El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

LA SHOAH EN CLAVE DE ATENEA DE CLARA SCHOENBORN

Nota:  El pasado 25 de abril de 2013 publiqué una breve reseña sobre el libro Los Oficios en Clave de Atenea, Ediciones Apidama 2013, de Clara Schoenborn y posteriormente hice una nueva lectura que me hizo replantearme mis primeras impresiones sobre los poemas que lo conforman; por lo que nuevamente escribí un ensayo que publicaré en tres entregas.

Es de anotar que este trabajo fue presentado en el Congreso ¿La voz dormida? que se llevó a cabo en abril de 2014 en la Universidad de Varsovia, donde compartí mesa con la Académica y Escritora Carme Riera y este año será publicado por la Maestría de Literatura de UNIOESTE (CASCABEL-BRASIL). También puedo contarles que a raíz de la presentación de Clara Schoenborn en la U de Varsovia una alumna que estaba haciendo la tesis sobre Primo Levi decidió incluirla y hacer una tesis de literatura comparada.
Pueden ver el pasado artículo en el siguiente vínculo:

https://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/2013/04/25/clara-schoenborn-en-la-filbo/

LA SHOAH EN CLAVE DE ATENEA  DE CLARA SCHOENBORN

“El exorcismo es algo sano. Cauterizar, quemar con el objetivo de sanar. Es como cortar las ramas de los árboles. He aquí mi talento”.

Louise Bourgeois

PRIMERA PARTE
He leído el libro Los oficios en clave de Atenea varias veces sin que me canse, y lo que es más importante aún, siempre que hago una nueva lectura es como si fuese la primera vez. Eso es lo que sucede con la buena literatura, no se agota sino que sorprende una y otra vez; siempre hay nuevos descubrimientos, metáforas que pasaron desapercibidas porque estábamos ensimismados en otras que nos habían colmado el intelecto y la emoción, pero todas igualmente hermosas y llenas de sentido. Y con cada lectura me convenzo más que se trata de un libro excelente; máxime que en poesía, al menos en la poesía colombiana, no se ha tocado ese tema que sólo nos llena de oprobio, como es el holocausto judío, pero también podría ser la imagen de muchos otros holocaustos, incluyendo al colombiano, así nadie lo haya llamado con ese nombre.

Al analizar el libro hice dos lecturas, pero hay muchas otras, eso es lo que hace de este libro una obra universal. Hay múltiples miradas, es inagotable, es una eterna caja de Pandora. Los candados no son tan herméticos como la poeta creyó haberlos concebido, y eso se lo agradezco; ya que de otra forma no hubiese podido hacer el viaje al centro del huracán que hoy comparto con ustedes.

Clara Schoenborn me escribió una vez, aludiendo a una alusión que yo había hecho sobre la Schoah en su libro, que la literatura navega por océanos insondables y la mayoría de las veces desconocidos por el autor, a lo que yo agrego: he ahí la magia de la lectura. Un libro nunca está terminado, siempre es una obra inconclusa, ya que cada lector, y con cada lectura que hace de un mismo libro, realiza su propio viaje y saca sus propias conclusiones. La literatura no tiene verdades reveladas, ni esa es su misión; al menos en lo que se refiere a la gran literatura, a la literatura que sobrevivirá en el tiempo, más allá de todas nuestras expectativas como seres terrenales y finitos. Es ella la que puede otorgarnos la inmortalidad, pero también puede negárnosla. Y digo inmortalidad más allá de escribir nuestros nombres en las nubes que habrán de recorrer las centurias que le esperan a la especie humana.

Es de anotar que es muy raro que un libro de poemas me produzca un impacto tan absoluto y brutal. Los poemas de Clara Schoenborn me sumergieron en un mundo doloroso, oscuro, turbio; fue el descenso a las tinieblas de un pasado agobiante y lacerante. No en vano la autora es descendiente de un sobreviviente de la Shoah, y gran parte de su familia pereció en los campos de concentración nazis. Supongo que yo no soy la única lectora en confesar su confusión. Al escribir este ensayo no pude dejar de pensar en una de las frases de Louise Bourgeois: “Mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”. O bien: “Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor.” A lo que yo le replicaría: o escritora; y en el caso preciso de Clara Schoenborn, POETA, así con mayúscula sostenida.

