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Diciembre: Ron, rumba y recuerdos

canciones

La música tiene una ventaja enorme sobre las demás formas de arte por la sencilla razón de que deja callos en el alma.

Libaniel Marulanda *

¡ En Radio Santa Fe, desde noviembre la música de diciembre! Esta cuña radial emitida por la emisora mejor posicionada en los años sesenta en Bogotá, era la bandera de partida de los éxitos de diciembre que, con notable retraso, también llegaban al Eje Cafetero y conseguían dejar huella en los oyentes. Anteponiendo el principio (además constitucional) de la buena fe, digamos que en aquella época, por lo menos en Colombia, no se conocía la reprobable y nefasta práctica de la payola (cobro ilegal de algunas emisoras por hacer sonar artistas). Bastaba con que la canción y los intérpretes tuvieran un mínimo de calidad para que la música grabada llegara a todos los hogares, en donde la radio estaba entronizada como el insustituible medio de contacto con el mundo exterior.

Siempre he creído que la música tiene una ventaja enorme sobre las demás formas de arte por la sencilla razón de que deja callos en el alma. Y como el único ser bajo el sol que necesita y paga por ponerse triste es el hombre, pues para eso también está la música. La música de diciembre, justamente, tiene esa sobrecarga de nostalgia, un sentimiento que tiene mucho qué ver con la economía, en este mes donde se dispara el consumo. Y la nostalgia nos viene del recuerdo de la niñez y la felicidad de ser niños, y se exalta en las navidades con los juguetes, los regalos, las novenas… Y la música, entonces, sobrealimenta el jolgorio, crea recuerdos y termina por dejar su impronta en el corazón. Así de simple.

La ola de música decembrina tuvo sus albores con los cantantes y agrupaciones de los años 40 y 50. Las voces de Guillermo Buitrago y Carlos Meyer con la Orquesta de Rafael de Paz son imprescindibles, cuando se pretende una antología. Luego, hacia 1960, a Bogotá concurrían en democrático coctel todos los ritmos bailables de Colombia y del Caribe; Aníbal Velásquez, con su acordeón y sus guarachas comenzaba a colonizar el dial; las grandes orquestas colombianas alcanzaban el último peldaño del éxito para comenzar a caer en picada, Venezuela pisaba fuerte con la memorable Billo’s Caracas Boys; surgían Los Corraleros de Majagual, Los Teen Agers entraban en la recta final para reencarnar en Los Ocho de Colombia, mientras el eterno loco, Gustavo Quintero resurgía con Los Hispanos, en su primera época.

En 1960, Pedro y José María Fuentes Estrada, con el visto bueno de Antonio Fuentes, fundador de la dinastía fonográfica Discos Fuentes, idearon una producción en formato de long play que agrupara los éxitos de cada año. Un año después, en 1961, nació el álbum 14 Cañonazos, que en diciembre de 2010 llega al número cincuenta. El título es una clara alusión a los cañones de Cartagena, lugar de nacimiento del fundador y su empresa. No obstante la irrefrenable piratería, que en diciembre hace su agosto, el mentado álbum es todo un machete, como suelen decir los vendedores ambulantes.

En el ámbito regional, que cubre la zona influenciada por la tradición paisa, una cierta picaresca amerengada se toma el último mes del año. Sus orígenes podrían ubicarse en canciones emblemáticas, como esta del cantautor Joaquín Bedoya: “Yo soy un negro antioqueño de carriel y de peinilla/ vengo en busca de una negra que sea de Barranquilla/ para hacer la noche buena a lo paisa y sin dolor/ y que tenga buena paila que yo muevo el mecedor…”.

Eso del doble sentido es condición sine qua non. Ante la presión que ejercen sobre los compositores las disqueras, de una parte, y la tolerancia social de un vocabulario soez, la música parrandera de este lado del país cada año es más directa. Las letras, la instrumentación, la melodía y la armonía continúan siendo facilistas, precarias y repetitivas. Se salvan de la vulgaridad algunos chispazos de contenido político o que caricaturizan episodios de nuestra realidad macondiana; tal es el caso del humorista Vargasvil.

Resulta inconcebible una temporada decembrina sin baile, aguardiente y consumo. No en balde los precios del mercado se trepan y las licoreras multiplican sus despachos; los muchachos de ahora, entre trago y danza, comienzan a abonar el terreno para cuando el paso de los años los convierta en muchachos de antes, en víctimas indefensas del virus de la nostalgia…

Tal vez suene a carreta de intelectualito, pero considero que no es ajena al tema la teoría del ruso Iván Pávlov: suena la campanilla, se sirve la comida, se activa la producción de jugos gástricos en el perro; luego, basta con sonar la campanilla para que el fiel animal asocie sonido con comida. Suena la cuña institucional de Caracol, compuesta en los cincuenta: “De Año Nuevo y Navidad, Caracol por sus oyentes formula votos fervientes de paz y prosperidad”. Las emisoras ponen un villancico. Se activa el recuerdo, la regresión a la infancia, la adolescencia, el baile, la primera novia… He aquí el callo que ha dejado la música en el alma de los humanos: ¡Puro reflejo condicionado! Que lo digan los publicistas, los pesos pesados del mercadeo y los programadores de radio.

Como ya se ha dicho, las canciones decembrinas, en últimas, son un catálogo de las preferencias de los oyentes en cada año. Por causa de la sobreoferta fonográfica y la capacidad de compra que se amplía al doble en cada diciembre, por el efecto de las primas, cada año trae su paquete de música bajo el brazo. Cada disquera trata de colocar en el mercado su respectivo álbum decembrino y cuando algún éxito ha sido desbordante en el catálogo de la competencia, se recurre entonces a la solución más económica: en vez de negociar derechos comerciales por la reproducción del tema original pegado, se fusila la canción que sea. La tecnología actual de grabación digital y los avances en el diseño de instrumentos de teclado facilitan esos fusilamientos, cuya ejecución corresponde a las agrupaciones de planta de los estudios fonográficos.

Quisimos elaborar una relación antológica de los grandes temas navideños. Recurrimos a varias personas, vinculadas a la música. Aunque cada una le introduce sus particulares recuerdos a la lista, de todas maneras ha sido posible insertar en este escrito una selección de treinta títulos. El lector juzgará cuán fuera del tiesto está la siguiente, que se ha preparado de acuerdo con los temas sugeridos por los radialistas quindianos, José Nelson González Aguirre, Carlos Enrique Rincón y tres músicos. El orden no es jerárquico.

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(*) Escritor.

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