El Magazín

Publicado el elmagazin

La paradoja Vilma

 

 

Wee Westie Longing for Squirrel Dinner, Flickr, Randy Son of Robert
Wee Westie Longing for Squirrel Dinner, Flickr, Randy Son of Robert

 

Juan Villamil *

Vilma me pidió que la acompañara a vender la casa. He estado leyendo en las noches, y no sólo por las indicaciones de Andrea -aquí ocupar el tiempo lo es todo-, de modo que ¡Esto es un plagio, un plagio!, grité de golpe alterado, dispuesto a permanecer así hasta tanto ella no aceptara que yo tenía razón. Así son las cosas con Vilma. Hace una semana mi primo Andrea me lo advirtió: No te creas nada de lo que te diga. A Vilma hay que dudarla. A la vuelta de la más insignificante variación de una rutina podrías encontrarte con que Vilma ya no es la misma. Y sabes lo que eso significa. Pero, ante todo, jamás le respondas con monosílabos… Con sí o con no, quiero decir; tienes que leer más, algo tan básico… Te decía, pues, que nada de monosílabos con Vilma. Si lo hago, tal vez pierda una de mis manos; en el mejor de los casos, que viene a ser el caso Andrea. También por eso dije ¡Esto es un plagio, un plagio!, en vez de simplemente sí, Vilma, vamos a vender la casa… pero cuál casa. La casa del perro, me dijo con esa inflexión de la voz con que se dicen las perogrulladas. ¡Ah!, exclamé, y ahí estuvo el recuerdo persistente de Andrea: la casa del perro… Pero Vilma, aquí no hay ningún perro. Ella me observó desconcertada, irritada. ¿Acaso no comprendes nada de nada? Fue una pregunta retórica. ¡Por eso vamos a robar uno!, concluyó. ¡Ah!, exclamé otra vez, ¿y qué tipo de perro quieres robar? ¡Uno neoyorquino!

La frase se repitió en mi cabeza, y por un instante creí que la había pronunciado. A la memoria me vino la voz tenue del tío Octavio, sentado en su gran sofá café, reclinable, fumándose algún habano extranjero y jadeando: No menciones… gentilicios… frente a… Vilma. Lo apacigüé apretándole la mano y asintiendo; no quería causarle más molestias. Además, ya había comprendido que nada de gentilicios frente a Vilma. Poco tiempo después Andrea me explicó lo que es un gentilicio, y el asunto del tío Octavio estuvo resuelto.

Excelente elección, Vilma, le respondí. Si hace planes, Vilma se sustrae de la realidad y se pone en un plano distinto, uno más elevado, al que mis palabras llegan sólo después de unos segundos. Lo sé, lo sé, musitó sin mirarme, con la barbilla elevada al cielo de una manera finísima. Los perros neoyorquinos son los únicos en el mundo que no ladran en el día, sino exclusivamente en la noche. Es una virtud invaluable, ¿no te parece? Ahora sí bajó la mirada sobre esta realidad, sobre mí. ¡¿Que si me parece?!, exageré, ¡Por supuesto y mucho más! Los perros de Nueva York sí que son únicos en el mundo. Vilma asintió complacida y se dio la vuelta, sobre el baúl, metiéndose casi hasta la cintura. Yo seguía ahí parado en medio del salón, mirándola remover reliquias familiares y repitiendo mentalmente los bengalíes tocan el tambor los bengalíes tocan el tambor los bengalíes tocan el tambor. Antes de dejar la casa, madre se me acercó por la espalda y me susurró al oído: Que Vilma no te excite. Su consejo me dejó estupefacto, lo reconozco. Se trata de madre, a fin de cuentas, y uno no imagina que… Por eso también es preferible que cada quien ofrezca su consejo a solas, y no en medio, por ejemplo, de una reunión familiar. Es una tradición bien pensada. De modo que cuando una situación me ponía en peligro, yo recitaba el consejo de madre en mi cabeza. Pero pronto descubrí que el seseo causado por la x y la c tiene una naturaleza erótica contraproducente. Funciona mejor una frase neutral, como las catedrales tienen copas de oro o los bengalíes tocan el tambor.

Al regresar del baúl, Vilma traía en la mano una ballesta. A nosotros nos gustan las armas de largo alcance, lo sé, sin embargo, si ella me lo hubiera preguntado, esta vez le habría recomendado una picana. Son más simples, más elegantes. Pero no lo hice. Con frecuencia me impongo ciertas restricciones sin sentido aparente, y tan cargadas de sentido común. No en vano he permanecido aquí una semana.

Fuimos al último nivel de la casa. Me resiente no ser caballeroso con Vilma; después de todo, ella es la mujer y yo el hombre, pero Lucrecia no se tomó toda esa molestia de explicarme que siempre debo caminar delante de Vilma para nada. Ciertas cosas ocurren de una única manera, y cuestionarlas es llevar rocas colina arriba. En la azotea Vilma me pidió elegir un buen lugar. Fue la esquina oeste de la casa –pronto el sol estaría detrás de nosotros-, en medio de dos grandes cajas de madera, pues las ballestas tienen mayor precisión al ser disparadas desde un punto fijo. A Vilma el lugar le causó alegría. Cuando sonríe, me parece que es la mujer más bella que he visto jamás. Y puede que lo sea. En fin, Vilma estaba feliz ubicada en medio de las dos cajas, y sonreía, y esperaba que pasara algún peatón con un perro para robárselo. Ocurrió después de más de dos horas. Un niño de quizá seis o siete años caminaba distraído por la acera que colinda con el frente de la casa. No se puede negar que Vilma es particularmente astuta: arrojó un escupitajo al suelo desde la terraza. Antes de continuar su camino, el perro mismo (¡la naturaleza es siempre el mejor aliado!) jaló del niño hasta la pared oeste de la casa. Allí fue un blanco fácil para Vilma. Disparó con precisión, y la corta flecha viajó recta hasta golpear el hombro del niño. El perro aulló y el niño lloró y derramó sangre en la acera, pero fue una buena maniobra en general. ¡¿Viste, viste?!, interrogó excitada, orgullosa. ¡Lo vi todo, cada movimiento! Le habría dicho también que su destreza era admirable, pero a Vilma no se la puede lisonjear de manera alguna. Son las recomendaciones de la tía Edna, y una madre bien que conoce a su hija.

