El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

II PARTE FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA

FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA, O EL MITO DE UNA PAREJA

            EN EL MUSEO DE L’ORANGERIE

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NOTA 1: La I parte de este ensayo fue publicada el domingo 2 de diciembre de 2013

I PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA


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II PARTE

En realidad algunos de sus autorretratos representan sus heridas físicas prácticamente como si fuesen psicológicas. De ahí que su obra navegue por corrientes oníricas, aunque ella inicialmente no fuese del todo consciente de ello, al menos así lo expresó muchas veces, puesto que es sólo en 1938, cuando conozca a André Breton, que oirá hablar del surrealismo y que le escuchará decir que su obra también lo es. También es cierto que esta posición de negar todo conocimiento del surrealismo no era del todo cierta, tal y como lo analizaré posteriormente.

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Por otra parte, Frida supo ser feminista cuando aún no se hablaba de ello. En su cuadro “Unos cuantos piquetitos” (1935), representa el asesinato de una mujer que recibió 20 puñaladas y luego fue tirada por la ventana por su amante; y al ser condenado respondió indignado: “Pero solo le di unos cuantos piquetitos”.  Al referirse a la pintura en cuestión, Frida dijo: “En México el asesinato es bastante satisfactorio y natural” y agregó que ella misma “había sido asesinada por la vida”.  Lo que en realidad quería expresar era que se sentía muy cerca de la víctima y que entendía perfectamente el horror del que había sido objeto. Pero también es cierto que para la concepción de este cuadro fue fundamental la obra de José Guadalupe Posada (1851-1913), artista que Frida admiraba profundamente.

Uno de los aspectos fundamentales que hay que tener en cuenta, cuando se observa la obra de Frida, es que su aparente primitivismo no obedecía a un desconocimiento de la pintura o a la imposibilidad técnica de hacer un cuadro considerado clásico. Frida conocía muy bien la historia del arte. Admiraba a Rembrandt, a los artistas del Renacimiento italiano, como Piero della Francesca; pero también conocía y admiraba a Gauguin y a Rousseau. Prueba de ello es su primer autorretrato (1926) -un regalo para Alejandro Gómez Arias-en él se representa con el cuello alargado, como las figuras de Botticelli; de hecho es el nombre que le daba al cuadro. Este cuadro, de una extraña belleza -pintado cuando sólo contaba 19 años- da fe de su pericia pictórica.

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También hay que tener en cuenta que al adoptar un estilo en cierta forma primitivista, aunque la palabra no me convence, Frida se autoafirmaba como la legataria de la tradición popular mexicana, lo que la ayudaba a que la vieran como la representante de izquierda, léase comunista, que buscaba imponer. En cierta forma, y en eso coincido con Hayden Herrera, Frida quería que la vieran siempre como alguien solidario con la lucha de clases. Por eso también su forma de vestir y de decorar su casa, a la cual hacía alusión al comienzo del presente artículo.

Como ya lo había enunciado en 1938 Frida y Diego conocen a André y Jacqueline Breton. El padre del surrealismo queda encantado con ella, Frida lo encuentra pedante; en cambio entabla una muy buena amistad con su esposa Jacqueline. Breton se ofreció a escribir el catálogo para la exposición que Julien Levy le había preparado en su galería de Nueva York. En dicho catalogo la presenta como “una surrealista por creación propia…, la bella y perniciosa mariposa que acompaña a un monstruoso marido marxista”. Lo de mariposa, en realidad, era una expresión que Diego Rivera había utilizado para hablar de Frida al coleccionista y crítico de arte Sam A. Lewisohn:

“Te la recomiendo, no como esposo, sino como admirador entusiasta de su obra ácida y tierna, dura como acero y delicada y fina como el ala de una mariposa, adorable como una sonrisa y profunda y cruel, como la amargura de la vida”.

Y Frida, en cuanto al surrealismo se refiere, escribió:

“No sabía que yo era surrealista hasta que André Breton llegó a México y me lo dijo. Yo misma todavía no sé lo que soy… Lo único que sé es que pinto porque necesito hacerlo, y siempre pinto todo lo que pasa por mi cabeza, sin más consideraciones”.

