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La naranja monogámica

 

 

 

 

 

Orange Slice, Flickr, XNAHandkor
Orange Slice, Flickr, XNAHandkor

 

 

 

Patricia Stillger *

Todas mis amigas son monógamas. Dicen cosas extrañas; “Hay que cuidar al maridito”, como si esos grandulones necesitaran de alguien que los cuide. ¡Un horror!

Hombres grandes, ya. Algunos, saludables abuelos. El diminutivo implica siempre alguna forma de desprecio y es muy triste decir eso de la persona que uno ama. Yo jamás diría “maridito”.

Otro errorcito no menos grave es llamar media naranja a tu pareja. ¡Dejate de joder! ¿Has visto lo que pasa con dos mitades juntas, mejor dicho juntadas? Se pudren, querida. Se pudren más rápido que si nunca las hubieran hecho mitades. Si las dejás enteras se van secando de a poco.

El concurso de frases repetidas corre incesante. A veces repiten lisonjas como si fueran de su autoría. “¿Para qué comer mortadela si tengo jamón en casa?”.

¿Y qué pasó con el dignísimo salame? Digo. ¿Dicen jamón porque tu marido  es un chancho? ¿O él te lo dijo antes a vos? Y todas la mezclas con caballo, gato y liebre  que garantiza la ecléctica mortadela ¿Te la perderías? Agallas, chicas, agallas. De eso está hecha la mortadela.

No conformes con el refranero universal, ocurren verdaderos hallazgos literarios. O eso creen porque no han leído nada desde el principio de los tiempos. “No tengo tiempo para eso”, no es una respuesta. Es un balbuceo tembleque. O se ponen bíblicas: “No hago a los demás lo que no me gusta que me hagan a mí”. Si llegaste a eso, hermosa, es porque has sido varias veces la víctima.

“Lo amo demasiado”. Directamente me excede la oración. Su sintaxis tiene una falacia genética: ¿qué es “lo”?

“No puedo vivir sin él”. Nadie te pide que hagas ese sacrificio, linda. Estamos hablando solamente de variaciones. De monogamia.

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(*) Colaboradora.

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