Bienestar en tiempos de drones

Publicado el Maria Pasión

Me voy a Florencia a conocer a un hombre que vi en un avión

Asiento 22 de Ryan Air con destino Pisa.

Voy a hacer una locura. Decido ir a visitar a un chico que conocí en un avión Miami-Madrid. Un italiano de casi dos metros que parece modelo de Armani. Tengo debilidad por los hombres altos. ¿Me va a reconocer con mi mancha?

La mancha pica menos, pero sale en la mitad del vuelo, dejando un insólito selfie con dermatitis en Los Alpes, cuando no he los he pisado en mi vida. Algunos de mis descubrimientos son

  1. Ya no rasco. Esa es la decisión que me convierte en mapache
  2. La meditación sirve y el hoponopono también (pero no son automáticos)
  3. Sobre la comida no hay nada concluyente
  4. Dormir hace que la mancha se duerma
  5. Para las rojeces extremas está la cortisona en pomada y los antihistamínicos, pero puede que la piel se estropee más (¿aún más?)
  6. Los días en los que mejor he estado son en los que he dormido, descansado y relajado más. En los que me he querido más.
  7. Algunas situaciones extraordinarias agravan la mancha (aquí puede incluirse el jacuzzi, la humedad excesiva y el sexo casual)

El hombre que me recibe en Italia es demasiado bello para ser real. Me encanta, pero soy incapaz de tirarle los perros. Yo hago turismo mientras él trabaja. A veces la vida es algo extraña. Por las noches cenamos juntos o con su amigo del alma. No importa donde hayas nacido, siempre tendrás un amigo del alma.

En Italia se come muy bien y se bebe aún mejor. Mires a donde mires puedes ver hombres hermosos, con buenos zapatos y con sentido de la moda. Italia es una pasarela entre el Mediterráneo. Sobre los italianos: son españoles con más estilo y debilidad por vestir raro y bien. Tengo alma diseñada en Italia. Hay banderas italianas hasta en los postres y me llama la atención que lo que un italiano no dice con la boca, lo dice con las manos (deben ser grandes masturbadores).

Al segundo, el gigante día me dice que debo hacer turismo solita y moverme en un tren desde su pueblo toscano hasta Florencia. ¿Cómo cojones me bajé en la estación Firenze Rifredi? ¡Me quiero matar! Me bajé una parada antes de la estación principal y compré un plano que me estoy estudiando. Menos mal que compré el billete de tren, porque pensé en volármelo y justo llegó el revisor. En Florencia afianzo el poco o mucho italiano que sé hablar. Y me encanta darme cuenta de que mis clases tomadas por allá en el año 2000 sirvieron para algo. Como sola, leo sola, me gasto los pies sola por una de las ciudades más conmovedoras del planeta y me canso de ver parejitas a diestra y sinistra. A mi amigo, que mide dos metros menos diez cm, se le estropea su cochazo el viernes y me doy cuenta de que estoy a mi santa suerte esa noche.

Tengo imán para las noches especiales. Todo comienza cuando me siento a tomar un té en una cafetería cubierta cerca de Ponte Vecchio. La mesera resulta ser colombiana y me entrevista mientras me como unas galletas para pasar el frío. ¡Estos italianos son todos iguales! Yo llevo 20 años acá y con ninguno, oyó, con ninguno he podido. ¿Cómo así que a ese sinvergüenza se le rompe el carro y no viene a buscarla? Mire, véngase conmigo a una fiesta que organizo.

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Lo bueno y lo malo de ser como yo es que en seguida me ponen un gorro para que parezca un casco y me suben en una moto para llevarme a las afueras de Florencia para maquillarme y ponerme perfume. Como tengo un poco de mancha prefiero usar solo mis cosméticos y tomo la decisión de no dejar nada en la casa de esta mujer porque no tengo claro si volveré.

Su noviete, de nombre Enzo, nos recoge a los veinte minutos y nos lleva a Siena, que no es que  estuviera a media hora, sino a dos. No tengo ni idea de qué estoy haciendo pero a mi lado se sienta un albanés de 24 años a quien le parezco un animal exótico de feria. La fiesta sí que me resulta exótica. Yo no conozco a nadie y me hace gracia que termine metida en un polígono cantando Cali Pachanguero. Mi cabeza descansa cuando escribo a través de Whats App, en una pizzería de pueblo, a mi amiga de todos los tiempos, JV, que estoy cometiendo esta locura. Ella, que tiene toda la sangre fría del universo, me pide una foto de la camarera por si aparezco muerta en un río.

No bebo porque no sé si voy a terminar en una moto o en una canoa, pero me sientan en una mesa con 10 caleños y caleñas que se chupan 4 o 5 botellas de aguardiente del Valle. Me dan un poco de pastel porque alguno cumple años. Yo no bebo aguardiente. Mi padre siempre me dijo que no lo hiciera. Para remediar mi situación bailo. Ponen Salsa Choke y me parece perfecto, surreal, abisal. Tremendo, una juerga extraña, sin duda. Aquí los colombianos no hablan como españoles sino como italianos y dicen Brava! todo el tiempo. La fiesta termina al alba y yo no puedo con mis pies. El DJ me lleva a Florencia y le pido que me deje en la estación de tren para irme a las seis de la mañana a casa de mi precioso amigo.

El tren Ha partito, dice el letrero de la estación.

Debo esperar una hora más en un Mac Donald´s y pagar 60 céntimos por hacer pis. He perdido tres trenes en cinco días. Soy imbécil. Me pido un desayuno ignorando di es de plástico, si lo han pasado por el microondas y estoy comiendo material no orgánico. Intento conectarme a WiFi, que es la única manera de saber de mí cuando estoy fuera, de viaje, probando a mis doce mil ángeles de la guardia.

Texto de @mariapazruiz

Ilustración de @dgalantz

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