Breton, por su parte, decía que ella tenía la característica innata para ser surrealista, puesto que poseía “la belleza del diablo”. Recuérdese como al principio hacía alusión a ese don histriónico que tenía Frida. Ese gusto por la teatralización era también elogiado por el crítico de arte surrealista Nicolás Cala. La verdad es que Frida era una persona suficientemente culta como para no conocer la corriente surrealista antes que Breton llegara a suelo mexicano. Leía sobre arte desde que era una adolescente y conocía muy bien lo que pasaba en Europa; así que su postura bien pudo haber sido una estratagema para hacerse ver como una pintora completamente original. Por otra parte, si efectivamente no hubiera sentido ninguna atracción por el surrealismo hubiese impedido que Miguel Covarrubias la presentase como una de sus integrantes en el catálogo que hizo para la exposición “Veinte siglos del arte Mexicano”, organizada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

En enero de 1939 Frida llega a París, supuestamente para una exposición que André Breton le había organizado; lo cual no era cierto. La exposición se llevaría finalmente a cabo gracias a Duchamp. Frida estuvo alojada en el apartamento del matrimonio Breton y de allí salió poco menos que espantada, ya que los consideraba bastante sucios. Además, se quejaba de la indisciplina de André Breton -en realidad lo consideraba un verdadero vago-. Su amistad con Jacqueline se rompió, pero tuvo una excelente empatía con Marcel Duchamp y su compañera, la coleccionadora de arte, Mary Reynolds, gran amiga de Peggy Gungenheim.

La exposición tuvo lugar en la Galería de arte de Pierre Colle, el marchante de Dalí. Por otra parte, Frida disfrutó de París y de sus poetas y artistas, ya que conoció a Paul Éluard, a Max Ernst, a Miró, entre otros personajes de la época. Fue en esa época que Picasso quedó “hechizado” por ella y por su pintura. Otro que no escapó a su magia fue Kandinsky. Schiaparelli se interesó por sus trajes de tihuana y diseñó uno al que bautizó como “Madame Rivera”. Incluso la fotografía de una de sus manos, llena de anillos, salió en Vogue, la revista de moda. Imagino que el lado histriónico de Frida debió sentirse, más que halagado, divertido. No en vano, años atrás, cuando acompañó a Diego a Detroit, los niños la solían perseguir en las calles y le gritaban eufóricos “Dónde está el circo?, ¿Dónde está el circo?”, y ella, la gran Frida, se reía con sus carcajadas batientes, dispuesta a romper el cielo si fuera menester.

Frida era poseedora de una extraña e inquietante hermosura, eso sí, muy lejos de los cánones contemporáneos de liposucciones y silicona que abundan hoy en día convirtiendo a las mujeres, más que nunca, en esclavas de la belleza efímera e intrascendente. Frida tenía unas cejas abundantes, no se las depilaba, eran una gran raya ininterrumpida, y tenía un bozo bastante evidente y como si fuera poco en sus incisivos se ponía tapas de oro o bien con diamantes rosados, así que cuando reía su cara se iluminaba literalmente hablando; lo que me hace pensar en la avenida de Pedro Navajas.

Parker Lesley la describe así:

“… vestida de tehuana y con todas las alhajas de oro que le diera Diego. Tenía la opulencia bizantina de la emperatriz Teodora, combinación de barbarie y elegancia. Cuando se ponía de tiros largos, se quitaba las tapas de oro sencillo que le cubrían los dientes incisivos y las reemplazaba por otras de oro con diamantes rosados, con lo cual su sonrisa realmente brillaba”.

Estando en París se entera del rompimiento definitivo de Rivera con Trotsky, y en solidaridad con su marido decide alejarse del grupo de trotskistas que había estado frecuentando en la ciudad luz. Para ese momento ya habían coordinado la emigración de 400 españoles, que huían de Franco, hacía México.  Posteriormente, el 24 de mayo de 1940, David Alfaro Siqueiros, el gran muralista mexicano, irrumpía violentamente, junto con veinte hombres,  en la casa de los Trotsky, con la intención de asesinar al fundador de la IV Internacional. Se hicieron 100 disparos, pero los encargados de la custodia de la casa repelieron el ataque, y León Trotsky fue salvado por Natalia, su mujer. Finalmente, el 21 de agosto de ese mismo año, el brazo largo y siniestro de Stalin lo alcanzaría utilizando la mano del monigote de Raúl Mercader, el mismo que se hacía pasar por Jacques Mornard, y el mismo que abordaría a Frida en una calle parisina para solicitarle que le presentara a Trotsky y que le ayudara a conseguir una casa cercana a la suya. A lo que Frida se negó rotundamente.