Bajamos corriendo y capturamos el perro. Lo hicimos desde la pequeña ventana del sótano, usando una vara larga con una red al final, como las que se usan para atrapar mariposas, pero enorme. Fue fácil ya que el perro no se movió del lado del niño. ¿Sabes lo que esto significa?, me preguntó Vilma con las cejas levantadas. ¡Que pronto tendrás tu perro de Nueva York!, dije. ¡Sí, sí, sí!, repitió ella mientras iba por la jaula. Pocas veces la vi antes tan feliz.

Ya que el señor Bryan no haría su caminata hasta después del atardecer, aún teníamos tiempo para cenar. Vilma me preparó un bistec, por supuesto, y yo a ella una pasta en salsa carbonara. Siento que si le preparo pasta a diario, tal vez algún día ella lo haga para mí. Es difícil saberlo. Al tío Octavio le preparó su paté de hígado de ganso en una oportunidad, y fue allí donde tragó el veneno que le cerró el esófago. Es el tipo de riesgo que se debe correr. Pero puede que sea distinto conmigo. Y si no ocurre que Vilma haga pasta, está bien seguir comiendo bistec; le queda bien porque usa sólo carne magra. Es lo principal en un buen bistec. Lo aprendió de padre. Pobre padre, no debió enseñárselo.

El señor Bryan y el Bull Dog aparecieron cerca de las siete. El perro de la tarde fue un anzuelo perfecto, aún sin que ninguno se lo hubiera propuesto, pues en realidad era una perra y no hizo otra cosa que orinar desde que Vilma la encerró en la jaula. El Bull Dog entró sin dificultad por la pequeña ventana; Vilma lo atrapó en el acto. ¡Un perro neoyorquino!, gritaba emocionada. ¡Un perro de Nueva York!, gritaba yo. El señor Bryan tocaba a la puerta con insistencia. Si yo mismo no hubiera intentado abrir la puerta cientos de veces por las noches, me habría parecido que sería tumbada en cualquier momento. Se cansará de llamar, dijo Vilma restándole importancia. Ahora lo fundamental es lo que haremos con el perro. ¿Y qué es lo que haremos con él, Vilma?, pregunté. ¡Pues medirlo, tonto!, me dijo; ¡es que no atrapas una! Y en ese momento la verdad era que todavía no la atrapaba. ¿Y para qué medirlo?, insistí. ¿Y cómo esperas que le compremos una casa si no lo hemos medido?, dijo fastidiada. Entonces nos dimos a la tarea de medir al Bull Dog.

No era muy grande. Según el encargado de la tienda, bastaría con una casa mediana. Aún así, Vilma encargó que fuera extra grande, ya que siempre es más fácil encontrar compradores de casas grandes con perros pequeños, que a la inversa. Te sorprendería lo que hace la gente por la comodidad de sus mascotas, empezó a decirme al dejar el auricular. Por eso te pedí que me acompañaras a vender la casa: quiero que aprendas. Le agradecí sus intenciones, aunque ya estaba cansado, quería dormir, y perdía gradualmente el interés por el asunto de la casa. Vilma, en cambio, apenas podía contener la emoción. Y no quería quedarse sola. Acordamos que estaría con ella hasta la llegada del encargado, y entonces me podría ir descansar sin remordimientos, y tal vez olvidarme para siempre del tema.

La camioneta de la tienda de mascotas hizo un ruido estrepitoso al estacionarse, y el fogonazo de las luces iluminó no sólo la sala, a oscuras, en la que Vilma y yo seguíamos esperando, sino mi mente. El día en que fui enviado a vivir con Vilma, mi hermano Rogelio me interceptó en uno de los pasillos y me dio su consejo sujetándome por el brazo: Aunque ella te lo pida, no salgas de la casa. Sin que pudiera agradecerle, Rogelio me soltó, tanteó la pared y se fue caminando por el pasillo, dando suaves golpecitos con su bastón. Permanecí atento a lo que pasaría, taciturno al lado de Vilma. ¿No piensas recibirla?, dijo ella secamente al escucharse el primer golpe a la puerta. Preferí no responderle, esperar. Si no vas por ella, ¿dime entonces qué casa vamos a vender, eh?, exclamó divertida. Rogelio continuaba aconsejándome adentro de mi cabeza. El segundo llamado fue más fuerte. Si no vas por ella, no tendremos casa para vender, susurró en mi oído. No respondí. El estrépito de antes volvió a escucharse, y se fue alejando hasta desaparecer. Vilma se levantó del sofá llorando y caminó a la cocina. Al volver traía un cuchillo en cada mano. Apreté los ojos y aguardé en silencio, pensando en mi hermana Claudia, y en lo que le aconsejaría al regresar a casa.

———————————————————————————————-
(*) Colaborador.

Comentarios