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Sublimación

 

Glass of water, Flickr, gfrphoto
Glass of water, Flickr, gfrphoto

 

Astrid Ávila *

respirar.
intr. Dicho de un fluido que está encerrado: Tener salida o comunicación con el aire externo o libre.

I.

Me pregunto qué procesos increíbles y diminutos ocurren en las partículas de agua para que ésta se convierta en hielo. El hielo es un cuerpo sólido hecho de agua muy fría. El agua es H2O, lo que significa algo de oxígeno y algo de hidrógeno. El oxígeno sirve para respirar, pero también para ahogar cuando es agua y para enfriar cuando es hielo. Miro por la ventana, paso un sorbo de agua y no puedo creer que lo que viaja por mi garganta sea un cúmulo indescriptible de elementos químicos que, por cuestiones del azar o de un orden oculto, se han vuelto redes cristalinas que han formado a su vez esta textura líquida, insabora, incolora. ¿Cómo puede ser real algo sin sabor y sin color… sin consistencia?

Afuera de la ventana está el vértigo, luego el vacío y por último la caída. Desde adentro se percibe todo eso horizontalmente. Cuando sales y saltas, sin embargo, todo se vuelve vertical y por primera vez logras sentir la gravedad en toda su magnitud. La ley de la gravedad dice que todos los objetos tienden hacia el centro de la tierra, es decir, hacia abajo. Cuando caes desde la ventana no hay posibilidad de volver; cuando caes no regresas nunca a la periferia porque quedas atrapado sin salida en el centro del círculo. Yo no he caído. Yo estoy adentro de la ventana mirando hacia afuera, intentando descifrar cuántos metros habrá de acá hasta el piso y tomando agua. Cerca, en la cama, está Magda todavía dormida, porque se me había olvidado pero es muy temprano, casi las 5. Paso los dedos por el borde de mi vaso con agua, dando pequeños saltitos sobre los cubos de hielo que se asoman a la superficie. Me cansa pensar en la transitividad de las cosas. Por eso a esta hora estoy mirando hacia afuera, cansado, cuando debería estar dormido esperando a que el cansancio se vaya.

Veo el cuerpo de Magda dándome la espalda, en posición curva, como siendo abrazada por algo que yo no puedo ver. Escucho que respira en medio de un sueño agitado, pero no veo su cara, no veo nada más que la forma de su cuerpo cubierta por las cobijas. Si estuviera despierta me hablaría de la gravedad y me diría que en rigor es una fuerza que nos empuja hacia arriba pero que, por un defecto genético, los seres vivientes hemos nacido con las extremidades dirigidas hacia el lugar equivocado y hemos trastocado sus funciones, y por eso caminamos con los pies y no con la cabeza. Mientras Magdalena duerme a mí me gusta pensar en lo que ella diría si estuviera despierta; y en la persona que la abraza cuando no está durmiendo a mi lado, que es casi siempre. Tiene que ser una persona a la que le gusten las ventanas abiertas y el contacto del cuerpo desnudo con las sábanas frías.

Cuando piensas en una persona que no conoces, cada rasgo de su personalidad que te inventas tiene una correspondencia directa con algún detalle de su aspecto físico, aunque resulte casi imperceptible. La persona que abraza a Magda por las noches está tan acostumbrada a su aliento mientras duerme, que cuando no está con ella suele tener pesadillas y levantarse hundido en pánico, como reacción física ante la ausencia de una constante. A mí no me hace falta su aliento por la noche; ni siquiera el ritmo de su respiración que ya he aprendido a conocer. Casi nunca dormimos juntos, porque mientras ella duerme yo suelo sentarme desnudo a mirar hacia afuera.

Las veces que duermo a su lado es como si ella se elevara y dejara de ser cuerpo y fuera agua evaporándose. Lo he sentido más de una vez y por eso nunca intento rodear su cuerpo con mis brazos mientras está dormida. La luz del día se ha acercado y ahora traspasa las rendijas de la persiana. Un rayo delgado llega hasta mi cara y me saca de un corto letargo en el que no hubiera podido distinguir los sueños de lo real. Dirijo la mirada a la cama, y de Magdalena sólo queda ya la tibieza del cuerpo sobre las sábanas. Me paro, salgo de la habitación y no la veo, pero escucho su voz lejos, a escondidas. Regreso a la cama, dejo caer mi cuerpo exhausto sobre las sábanas que todavía retienen el calor de su espalda e intento sumergirme en un sueño inmóvil, con la mente en blanco. Mi cuerpo se expande como si hubiera salido por la ventana, estuviera en la etapa del vértigo y se acercara lentamente a la caída. Entonces siento la respiración de Magda sobre mi boca. Abro los ojos y no la veo claramente, mis ojos no pueden enfocarla.

II.

