes esfuerzos que ella realiza y de que a lo largo del cuento ella ha logrado ser la protectora del padre Casafús, haciendo honor a su nombre “Milagros”, cuando regresa al pueblo se da cuenta que aquella gestión que ella ha realizado es en vano ya que el padre Casafús ha muerto.

«En 1876, el partido conservador, oponiéndose al gobierno del partido liberal y a su ala radical, inició una guerra con el fin de tomar el poder. La iglesia que se oponía a la propuesta del liberalismo radical de separar Iglesia de Estado, tomó una fuerte posición política y se adhirió firmemente a la causa conservadora, apoyándola desde el pulpito. Abro nuevamente cita:

“Una causa fundamental aunque no única del deterioro del orden era el anticlericalismo liberal, ya que la mayoría de colombianos eran católicos por lo menos nominales y la percepción de que el gobierno era enemigo de la Iglesia tenía  necesariamente un efecto desestabilizador.” (Bushnell 130)

«Cierro nuevamente cita. Es en este contexto en el que se da la fuerte adhesión por parte del padre Vera al ejército organizado por Piedragorda y que es enviado al Cauca con el fin de luchar por el conservatismo y por la Iglesia, así, la guerra no sólo tiene connotaciones políticas sino también religiosas. Empleando la retórica tomada de la Biblia, Doña Quiteria postula que, aquellos que no estuvieran con la iglesia estaban en contra de ella. De ahí que el hecho de que el padre Casafús no realizara un discurso de motivación al ejército piedragordeño fue lo que acabó de convencer al padre Vera del liberalismo de éste.

«El padre Vera es descrito como un “curita de misa y olla, de una simplicidad enteramente evangélica (…) sabía más de terneros y muletos que de embelecos filosóficos, literarios y canónicos.” (Carrasquilla 103). La simplicidad del padre Vera se hace patente en todo momento: no sólo se deja enredar en la trama que Doña Quiteria y Don Efrén urden contra el padre Casafús, sino que también, a la hora de confrontar a éste último no es capaz de sonsacarle nada y es confundido varias veces por Casafús. En el diálogo que estos dos sostienen se puede ver en sus palabras, por una parte la simplicidad e ignorancia del padre Vera y por la otra la astucia y sabiduría del padre Casafús para evadir aquello que le es preguntado. El padre Vera pide entonces la suspensión del padre Casafús cuando cree confirmar sus sospechas, sin embargo no logra escapar a la culpabilidad de sus actos, demostrando en él la conciencia de un error cometido y oponiéndose entonces a lo promulgado en el Concilio Vaticano I:

El Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres.

«El Concilio Vaticano I, celebrado en 1869 por Pío IX, promulgaba la infalibilidad de la Iglesia, su incapacidad de cometer errores. En el texto de Carrasquilla se da entonces un diálogo con este discurso y se le parodia. El batallón que envía Piedragorda a la guerra se llama precisamente “Batallón Pío IX”, dejando en claro que la guerra que se está librando, al igual que las cruzadas, tiene fuertes motivaciones religiosas. Por otra parte en la simpleza del padre Vera, en sus errores y en su culpabilidad se muestra que pese a todo él también es humano y puede equivocarse.

«Luterito (posteriormente titulado como Padre Casafús), se construye como un texto polifónico, los diferentes personajes entran en diálogo exponiendo así diferentes puntos de vista ideológicos. Sin embargo aquel en quien recae la trama de la historia en pocas oportunidades se manifiesta con sus propias palabras, volviendo a citar a Bedoya: “Irónicamente, el personaje más invisible es el centro de convergencia de toda la narración”. (22). De Casafús, (¿Casa de Jesús?) no conocemos su figura más que por algunos rasgos esbozados por el narrador como su carácter caritativo o su costumbre de “cantarle la tabla al prójimo”. También tenemos los datos que de él nos entregan los diferentes personajes y pese a las intrigas de Doña Quiteria y Don Efrén no se ven en él grandes defectos. De ahí que la mayor ironía del cuento sea precisamente su final. Cito:

“¡No me diga más! -exclama ella, mirando el cielo al través de sus lágrimas-. ¡Murió de hartura! Se le veía.” (Carrasquilla 173)

