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Temblores de humo

 

 

 

Cigarette Butts in Dirt 11-14-08 IMG_7513, Flickr, stevendepolo
Cigarette Butts in Dirt 11-14-08 IMG_7513, Flickr, stevendepolo

 

 

Fernando Araújo Vélez (*)

Tú creerás que tiemblo porque me fascinas, pero verás, tiemblo porque siempre tiemblo, qué le vamos a hacer, porque fuera de eso me gustas, además, porque vas a suponer con mi temblor que me fascinas.

Tres temblores en uno. Para que no te imagines lo que no es, voy a tratar de explicarme: me concentro en mis nervios cuando estoy contigo, pero con ello sólo consigo alterarme más. De repente tú me pides un cigarrillo, y yo te miro como si me hubieras pedido un hipopótamo. Es un instante, un instante nada más que puede definirlo todo. Estoy cerca de la catástrofe, y no es porque me gustes tanto, ¿sabes? Entonces me hago el distraído, saco los cigarros muy despacio, controlando la situación, y pruebo a ofrecerte uno del paquete. En ese segundo ya sé que me temblará la mano mucho más de lo que empieza a temblarme, pero no puedo delatarme, y mucho menos delatarme de un crimen que aún no he cometido. Decido, pues, recoger la cajetilla y sacar el cigarrillo; amenazo con lanzártelo sobre la mesa, tú haces cara de esto no puede ser.
Ese segundo es decisivo para mí, pues entre tu asombro y mi sonrisa surge un aparente descontrol que aprovecho para dejar el cigarrillo ante ti, como por pasar. ¿Querías un cigarrillo, no?, te digo, y hago el gesto de los tipos indiferentes en las películas. Tú respondes sí, supongo que algo extrañada, te llevas el cigarrillo a la boca y aguardas a que te lo encienda. Ahí es cuando maldigo los tiempos actuales, porque antes todos los meseros de bares, restaurantes y demás se abalanzaban sobre quien sacara un cigarrillo para prendérselo. Era sinónimo de buen gusto fumar, el dios del humo era el más feliz de todos los dioses, contaba por millones a sus fieles adictos, quienes no se perdían una sola película de Bogart o de Clark Gable en la que, lentos, sacaran de su pitillera de plata un cigarrillo para hacer más largo y ansioso el momento del primer beso. Y el sonido del fósforo, a lo Misión imposible, ¿lo oíste alguna vez? Era perfecto, te metía dentro de la historia, casi te hacía sentir el humo, tocarlo, olerlo.

Ahora ya no hay más pausas en las películas. El héroe no fuma cuando ha matado a su enemigo o cuando ha perdido 10 mil dólares al póker, y las mujeres no se ven tan sensuales como Marlene Dietrich cuando pedía “fuego” con aquellas boquillas que eran el refinamiento.Si hasta se ha perdido aquel antiguo coqueteo, cuando una mujer te decía que le gustabas con sólo insinuarte que le encendieras el cigarrillo.

Era como un rito, magia. Hoy te pedirán un chicle, un dulce, el aniquilamiento descarnado del romanticismo, porque era romántico aguardar un segundo para responder la pregunta más difícil, mientras prendías tu cigarro, y era romántico bajarse del bus y encender tu pucho como diciéndole al mundo no tengo prisas, a mí nada terreno me importa. Pero, sobre todo, ¿no hubiera sido romántico que los meseros te prendieran el cigarrillo para que no fuera tan obvio que me fascinas?

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online. Tiene a su cargo la edición de los Festivos del periódico El Espectador.

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