El libro Los oficios en clave de Atenea es un parto permanente, que no termina, un parto agónico, doloroso, pero que se niega a dejar la existencia. ¿Por qué que es la vida si no un eterno alumbramiento?

Al leer la poesía de Clara Schoenborn siempre hay una doble, triple o cuádruple lectura. Podemos leer cada poema separadamente, pero también podemos leerlos armando un inteligente rompecabezas, o bien es una nueva cábala que nos invita a descifrar sus más recónditos secretos. En Los oficios en clave de Atenea encontramos poemas esparcidos en versos a todo lo largo del libro. Es el caso del tema recurrente de la muerte, pero también podría decir lo mismo de los espejos.

En el poema que abre el libro, Preámbulo – Regreso de Atenea, encontramos a la eterna Eva transformada en Atenea o en Loba, elementos que veremos a lo largo de la exposición. Pero sobre todo la lectura nos sumerge en la recuperación de la memoria:

“he regresado / con mis números de fuego,/ a borrar el tiempo / que olvidó la sal.”

La sal que todo lo carcome no pudo hacer nada contra el tiempo, el tiempo de la diosa virgen y guerrera, la diosa que nació de la cabeza de Zeus, su hija preferida, su bien amada. La diosa que no bajó la cabeza ante ningún hombre, que no se arrodilló ni pidió perdón. Por eso somos sus hijas, nos hemos caído millones de veces pero siempre nos volvemos a levantar. Si hemos sido prostitutas o reas, despertamos como ingenieras o poetas. Nos levantamos “seduciendo los candados”, rompiendo grilletes, gritando hasta el delirio para luego recuperar la cordura.

Los versos a los que acabo de hacer alusión, “he regresado/con mis números de fuego, /a borrar el tiempo/que olvidó la sal”, tienen también otra connotación, otra lectura, nos remontan a La Biblia, más exactamente al Antiguo Testamento; me refiero a la esposa de Lot, la que no tiene nombre, ¿para qué -se preguntarán algunos- si de todas formas pertenece a su marido? Es la mujer olvidada al ser convertida en estatua de sal, por haber querido saber y ver lo prohibido. Una clara alusión al conocimiento que desde siempre nos ha sido negado. No obstante, a pesar de la sal que todo lo carcome, seguimos ¡Firme(s) como semilla/florezco (florecemos) en las municiones”, porque ni la guerra puede borrarnos de la faz de la tierra. Por eso dice: “Búscame justo ahí/en tu costado izquierdo”, somos eternas Evas condenadas a errar por siempre lejos del paraíso, en un “espejismo” con “las manos estirándose/para revivir los muertos….donde no cesan los faros”. El libro es una permanente hoguera, fuego que consume todo, pero también purifica e ilumina. Y luego dice: “He regresado/ Mírame/Estoy/detrás de todos los espejos/refractada entre infinitos, /ven/que juntas como serpientes/somos mucho más/que una mitad”. Ya no somos el costado de Adán, existimos por nosotras mismas, y gracias al espejo nuestra imagen se vuelve infinita, imperecedera. En otras palabras, este libro recoge la historia del pueblo judío, pero sobre todo es la historia de la humanidad -todos los pueblos, y en todos los tiempos- o bien ha sido migrante o ha sido

desplazada; siempre ha estado en pos de la tierra prometida, buscando un lugar donde cultivar, echar raíces, criar una familia en situación digna, una tierra que aleje el hambre y el miedo.

I PARTE

OFICIOS EN CAÍDA LIBRE

Las mujeres somos dadoras de vida, pero además de poseer un útero podemos parir palabras, somos doblemente escritoras, damos a luz otras vidas y damos a luz la historia y la poesía.