«Aquel personaje que a lo largo del texto se mostraba como una persona ejemplar, moralmente íntegro, finalmente sucumbe por uno de los siete pecados capitales, la gula. Tras largo tiempo de ayuno recibe finalmente la posibilidad de alimentarse y lo hace en exceso, encontrando así la muerte. Sin embargo esas últimas palabras de Milagros, tras el fracaso de su empresa, tienen un doble sentido: por una parte está la hartura producida por la llenura que le produjo la comida y por el otro está esa hartura, ese desgano que le produjo la situación en que se encontraba. Es en este instante donde todos los elementos paródico-irónicos de la historia se funden en la tragedia y desembocan en el fracaso moral y religioso del protagonista».

El campesinito no entendió ni jota de lo que el intelectual le había dicho pero juzgó que sus palabras habían sido harto bonitas así que aplaudió entusiasmado. El intelectual le hizo un gesto de agradecimiento a su compañero y luego le pidió que formulara su pregunta. El campesinito se quedó pensando un rato y dijo: “Pos dígame vusté cuál es el animal que por la mañana baja el monte en tres patas y por la tarde lo sube en cuatro”. El intelectual juzgó en un principio que esta pregunta se trataba de una variación del acertijo ese que la esfinge le hizo a un tal Edipo pero luego descartó esa posibilidad. Pensó luego que seguramente se trataría de un animal común en la tierra del campesino, así que repasó en su cabeza diversos estudios etnográficos (entre ellos los de Emilio Yunis y Carlos Alberto Uribe Tobón) para determinar el origen de su compañero y sus costumbres. Cuando se hubo hecho una idea más o menos clara de esto, comenzó a analizar los animales que habitan en aquel lugar, apoyándose siempre en los estudios zoológicos detallados de Raúl Alejandro Martínez. Separó entonces a los animales salvajes de los domésticos, a los reptiles de los mamíferos, a los cuadrúpedos de los bípedos y hasta a los patos de las gallinas, pero aún así no encontró respuesta alguna.

El intelectual duró bastante tiempo pensando, tratando de acordarse de todo cuanto sabía, repasando en su mente hasta los artículos de la Encyclopaedia Britannica. Y quedó sorprendido y abrumado (asombrado), al ver, como toda su erudición y su saber, se le iban derechito pa’ la mier… Y cuando el bus paró en el Museo del Oro el campesinito dijo entonces: “Disculpe sumercé lo que pasa es que yo ya me tengo que bajar y vusté no me ha dao respuesta, sería tan amable de pagarme mis cien mil pesitos”. El intelectual resignado y casi de mala gana le dio a éste su plata. “Gracias” dijo el campesinito sonriendo y levantándose el sombrero cuando recibió el dinero, luego se paró de su puesto y se bajó del Transmilenio. Antes de que se cerraran las puertas, el intelectual salió corriendo detrás del campesino, lo tomó por un hombro y le dijo desesperado: “¡Oiga espere! pero dígame, dígame cuál es ese animal que por la mañana baja el monte en tres patas y por la tarde lo sube en cuatro”. ¡Jajá! ¿Y saben qué pasó parceros? Pues que el campesino comenzó a rascarse la barbilla, luego se quitó el sombrero y se rascó la calva, volvió y se puso el sombrero, se sacó un billete de diez mil del bolsillo, se lo entregó al intelectual y siguió por su camino. ¡Jajá!, ¿cómo les quedó el ojo parceros?

 

BIBLIOGRAFÍA

Carrasquilla, Tomás. “Luterito”. Cuentos. Bogotá: Editorial Alfaguara, 2008. 

BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA

Bajtín, Mijail. De la prehistoria de la palabra en la novela.

Bedoya, Luis Iván. Ironía y parodia en Tomás Carrasquilla. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1996.

Bushnell, David. Ensayos de Historia Política de Colombia, siglos XIX y XX. Medellín: La Carreta Editores, 2006.

Palacios, Marco. Entre la legitimidad y la violencia. Bogotá: Editorial Norma, 2000.

Concilio Vaticano I. Recuperado el 17 de febrero de 2009 de:

http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/dhy.htm
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(*) Colaborador.

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