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Cartas al centro de la Tierra

Negative - woman with cat and letter, Flickr, anyjazz65
Negative - woman with cat and letter, Flickr, anyjazz65

 

Patricia Stillger*

Días atrás, en una radio local, a un locutor se le ocurrió la siguiente consigna que compartió al aire con el público: “¿Qué mensaje le mandarías a los mineros chilenos de Copiapó?” Debo decir que me sorprendieron las bienaventuranzas y los deseos más solidarios y profundos que he escuchado de mis comprovincianos. Aclaro oportunamente que soy de la provincia de Mendoza en Argentina, límite y paso obligado para ir a Chile y que por esas estupideces entre vecinos, solemos picotearnos como gallinas viejas.

La situación de los mineros atrapados me retrotrajo a una muy traumática sufrida por mi país durante el conflicto con Inglaterra por la soberanía de las Islas Malvinas.

Por entonces yo tenía 18 años al igual que los miles de combatientes que partieron al frente de batalla. Es decir, que de ser varón, muy probablemente no estaría escribiendo esto ni hubiera escrito entonces los cientos de cartas que escribí a mis pares abandonados al frío y al hambre en el fondo del mundo.

Entonces me entregué a una fiebre escritural por la que perdía noches enteras de sueño y calificaciones en el colegio. Nada me importaba porque entonces como ahora la fe en la palabra -con sus vaivenes, claro- tenía y tiene la fuerza titánica de pelear mano a mano con la muerte.

Muchas cosas han cambiado. Yo escribo mejor ahora. Pero entonces si bien lo hacía con menos arte, estaba encaramada a mi belleza y a mi juventud, dos argumentos insolentes y absolutos. Es decir, escribía con todo mi cuerpo, con todas mis hormonas. Les escribía cartas de amor. No guardo ninguna. Las mandé a todas. Los militares no tuvieron la deferencia de hacérselas llegar, pero guardo cierto empalago en el recuerdo del estilo de las misivas. Sentía, me acuerdo, que el espíritu conjunto de Rubén Darío y Luis Alberto Spinetta, probablemente irreconciliables fuera de mí me poseían y me escribían el eros en su estado más puro. No eran cartas, eran papeles que ardían.

Este sería el plan ahora: En hojas perfumadas de un rosa insostenible.

                                                          

Desde afuera, casi primavera de 2010

Amado mío:

Te vi de espaldas en la foto que mandaron por el móvil y debo decirte que te elegí por la curva de tu espalda. No sabes el deseo que pude desatar esa piel harta de calor, brillante y salada. La mía, mi piel vivirá helada hasta tu vuelta. Por favor lee estas líneas cuando estés insomne o si sientes que ya nada tiene sentido. Estaré aquí, como la mujer del soldado, sintiéndote de noche, de tu eterna noche cómo irrumpes en la mía y me tomas y………..

                                                           Copiapó, septiembre de 2010

A ti, el tercero de la izquierda:

Prométeme, porque he preguntado si eras casado y me han dicho que no, que cuando salgas no harás más que saludar ligero a tu madre y huir conmigo. (Vas a tener que actuar con rapidez porque estarán ávidos políticos esperando a sacarse una foto contigo) Sabes que eres un héroe, ¿no? Pues eres el mío. Tengo como tú, el cuerpo joven y la sangre inquieta… (…..) Tendrás que saber que a las mañanas muero por un beso (……) todo el tiempo que tú quieras, todas las veces que (….)

Creo más en el deseo de lo que creo en el amor. Deseo que estos hombres sean salvos. Deseo que  ejércitos de enamoradas tejan cartas y atiborren ese agujero negro de cuatro meses que todavía restan a la salida, para esos meses en el fin de la noche, para ganarle suave pero sostenido toda esa noche  a la muerte. Amén

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(*) Colaboradora argentina. Es la autora de la novela ‘Donde termina mi nombre’, que se publica cada lunes en El Magazín.

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