El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

II PARTE – LA SHOAH EN CLAVE DE ATENEA DE CLARA SCHOENBORN

II PARTE

OFICIOS EN EL LIBRO DEL AGUA

 

Nota: Pueden leer la I parte de este artículo en el siguiente vínculo:

https://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/2013/10/01/la-shoah-en-clave-de-atenea-de-clara-schoenborn/

En el poema Esposa, la fundición de los cadáveres se convierte en “el holocausto del tiempo”. ¿Porqué qué otro elemento, o idea abstracta, desapareció en los hornos crematorios que no fuera el tiempo de todo un pueblo, de una cultura, de una historia, de un pasado, de una tradición? Por eso “los balcones se caen del silencio” y “la caricia” de la esposa “humedece cicatrices”. No las borra, al contrario, las humecta para recordar, per sécula seculórum, a esa enorme cicatriz que lleva la especie humana grabada en su piel: la Shoah judía. El holocausto que ni el silencio ha logrado borrar.

Los oficios en clave de Atenea es la historia del pueblo judío, de eso no me cabe la menor duda; al menos de una parte de su historia. En este caso preciso la diáspora, el desarraigo, el exilio permanente, la huída en la oscuridad, el miedo ancorado en la memoria colectiva, ya que no se sabe que habrá al final del túnel; a lo mejor “la antigua fundición de cadáveres” o el “verdugo” obligado a “esparcir su metalurgia /entre golpes de muerte”; o bien encerrados en “el vértice exacto/donde los alambres/organizan una luna en traslación,/gesto de raíces/en el holocausto del tiempo”. Y Levi decía: “hemos viajado hasta aquí en vagones sellados; hemos visto partir hacia la nada a nuestras mujeres y a nuestros hijos; convertidos en esclavos hemos desfilado cien veces ida y vuelta al trabajo mudo, extinguida el alma antes de la muerte anónima. No volveremos. Nadie puede salir de aquí para llevar al mundo, junto con la señal impresa en su carne, las malas noticias de cuanto en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre”.

Y es que la historia es una mujer con cara de fuego que se pierde en las colinas o detrás de los árboles, es esquiva, a veces amante, pero en general violenta. Es una trashumante en un paisaje sedentario. Cree partir cuando en realidad es el camino el que avanza. La historia que podría describir el techo de la casa como una tumba, un sepulcro, una laja, un hueco olvidado y enterrado por la luz. Tal vez por eso Levi decía que “sucumbir es lo más sencillo… su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos (ella, la historia), los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos (ella, la historia), la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos (pienso en los miles de desaparecidos de las dictaduras del Cono Sur): se duda en llamara muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla”.

Luego el poema Campesina nos remite a nuestros orígenes, nos recuerda a la saga a la que hacía referencia anteriormente, a la que con sus sabias manos hace parir la tierra y deja su “eco en la semilla”. O bien a la Pastora que canta “toda yo soy una casa”, y que como un caracol lleva su hogar a cuestas, refugiándose de “la sombra de los lobos”. En Madre y sus “ligaduras de cuarzo”, “orfebre de nanas y ríos”, “hada de embriones”, donde  las “aguas de su útero son inmortales”, remite inmediatamente a los versos de Gobernante: “sabiduría de tu hogar/acostumbrado a los partos”.

Este poema nos muestra la otra cara de la mujer sabia que pare en la intimidad de su hogar. Es la mujer que toca el arsenal y se pierde en los “cantos de niebla”. Sólo tiene ases para jugar la partida, al menos eso es lo que cree. Porque  ¿Qué riqueza cree que hay en los hornos crematorios, “desolladores del llanto”? Pero ella sabe que la corriente la espera para seguir las migraciones de los pájaros. Tal vez por eso en Estudiante no olvida su secreto, su “nuevo combate/contra los fosos”.

Y en el poema Obrera, como en una obra de teatro, “explora el sueño/tras los telones profundos” de “sus pupilas maltrechas”. Ella, y las otras sombras que la acompañan, son “espectros” que se “acoplan/en el olvido y las cadenas”. No hay peor olvido que las cadenas que atan los tobillos.

La Amiga, léase madre, hermana, vecina, prima, hija, nieta, limpia los cuerpos ennegrecidos por el horno, “desdibuja el hollín”, los saca “de las ruinas” del campo de concentración. Pero sobre todo limpia el aire, lo vuelve transparente; por eso descubrimos las ruinas ocultas en el tizne. Por eso pienso nuevamente en Primo Levi cuando leo: “Pero Lorenzo (léase Ana) era un hombre (mujer); su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo (y a las mujeres que han tejido redes) no me olvidé de que era un hombre (no me he olvidado que soy mujer y que pertenezco a la especie humana”.

Luego reencontramos al pueblo nómade, itinerante, que vaga de desierto en desierto; reencarnado en la abuela que colecciona lapislázulis. En esa eterna errancia escuchamos los acordes de un viejo violín que nos narra la travesía. Y en Pastora leemos la continuación del poema de la abuela: “Toda yo soy una casa, /una consigna del sol/ contra la sombra de los lobos”. Ellas representan a todo un pueblo que busca la sombra, el refugio, la cueva donde ocultar el miedo que atenaza su garganta.

La Abuela transformada en Feminista recupera la esencia, se mira en un espejo, y ve su “imagen dislocada” por las mil batallas en las que dejó su cabellera y por las que se cortó un seno, como las Amazonas, y luego renace “liberada de las tumbas”, para encontrar que aún tiene un largo sendero por recorrer.

La Campesina no olvida que su hermana, “mordaza milenaria”, aún vive “en la cárcel del silencio” y que su “cadalso… no admite ruptura”. Pero su hermana es nuestra hermana, la hermana de todas; pienso en las hermanas ocultas en una burka o encerradas en el silencio o humilladas y violadas por sus propios padres.

La Ingeniera nos recuerda que en las ruinas siempre hay piedras para levantar otro hogar; pero aún si no las hubiese la mujer primigenia, que habita en nuestras entrañas, nos cosería de nuevo el útero “para engendrar artilugios/acorazados” y recopilar en él “las memorias” que “deambulan en las calles”.

En los versos “Soy su aliada,/desde el momento/en que aprendí/ a multiplicar la sal/en las venas”, del poema Médica, vemos una nueva alusión a la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por haberse atrevido a indagar lo oculto, por haberse atrevido a desentrañar el conocimiento guardado en arcanos secretos.

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*  En el día de mañana publicaré la tercera y última parte de este ensayo.

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