En el poema Escritora, que abre el primer capítulo Oficios en caída libre, somos testigos del regreso de Atenea la virgen, la guerrera, vestida de escritora. No en vano en griego se le dice grafiti, del vocablo grafito, ya que su voz imprime “los vuelos entre abecedarios” y las “alas se empapan en los partos”, y luego salen convertidas en barcos hacia la luz, hacia la libertad, hacia la independencia que rompe los candados y las cadenas que la sociedad patriarcal ha sembrado a todo lo largo de nuestra eterna errancia, sin saber que siempre encontraremos una “desembocadura”.

En Adolescente habla de la niña que todas llevamos dentro: “desempaco mis maletas/todos los días/ todos”; recordándonos que somos migrantes perpetuas,  que no poseemos nada porque nada nos han dado. Poseemos lo que nos hemos ganado con nuestras propias manos; por eso en Hechicera vemos la “fascinación/por hundir mis dedos/ en la abotonadura de la realidad”. Y nuevamente en Adolescente “ante cada una/ de mis sucesivas muertes” y luego “en el centro de mi tierra/crece un herbolario”, desarrolla los dos temas que son el eje de su creación poética: el alumbramiento y la muerte. Este eje es, en realidad, una serpiente que se muerde la cola, es el mito del eterno retorno. Con esos versos Clara Schoenborn nos remite al herbolario secreto de nuestros úteros y ovarios.

Y en Revolucionaria vemos a la mujer que pare la muerte: “Tanto puño contenido/ en tu cementerio de embriones”. La muerte nos pone trabas, edifica murallas, pone cerraduras, cierra candados: “¡Pero mira esa sangre en las puertas!/¡Esos vuelos tan inútiles!”. Y nos remite nuevamente a la loba que nombraba en su primer poema: “son placenta de colmillos/que gritan por ácido”.

En Hechicera encontramos a la escritora transmutada en este nuevo oficio. Entre las dos “abotonan la realidad”. Entre las dos construyen el mundo, el cosmos, el universo; nada existiría sin ellas, sin ELLA, escritora-hechicera, hechicera-escritora, inventoradepalabras, inventoradepotajesmágicos. Por eso dice: “No estaré ahí/ cuando mires/ pero sí/cuando creas”.

E inmediatamente, en Lesbiana, “Al fin he decidido/ la libertad de las fisuras”, puesto que los dedos que desabotonan la realidad también abren las fisuras; así la grieta amenace el cosmos; no importa, ella sabe como repararlo. De ahí que en Bruja leamos: “Voy a recolectar/ todos los ojos con grietas” y “en los techos/se reconstruyen/mis vísceras. La escritora-hechicera-bruja, conocida también como la saga, de sage, la sabia. No en vano la partera se llama en francés sage-femme: “Ninguna hoguera logrará nunca/apartar el diagnóstico del fuego/-tan justo en su ley”. La mujer alumbra la verdad en el universo, gracias a ella la tierra sigue girando y los astros no se consumen y siguen alumbrando. Y en Sacerdotisa: “Comprendes que el incienso/alcanza siempre la claridad”.

En Amante, “internaré mi ombligo/un mapa de saliva”, nos recuerda al cosmos atado con un hilo invisible, un enorme cordón umbilical convertido en senda sagrada, en guía. Luego: “Todo aquí es principio/y también retorno,/en los jugos de esta muerte/ voy a revivir”: Vemos a Grethel retornando a la casa paterna, en esta caso al hogar materno, no en vano en francés se dice foyer, de feu, fuego, y el foyer es también la chimenea, lugar sagrado que nos calienta en las frías y largas noches hibernales; no hay que olvidar que anteriormente era también el lugar donde se preparaban los alimentos y en ninguna otra parte de la casa había fuego ni calefacción. En las regiones campesinas e indígenas sigue siendo la habitación donde se reúne la familia, al menos en la regiones de clima frío. Es la casa que cada una de nosotras ha construido, así haya vendavales que de cuando en cuando la derriben. Pero también puede ser un refugio al revés, una trampa ladina que nos engulle. No en vano Louise Bourgeois decía: “Cuando se experimenta el dolor, uno se puede enclaustrar con el fin de protegerse. Pero la seguridad de la guarida puede también ser una trampa”. Y Primo Levi, en su libro Si esto es un hombre, dice: “En esta Ka-Be, paréntesis de relativa paz, hemos aprendido que nuestra personalidad es frágil, que está mucho más en peligro que nuestra vida; y que los sabios antiguos, en lugar de advertirnos “acordaos de que tenéis que morir” mejor habrían hecho en recordarnos este peligro mayor que nos amenaza”.