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“Lo que me dio el agua” (1938, 96.5 x 76.2), fue posiblemente el cuadro preferido de Frida Kahlo y el que más alusiones surrealistas tiene. Es una obra de gran valor  y madurez artísticos. Es un cuadro atravesado por la muerte y la desolación. Es una especie de espejo donde Frida mira su propio reflejo, donde yace al lado de su otro yo. La Pelona, apelativo bastante utilizado en México para denominar a la muerte, y utilizado siempre por Frida, está sentada cómodamente al lado de un volcán en erupción, y observa, en realidad vigila, una parte de la escena. También están sus padres, Guillermo Kahlo, nacido en Alemania -sus progenitores eran húngaros de origen judío- fotógrafo de profesión, y la mexicana, de origen más que humilde, Matilde Calderón, poseedora de una gran belleza y analfabeta, como la mayoría de las mujeres de la América Latina de finales del siglo XIX; situación muy similar a la que vivían las europeas de escasos recursos, sobre todo las españolas, italianas y portuguesas, pero también las francesas; por no seguir enumerando los países que ignoraban por completo el derecho de la mujer a una educación sólida y profunda.

Con respecto al cuadro “Lo que me dio el agua” Frida le dijo a Julien Levy que «Es una imagen del tiempo que va pasando…sobre tiempo y juegos de la niñez en la bañera y (también sobre) la tristeza de lo que le había pasado a ella en el transcurso de su vida.»

Es una obra donde aparecen muchos símbolos que ya había utilizado y otros nuevos que se convertirían también en símbolos reiterativos. En realidad la obra de Frida Kahlo es en cierta forma una serpiente que se muerde la cola, ya que ella no sólo era la depositaria de una cultura milenaria, sino que supo construir una cosmogonía propia, un universo que le sirviese de refugio al sufrimiento que la aquejó durante toda su existencia. En el cuadro puede verse a una bailarina que baila en la misma cuerda que aprieta el cuello de una Frida cadavérica que flota en el agua;  en esa misma cuerda caminan varios insectos dispuestos a devorarla, así como una inmensa araña que seguramente va a tejer una gran red para evitar que ella resucite y escape a los últimos designios de La Pelona. Al otro lado del volcán hay hombre que sostiene firmemente en  su mano derecha uno de los extremos de la cuerda, tal vez para asegurarse que esté siempre tensa y que Frida no pueda volver a la vida -el otro extremo está atado a una especie de roca- su cara está escondida detrás de una máscara azteca, como si quisiera mantener en secreto su identidad, para que nadie sepa quién es el verdadero verdugo que le ha quitado la vida.

El agua es vista como el principio y el fin de la vida, es el nacimiento y el fin, de ella venimos y a ella regresamos. Y aunque el agua está por todas partes no logra aplacar el fuego que sale violentamente del volcán en erupción. Fuego y agua, los dos elementos que nos rodean desde siempre. No hay que olvidar que el fuego  proporciona calor, pero también quema, abrasa, destruye. Ilumina, pero el humo que deja tras de sí enceguece. Es vida y es muerte, como el agua. Y aunque el cuadro no tiene una imagen central si podría decirse que el catalizador son los pies de Frida y su reflejo en el espejo del agua. El pie sano ignora a su gemelo enfermo, sobre el que caen gotas de sangre de una argolla. Debajo del pie deforme hay un pájaro muerto. Es un cuadro inquietante -por decir lo menos- bucea en los miedos de Frida, en su psiquis más profunda; es una forma de exorcizar dolores antiguos y futuros. En cierta forma podría decirse que este cuadro, al igual que los autorretratos, es una narración autobiográfica que utiliza el lenguaje pictórico y el simbólico para expresar el universo personal, único e intransferible en el que la autora vivía. Para Hayden Herrera esta obra tiene reminiscencias del Bosco, de Brueghel y de Dalí. “Lo que me dio el agua” finalmente terminó en las manos de Nickolas Muray, como pago a una deuda contraída con él. Y es que el fantasma de las deudas, otro de los disfraces de La Pelona, siempre acosó a Frida. Aunque ella y Diego ganaban mucho dinero, también era verdad que lo gastaban a manos llenas, derroche sería la palabra adecuada.

