El Magazín

Publicado el elmagazin

Esas ganas locas de matarlo

Margarita Londoño. Foto: David Campuzano
Margarita Londoño. Foto: David Campuzano

La escritora caleña publicó su primera novela con el sello independiente Ícono. Su obra profundiza sobre los motivos y las maneras de matar a sus maridos que tienen las mujeres. Para Margarita Londoño el asesinato de las mujeres es un asunto, básicamente, de posesión.

Fernando Araújo Vélez *

Supo de una mujer que acuchilló a su marido, un proxeneta de los barrios bajos de Cali, porque éste dejó de amarla y la confinó a “trabajar” en los baños de la Terminal de Transportes, y escribió que ella, Anabel, “seguía siendo una mujer enamorada y despechada capaz de matar a su marido por amor o, por el contrario, por el odio que genera el desamor”.

Supo de otra mujer que en París, Boulevard Saint-Germain, escuchó las excusas de su novio-amante-compañero para abandonarla y lo dejó hablar e irse a respirar la noche y su pena, para luego recibirlo llena de ternuras. “Me quedé profundo hasta que sentí que algo me impedía moverme. Me desperté asustado. Esa loca me había amarrado de pies y manos. Se me acercó con una jeringa y, aunque me revolqué para defenderme, terminó inyectándome algo que debió ser heroína. Mientras me ‘chuzaba’ daba gritos histéricos: ¡Te mato, te mato! ¡Maricón! Si me contagio de sida, tú también lo harás”.

Supo de otras decenas de historia similares que conoció en sus viajes como política a las cárceles del país y un día, cinco años atrás, decidió escribir. Decidió contar aquellas vidas, aquellas mujeres, y sus propios miedos y deseos, los de sus amigas y familiares, los de su mundo y los del otro. “Esas ganas locas de matarlo”, garabateó un día a modo de prueba en una hoja. Puso su nombre debajo, Margarita Londoño Vélez. Se encerró. Habló. Estudió. Se inventó a una mujer, Elisa, a quien le traspasó algunos de sus rasgos, y a un marido, Fabio Millán, a quien deseaba matar. Entonces comenzó a teclear: “Ese día, después de hacer el amor, sentí por primera vez un deseo irrefrenable de matarlo”.

Muchas páginas más adelante, pasados cientos de desengaños, frustraciones, ausencias y pequeños odios, Millán fue asesinado. No había sido ella, pero nadie le creyó. Los hechos, sus estudios, sus anotaciones sobre el asesinato, la muerte, el amor y su contrario la incriminaron. Fue condenada por un delito que no cometió, pero lo había deseado.

“Que una mujer enamorada busque la muerte de su amado es algo difícil de entender, porque significa que por encima del amor existe, en la mujer, un sentimiento más fuerte que es el de la posesión. Quien mata por no querer perder a su amado está convencido de que muerto no lo pierde, pero lo perdería si, al estar vivo, él la dejara por otra”, escribió Londoño.

Por posesión, odio, locura, venganza, amor incontrolable o deseo frustrado, por todo lo anterior o por mucho más, la historia de los crímenes femeninos ha sido siempre un misterio. Tal vez uno de los casos que mejor ha ilustrado ese aparente sinsentido ocurrió poco menos de 100 años atrás.

“¿Por qué mató a su marido?”, le preguntó un juez a una mujer ya madura que lo miraba a los ojos sin importarle su posible condena y quien dijo llamarse Rose Hoyba. “Porque era muy aburrido”, respondió ella, impasible, segura. Luego dijo que no sólo ella lo había asesinado por hastío, y contó que mucho tiempo atrás, 10 años, cuando los hombres del poblado —Nagyrev, Hungría— se habían ido a combatir a las tropas alemanas en la Primera Guerra Mundial, ellas habían comenzado a hablar de sus vidas, de la opresión, del espacio que les habían robado, de las ilusiones masacradas, los abusos, silencios, deslealtades e infidelidades, del amor-mentira que les habían inculcado, del amor-príncipe azul que jamás había aparecido, y una vecina comentó que por ahí cerca vivía una vieja alquimista que las podía ayudar. La señora se llamaba Julia Fazekas. Había sido juzgada varias veces por abortos ilegales y práctica oscuras. Siempre resultaba inocente.

Cuando le hablaron, dijo que todo sería muy sencillo. Poco antes de que los hombres retornaran de la batalla, les entregó a las mujeres sus respectivos frascos de perfume con veneno. “Déjense amar una vez, déjense besar”, les sugirió. Su “perfume” hizo el resto. Sin embargo, el crimen que cometieron aquellas 38 mujeres pasó inadvertido hasta 1929, cuando un fotógrafo quedó mal herido, sobrevivió y denunció a su amante asesina. Ella contó lo que había ocurrido. Todas fueron enjuiciadas y condenadas por asesinato en primer grado. Todas, también, se ufanaron de no haber matado jamás a una mujer.

La historia quedó como detenida en el tiempo, un capítulo más de los misteriosos crímenes femeninos, de sus motivos, culpas, razones y remordimientos. Una página apenas de un infinito libro que se ha escrito día tras día, línea tras línea y nombre tras nombre desde tiempos inmemoriales, y cuyo corolario podría ser, como escribió Elisa, “Quiero abandonarlo todo, pero me resulta difícil desprenderme de tanta tristeza, de tanto abandono”.

*************************************

Una vida entre el periodismo y la literatura

Margarita Londoño Vélez estudió Comunicación Social en la Universidad del Valle, con especialización en Administración de las Comunicaciones y maestría en Periodismo en la Universidad de São Paulo, Brasil.

Fue directora del diario Occidente y del Departamento de Gestión Ambiental de Cali, además elegida senadora de la República para el período 1998-2002, candidata en dos ocasiones a la Alcaldía de la capital del Valle del Cauca y una de las creadoras del canal regional Telepacífico.

Publicó dos libros infantiles con Ediciones Norma y ha escrito ensayos y columnas de opinión para los principales medios del país.

En Esas ganas locas de matarlo hace un profundo análisis sobre el amor, la muerte, la verdad y la justicia, la libertad y la psiques de ciertas mentes asesinas femeninas, con toques de humor, misterio y romance.

————————————————————————————————–
(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online. Tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos del periódico El Espectador.

Comentarios