Y luego, en el poema Adúltera, Clara Schoenborn nos recuerda:

1. “Cuánto duele el lodo/ cuando lo retiene una cadena”; haciendo alusión al peso del pasado, que nos hace eternas exiliadas en nosotras mismas.

2.  “Al buscar en mi destierro/con las lágrimas de un arenal”. Al igual que las mujeres-casa de Louise Bourgeois llevamos nuestra casa a cuestas; así transitemos por senderos áridos, desolados, sombríos, ajados, llenos de ranuras, estériles; y luego, en un acertado verso, “”Esta sed/ que ansía reflejar inundaciones”. La lectura de estos poemas nos enfrenta a un mundo sensible del cual no se habla, pero que está allí: el hogar. Dicho en otras palabras el territorio que cualquier especie animal protege y defiende. En él se abriga, en él ama y en él sufre. La casa puede ser vista, o vivida, como un remanso o como una prisión. Recuérdese que durante milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad, recluida en un gineceo, sin permitírsele espacios para la expresión estética.

3. Para finalmente tirar amarras en un “nido verde”, donde podemos volver a alumbrarnos a nosotras mismas. Lo que me lleva nuevamente a pensar en Louise Bourgeois y en sus arañas. La araña teje y teje incansablemente, si su tela se rompe, ella vuelve y la teje. Eso es lo que hace Clara Schoenborn con su poesía, teje y teje la historia de su pueblo, de su familia; pero también la historia reciente de Colombia. La historia de los más de tres millones de desplazados que van con su casa a cuestas, reparando y olvidando, reparando y recordando, reparando para no morir, reparando para sobrevivir. Todos necesitamos de nuestros recuerdos, como decía Louise Bourgeois: “ellos son nuestros documentos”. Y si traigo a colación esta frase es porque Clara Schoenborn hurga en el pasado. Un pasado desconocido para ella. Es un libro que trata de buscar respuestas a las pesadillas y a los miedos que acecharon las noches de millones de judíos encerrados en oscuras barracas. Bucea en los recuerdos de su pueblo, se interroga y busca respuestas; aunque sepa que ellas apenas si existen. Es como si se penetrara en terrenos pantanosos, en arenas movedizas, y se temiera a cada instante que la tierra termine por tragarnos. El pasado regresa una y otra vez, como una pesadilla que nos impide respirar. Tal vez por eso Primo Levi decía: “Cuando se está trabajando se sufre y no queda tiempo para pensar: nuestros hogares son menos que un recuerdo. Pero aquí (aludiendo a los campos de concentración) tenemos todo el tiempo para nosotros: de litera a litera, a pesar de la prohibición, nos visitamos, y hablamos y hablamos. El barracón de madera, cargado de humanidad doliente, está lleno de palabras, de recuerdos y de otro dolor. Heimweh, se llama en alemán este dolor, es una bella palabra y quiere decir “dolor de hogar””.

En Menopáusica, la edad dorada, temida e incomprendida, nos damos cuenta que “el espejo tenía fronteras” y que si bien ya no parimos otros seres, si nos damos a luz a nosotras mismas: “Tendré que cuidar a esta recién nacida/ y la inventaré grande,/ahora que soy diosa”. Una nueva alusión a Atenea, pero también a la Dama del Lago, diosas dormidas y acurrucadas en el fondo de nuestros úteros; por lo que sentimos como sus dátiles desgranan uno a uno los óvulos infecundos, hasta agotarlos, con lo que nos otorgan la libertad.