En cuanto a la relación de Frida con Muray, si bien ella lo quiso mucho, también es cierto que por encima de todo estaba Diego Rivera, su gran amor, aunque yo siempre he dudado que él haya sido su gran pasión, hablo desde el punto de vista sexual, no artístico. Y también estaba México. Estar al lado de Muray significaba quedarse en Nueva York, no creo que el haya pensado ni siquiera por un momento irse a vivir a la ciudad de Frida, ni ella estaba dispuesta a dejar a su ciudad bien amada. Siempre he creído que Frida sentía una atracción enorme por la genialidad de Diego, por su aura nacional e internacional, por esa fuerza descomunal que salía de todos sus poros, y porque de una u otra forma se sentía su igual; no hablo en cuanto al género se refiere sino a la profesión de artista que compartía con él. También creo que ella, al igual que Diego, estaba completamente consciente de su genialidad, por lo que no creía que nadie más, aparte de Rivera, pudiera estar a su altura. Además, su relación dejó de ser sexual después de su segundo matrimonio con él. Esa fue la condición que Frida le puso para volver a casarse, y Diego la aceptó sin rechistar. Es muy posible que la situación lo favoreciera también a él; así podía dedicarse sin remordimientos de ninguna índole, y sin tener que esconderse, a los múltiples amoríos que tenía permanentemente. También es posible que para Diego Rivera estar casado con Frida Kahlo fuera una especie de trofeo sin parangón alguno – un aura-, una forma de mostrarle al mundo que él, el gran Diego Rivera, podía tener a la mujer más importante de la historia de la pintura de México, de Latinoamérica y posiblemente de Occidente, al menos en su tiempo. Seguramente había otras razones, muchas de las cuales no son del todo evidentes ni siquiera para sus protagonistas. Y en este caso preciso no puedo dejar de pensar en otra pareja igualmente famosa e importante, me refiero a Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre. A ellos también los unía una misma pasión, en esta caso por la filosofía, por la literatura y como en el caso de Frida y Diego por la política. Simone de Beauvoir, al igual que Frida, era bisexual; y Sartre, como Rivera, un verdadero courreur de jupons, o sea un mujeriego empedernido, y también bastante feo. Simone de Beauvoir también tuvo un amante al que amó muchísimo, su nombre era Nelson Algren -un escritor estadounidense- y cuando éste le pidió que se casaran, y que se fueran a vivir a Nueva York, ella le respondió que por nada del mundo dejaría ni a Sartre ni a París. Ya para entonces Simone de Beauvoir no se acostaba con Sartre, ni lo volvería a hacer nunca más; pero su relación de pareja nunca se rompió, como la de Frida y Diego. No obstante, Simone de Beauvoir siempre llevó en su dedo anular el anillo de hojalata que Algren le regaló el día que le pidió que se casaran, siempre conservó sus cartas y nunca dejó de escribirle (él moriría en 1981 y ella en 1986; Sartre había muerto en 1980).

Y volviendo a Frida es imperioso que diga que es muy posible que ella se hubiese visto obligada a abandonar a Muray; ya que su deficiente estado de salud, en palabras de Hayden Herrera “le impedía la libre expresión del amor sexual”. Poco después de su retorno a ciudad de México Frida se enteraría que  él había contraído nupcias con la misma mujer con la que había entablado una relación afectiva cuando todavía estaban juntos. Parece ser que Frida sintió que nuevamente la habían abandonado, sólo que esa vez no era Diego, sino “un apuesto norteamericano”. Las cartas de Muray dejaron de ser pasionales para dar paso al afecto entre dos amigos, algo que Frida sintió como una especie de traición; aunque siguieron siendo amigos, amistad que se nutrió a través de la correspondencia.

Para entonces Frida y Diego habían estado separados varios meses y en octubre de 1939 se divorcian. Es en ese período que corre el rumor que Diego Rivera contraería matrimonio con la artista húngara Irene Bohus, matrimonio que nunca se llevó a cabo. Incluso Irene y Frida llegarían a ser grandes amigas, hasta el punto que su nombre estaba escrito en una de las paredes del cuarto de Frida. Podría ser, como lo insinúa Hayden Herrera, que hubiese habido “un triángulo amoroso”.

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Pueden leer la III y IV parte en los siguiente vínculos:

IIIParte:

III PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA

IV Parte:

IV PARTE – FRIDA KAHLO Y DIEGO RIVERA

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