Me paro y camino, fijando diferencias entre el universo de los ojos cerrados y el de los abiertos. De pronto es que en el de los abiertos el cuerpo es una entidad cerrada que se abre eventualmente para recibir placer o dolor. En el otro todos somos lo mismo y no hay niveles de nada, no hay grados de separación ni muros impenetrables. Pensando, me encuentro con la nota de anoche:

Magda

Fuera de mi alcance

“dada al infinito, sin miedo a morir”

Si abrieras los ojos por primera vez, me verías bien, como se ve a la gente en la

calle, expectante siempre de algo más. A la espera de recibir dolor. Tan

hambrientos todos.

Magdalena

debajo siempre hay algo más

escapándose

escabulléndosele a la razón

como tú.

El amor es la constante tensión que define quién se enloquece primero. Por eso no creo en las personas ni en las cartas ni en las palabras que dicen cosas importantes. De pronto crea en el placer del cuerpo. Por eso me sumerjo en este lago de emociones subacuáticas, donde mi cuerpo que es diferentes cuerpos a la vez se expande hasta volver a la superficie y tornarse vapor. Por eso sólo creo en las personas desdoblándose en mil realidades simultáneas, alcanzando los resbaladizos límites de lo racional. La nota me persigue con sus pliegues multiformes. Las voces que salen de ella me penetran tan adentro que caigo de espaldas y lo recibo entre mi cuerpo, absorbiendo una a una esas palabras que, como pájaros, hacen nido adentro de mí.

III.

En este lugar los pequeños ruidos siempre me estremecen. Sumido en las cuatro paredes del baño todo adquiere dimensiones extravagantes, hasta el más inapreciable sonido. Con la luz apagada, abro los ojos de par en par y las formas se vuelven irreconocibles, como si empezaran a unirse unas con otras y se volvieran un inmenso cuerpo informe. Casi razón. Poco menos que razón. Deslizamiento de algo que no quiere alcanzar razón, para no quedar anclado en su acotada zona. Voces externas fluctúan en mi cabeza como intentando expandir las fronteras físicas. Afuera se escucha la brisa golpeando contra los edificios, y hasta mi oído se desliza un leve hálito de viento que se coló por la rendija de la puerta del apartamento hasta el baño, y que ahora recorre mi cuerpo desde la cabeza hasta las piernas.

Estoy pensando en ella, que se acaba de ir. Esta noche me dio su cuerpo y me mostró algo. Me dijo que se quedaba conmigo porque le daba conciencia, voz, noche, frío, guarida. Ser un receptáculo del dolor. Ser un cuerpo inorgánico que se alimenta de otros cuerpos, me dice ella. Contenerme en su cuerpo me ha dado vida mucho tiempo, aunque sé que le ha dado vida a muchos hombres más. Hombres que también se contienen en ella por la noche, que la recorren y la alimentan con cada una de sus partículas.

Abro los ojos, salgo del baño; exploro las huellas que ha dejado el aroma de su cuerpo desnudo en mis sábanas. A veces, como hoy, quisiera revestirme de su olor para siempre. Hay días que estamos tan cerca, que no puedo soportar la idea de que se vaya otra vez y sea parte de otras personas y otros cuerpos y otras vidas diferentes. Camino y me miro en el espejo. Inspecciono cada uno de los detalles que le dan consistencia a mi cara, que me hacen mirar así, que me hacen hablar como hablo, que me hacen decir lo que digo.

La realidad se me cuela por las ventanas y me habla de Magdalena todos los días. Me dice todo eso que sé de antemano y me recuerda que nunca debí dejarla ir y que se acabara el amor y que ya no la tengo. Y que se volvió como agua hirviendo entre mis manos. Magdalena es agua en movimiento, incontenible por ningún par de manos, por ningún cuerpo externo a ella. Aunque aseguraría que ninguna otra persona podría dar tan detallada cuenta de Magdalena, sé que cualquiera que le vaya a hacer el amor esta noche alcanzará a saber más de su vida que yo. Me encargué de construir el muro, y ella se volvió del material de las hojas y los océanos y nunca más la podré volver a encontrar adentro mío. Aunque me esfuerce, aunque le ofreciera mi vida por lograrlo, Magdalena nunca más volverá a nacer de adentro. Nunca terminará de nacer.

Si pudiera contar una a una las noches que hemos pasado, si pudiera hacer un inventario de las veces que hay que dormir con alguien para depender completamente de su respiración, podría descansar de una vez de esta carga que me inhabilita. Tal vez ya la aprendí a querer, terminé mi labor y se agotaron por fin todos estos años de búsqueda, auto impuesta desde el principio. Pero lo más seguro es que nunca alcanzamos cercanía, y que ella siempre, desde el primer día hasta hoy, el último, ha sido agua resbalando entre mis manos. Como el hielo de mi vaso con agua, Magdalena fría se derrite y se evapora hasta alcanzar el punto más alto del universo. Inubicable punto de gas en la inmensidad de este cielo mortalmente nublado.

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(*) Colaboradora. Literata de la Universidad de Los Andes.

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