Y en los versos “me zambullí en otros tejidos/…/y me hice a su imagen y semejanza/aún cuando ignoraba/el motivo de las migraciones”. Es la capacidad que tenemos las mujeres de reinventarnos a nosotras mismas, somos una y todas, un espejo y mil espejos; una galería de lunas donde se refleja la misma figura y al mismo tiempo muta en otras miles y nos hace eternas, por lo que nos sorprendemos ante nosotras mismas  una vez hemos logrado la libertad, “en estas mañanas fugadas de ciclos”.

En Inmigrante leemos: “Ha sido este silencio/la sustancia de mi viaje”.

Por eso en el poema que lleva ese título, Guerrera, leo algunos apartes que me permiten construir otro poema con versos ya leídos. Es el rompecabezas del que hablaba al principio; es el libro que da lugar a muchos otros libros, a muchas otras lecturas. Es como si Los oficios en clave de Atenea fueran un infinito patchwork que nos permite crear, crear y recrear; donde no hay nada terminado. Leamos el poema que he recreado teniendo en cuenta únicamente los versos de Clara Schoenborn:

“Sólo yo conozco

esa antigua fundición de cadáveres” (Poema Guerrera)

“Es mi arco un prisionero

obligado a ser verdugo

a esparcir su metalurgia

entre golpes de muerte” (Poema Cazadora)

“Tanto puño contenido

en tu cementerio de embriones” (Poema Revolucionaria)

“En los jugos de esta muerte voy a revivir” (Poema Amante)

“Para exorcizar en ellos (ellas)

mi propia muerte” (Poema Guerrera)

“y por ello se hace más denso

el silencio del mundo” (Poema Cazadora)

Recreando este poema pienso, inevitablemente, en Los Esclavos de Miguel Ángel, las soberbias esculturas en las que el artista se sumió por espacio de cuarenta años, y que habían sido encargadas para el mausoleo de Julio II. Miguel Ángel imprimió una de las características de su estilo, al menos del estilo que adoptó en su etapa de madurez, el estilo de non finito; lo que les da un aura de terribilità, que nace de la desmesura física, descomunal, de esos hombres que están emergiendo de la piedra, pero que ya poseen una fuerza emocional que avasalla a cualquier espectador, lo que ha llevado a muchos críticos del arte a hablar de “la tragedia de la escultura”. Por lo que yo retomo esas palabras y hablo de la tragedia de la poesía de Clara Schoenborn.

Por eso estoy convencida que aunque Clara aún no había nacido cuando en los campos de exterminio nazi murieron alrededor de siete millones de judíos, sin contar los tres millones de zíngaros y los varios miles de homosexuales, su libro, Los oficios en clave de Atenea, bien podría formar parte de la compilación de recuerdos de muchos de los sobrevivientes de Auschwitz, me refiero a “Excavaciones: supervivientes-recuerdos-transformaciones”, el libro que hace poco fue publicado bajo la dirección de Susanne Urban y que recoge las respuestas que muchos de los sobrevivientes dejaron inscritas en un formulario que debieron llenar a comienzos de la década de los cincuenta; lo que demuestra que a pesar del horror recién vivido las víctimas ya habían comenzado a bucear en los recuerdos para no perder la memoria ni caer en el abismo de la locura. Este libro y El oficio en Clave de Atenea tienen en común el rescate de la memoria colectiva; al mismo tiempo que es una forma de contar la historia de otro modo, la historia personal, pero también colectiva, a los nietos y bisnietos; pero también al resto de la humanidad. Primo Levi lo resumió así: “Sabemos de dónde venimos: los recuerdos del mundo pueblan nuestros sueños y nuestra vigilia, nos damos cuenta con estupor de que no hemos olvidado nada, cada recuerdo evocado surge ante nosotros dolorosamente nítido”.
———————————

Comentarios