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Todos fuimos Ulises

Ilustración de Howard Pyle (1910). Procedencia: Flickr, freeparking.
Ilustración de Howard Pyle (1910). Procedencia: Flickr, freeparking.

Orlando Monsalve*

Cuando era niño escribí un ensayo que se llamaba “Ulises encadenado”. Vivía fascinado por la mitología griega y reflexionaba sus temas bajo el más ínfimo sentido cómico con el que se deberían leer varios textos a esa edad, algo parecido a lo que se vive cuando leemos los cuentos de Augusto Monterroso.
El ensayo apuntaba principalmente a la degradación del héroe moderno frente a los más rememorados de la antigüedad. Cómo estos personajes modernos podían recrear la admiración que sentíamos frente a los clásicos  mediante sus aventuras hacia la introspección y, detrás del escudo de la cobardía, sus recorridos a través de conjeturas y razonamientos pueriles. Aquél texto era corto y con la inocencia de las pocas palabras analizaba el episodio en el cual Ulises le pide a sus marineros ser amarrado para escuchar a las sirenas y caer en el éxtasis de la perdición. Yo proponía otro escenario, quería imaginar a Ulises tapando sus oídos y permitir que toda su tripulación se perdiera en ese mar de asonancias y él, como el buen héroe mártir que fue, tuviera que controlarlos y contenerlos a todos. Yo suponía ese escenario más beneficioso, creía darle a él la consolidación por medio de una pila de sufrimientos garantizándole la posteridad invadiendo no sólo occidente, al que se echó al bolsillo, sino el mundo entero.

Cuando le mostraba mi texto a los mayores, ellos reían o me felicitaban dándome golpecitos en mi espalda. Mis amigos y socios contemporáneos no eran una opción ya que ninguno tenía interés alguno en leerme, o de leer en general. La mejor musa de un poeta es la soledad, el escritor tiene que sufrir la soledad y a la vez sufre la literatura. En el caso del niño poeta es más terrible: el niño sufre la poesía y la soledad sin amparo alguno y ninguna voz que le aliente. Como ellos, yo tuve que sobrevivir en mi propia isla sin concebir la idea de ser salvado o leído, rodeado de personas sin esperanza, personas que reencarnaban la porcina caída de la tripulación de Ulises. Yo quería aproximarme a la obra porque a esa edad, y al descubrir algún texto que se me presentaba como una revelación, uno se creía un héroe que debía salvar a quienes se encontrara de frente, ayudarles y llevarlos hacia la isla guardándolos de cualquier peligro. En cierta parte quería vivir ese episodio apócrifo de Ulises con los oídos tapados contra el mundo. Así nos deja la literatura: sordos, insensibles y con los ojos bien abiertos.

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(*) Nació en Barrancabermeja un 19 de noviembre. Es ingeniero de profesión y escritor de vocación. Actualmente trabaja en un libro de cuentos llamado “Antología de hombres y rostros” que se publicará el próximo año.

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