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Inventario

Ilustración de Daniel Gómez
Ilustración de Daniel Gómez

Lina Herrera *

Imagina que no tienes nada. Sólo tu cuerpo y el suelo en el que estás parado. Algunas ropas te cubren. Ves a tu alrededor, y el mundo es. No sabes qué quieres ni a dónde ir. No te sabes, no te conoces. Te has visto antes pero no recuerdas dónde.

Notas que la gente te mira raro y empiezas a actuar como si supieras quién eres. Das unos pasos absorto en un esfuerzo por recordar algo, lo que sea. De repente, tu hombro tropieza con alguien y tu boca emite un –perdón-. Te das cuenta que algo conoces. Intentas pronunciar algo más, y mientras piensas, una frase se te adelanta sin siquiera terminar: -el cielo es a…-; y como amordazado, las palabras se estancan. Tras un doble intento, te rindes. Te frustras.

Decides salir del embelesamiento por unos minutos en busca de una respuesta, así sea en los ajenos rostros del mundo externo, que aún no sabes si sigues o te persiguen. Poco a poco, comienzas a identificar situaciones que alguna vez te fueron familiares. Sin saber por qué, te invade una nostalgia inmensa que tratas de remover en un intento inútil. Te sientes fuera de tí, y a la vez encerrado en tu propio cuerpo, pero con certeza, un intruso. Sin embargo, has dado un paso adelante: sabes que algo sabes, el problema: no sabes qué. Te fijas, y pareces suspendido en un tiempo que da la impresión de no moverse en absoluto, un tiempo contenido en un área donde todo lo que hay fuera va a toda velocidad. Lo único que recuerdas es que tienes una memoria de cortísimo plazo. Es tan corto, que casi ni recuerdas que no recuerdas. Estás en el momento exacto que llaman presente. Desgraciadamente, estás ausente. Vacío.

Y en medio de esa alienación, de ese caos, de la nada (lo único de que tienes memoria), te despierta un pensamiento: un deseo frenético de olvidar, un afán desesperado por borrar toda sensación, emoción o idea que te haga pensar. Y así no más, como rememorando un sueño, vuelves a experimentar ese horrendo odio por la existencia que alguna vez sentiste y que te trajo a este letargo eterno de infinito martillar sobre el recuerdo que más te hace pensar en querer olvidar, impidiéndote a toda costa crear.

Y de ese modo, volviendo de un suspiro casi perpetuo, más parecido a la asfixia, recobras el sentido, recordando que es tu memoria el inventario que te hace ser quien eres, el mismo que te permite inventarte hasta el día en que dejas de ser.

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(*) Colaboradora que estudia diseño y publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

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