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Menstruación

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Por: Manuela Ceballos Álvarez

La siguiente, es una historia real y común en Colombia. Puede llegar a herir susceptibilidades en el lector, por lo tanto, se recomienda leerla bajo su propia decisión y criterio, y, queda claro que no es material adecuado para menores de edad.

Federico era mi mejor amigo, compartíamos todo juntos. Íbamos al parque de juegos y montábamos mataculín, a la cancha de fútbol y pateábamos un rato, montábamos bicicleta y le dábamos la vuelta a la manzana.

A pesar de ser un año menor que yo, nos entendíamos muy bien. Llegábamos al punto de jugar con amigos imaginarios, los cuales siempre estaban disponibles para nuestros juegos, nos divertíamos mucho. Federico tenía ojos claros -así como la miel- era de cabello castaño oscuro, y piel canela. Siempre se ponía camisas de cuadros y tennis deportivos. Le gustaban los carros, las motos y los balones de fútbol. A Federico le encantaba reírse todo el tiempo y compartir sus juguetes. Recuerdo que en su habitación tenía una alcancía de Davivienda en la que, gracias a nuestra imaginación, habitaban las hormigas. Todo era muy divertido al lado de Federico.

Sus padres Doña Claudia y Don Luis y su hermano mayor Jhonatan eran propietarios de la papelería del barrio donde vendían las mejores calcomanías, siempre las compraba para pegarlas a mi bicicleta de Pokemón. Mi bicicleta no era de la Barbie porque el niño Dios me la trajo así, creo que se equivocó de casa o algo así-dijo mi papá-, por eso compraba las calcomanías para poner la  bicicleta más femenina.

A Federico le daban todo lo que él pidiera: juguetes, ropa, dulces y películas. Yo, siempre me alegraba de todas las cosas que le daban y, a pesar de que mis padres no me daban tanto gusto, nunca me quejé.

Un día estábamos jugando en la pieza de Jhonatan y descubrimos unas revistas que tenían mujeres desnudas, quienes tenían pezones que parecían mortadelas, debido a que eran grandes, anchos y «deliciosos» –eso me dijo Fede, que su hermano le había contado- y una “cucarachita” -como decía mi mamá cuando me bañaba- muy llena de pelos, así como los que uno tiene en la cabeza pero más crespos. Federico también mencionó que Doña Claudia era como esas mujeres que estaban en la revista, porque él se bañaba con ella todos los días. De pronto Jhonatan llegó de su entrenamiento y nos vio a mi mejor amigo y a mí esculcando sus cosas y sus revistas. Recuerdo que -con rabia- el hermano mayor de mi amigo lo cogió y le dio muchas patadas. Federico solo lloraba y llamaba a Doña Claudia, pero ella nunca estaba en la casa porque estaba donde su amiga Ángela (la modista del barrio), pero Don Luis sí escuchó los gritos y subió a la casa a mirar qué pasaba. Cuando llegó hasta la habitación, dejando la papelería sola, vio que Federico estaba lleno de lodo y botaba sangre por la nariz. Las únicas palabras que recuerdo del regaño que Don Luis le dijo a Jhonatan fueron:

-¡¿Cómo se le ocurre, maricón, pegarle así a su hermanito?, no se da cuenta que tenemos visita y que además lo dejaste reventado, igualado hijueputa, usted tiene 16 años y su hermanito apenas 7, de esta casa no volvés a salir!

Don Luis se llevó a Federico para el hospital y a mí me dejaron en mi casa. No quería hablar con nadie, ni contarle a mis papás, le tenía mucho miedo a Jhonatan y más que todo a Don Luis, pues era un señor raro, con una cabellera como la Pedro el Escamoso en su baile del Pirulino, más conocido como “Pirulín Pimpón”: crespa, negra y abundante; era un poco musculoso-tenía su propio gimnasio en casa-,  también tenía ojos claros como la miel y calzaba 40, lo sé porque un día Federico me lo dijo.

Pasado un tiempo, no había regresado a la casa de Federico, no quería volver puesto que no pretendía encontrarme a Jhonatan y su brutalidad para golpear niños. Aun así me la pasaba muy aburrida sin mi mejor amigo y nuestros múltiples juegos. Entonces un día regresé, toqué la puerta, blanca y fría como las ventanas de mi casa cuando llueve, y me abrió él, el “Pirulín Pimpón” del barrio, tenía el cabello más rizado que nunca y olía a mi papá, me imagino que se echaban la misma fragancia.

-Hola, ¿Está Federico?

-Sí, él ya viene. Me está haciendo un mandado, si quiere pasa y lo espera arriba.

Entonces subí. Federico tenía su habitación abierta, así que entré a visitar a las hormigas, prendí el televisor y me senté a esperar.

Sentí como unos pasos de talla 40 subían por las escaleras, y entonces, entró ese señor musculoso de cabello rizado, se quitó su correa y la dejó al lado de la casa de Davivienda.

-Mi niña hermosa, venga muéstreme ese piercing, ¿usted no tiene piercing?

Desabrochó mi pantalón, dándose a mostrar mis calzoncitos de mariposas de color rosado oscuro. Sentí mucho miedo al ver lo que Don Luis estaba haciendo, así que le di la espalda mientras me abrochaba. Él se quitó su camisa -con aroma a papá-, me agarró a la fuerza y entonces… entendí que ese señor no quería jugar conmigo, ni mucho menos saber si yo tenía un piercing, pues me daba besos en las orejas y su boso me picaba. Me amarró en la boca una pañoleta azul, se bajó sus pantalones y sus calzoncillos, al igual que me los bajó a mí. Me sentía atrapada, sin escapatoria alguna (él tenía mucha fuerza porque hacía mucho ejercicio en el gimnasio y yo solo le daba la vuelta a la manzana en bicicleta). Sentí como su lengua pasaba por mi “cucarachita” introduciendo así, el anular de su mano seguido por su índice. Empecé a sentir como me bajaba la menstruación, así le decía mi mamá pero… ella me dijo que no me iba a doler y que me llegaba a los 11 años, así que jamás volveré a creer en mamá, ni en papá tampoco porque esa fragancia es un veneno para los hombres hace que se interesen a ser malos y crueles con los niños. En ese momento vi ese gusano que le colgaba del estómago, era feo-horrible-, tenía dos hijos, no entiendo por qué quería entrar en mí, pero por más que llorara e hiciera pataleta, Don Luis siempre tenía la ventaja, así que introdujo el gusano en mí y  sentí como mis costillas traqueaban por dentro y como mi estómago se revolvía, sabía que mi “cucarachita” se rompía en dos. El gusano era un poco indeciso, solo entraba y salía, entraba y salía, no entiendo por qué, quizás sea porque me había llegado la menstruación y estaba cubierto de sangre. El dolor era profundo, literalmente, nunca imaginé que Federico, Jhonatan e incluso mi papá pudieran tener semejante insecto tan espeluznante y que hacía tanto daño, así tuviera un par de hijos o más. Cuando el gusano paró, vi como se derramaba un líquido blancuzco y espeso que no tenía buen olor. Creo que al final la menstruación y mi “cucarachita” aniquilaron a semejante gusano que después de haber derramado ese pus… se hacía cada vez más pequeño.

Pirulín Pimpón me llevó al baño y me bañó-pero no como lo hace mi mamá que lo hace con cariño, sino más brusco- yo no decía ninguna palabra, no podía, tenía la cosa azul en mi boca. Él solo gritaba ¡estréguese bien culicagada! Y al final, cuando pasó todo ese martirio y antes de quitarme la pañoleta, me hizo prometerle que no les contara a mis papás porque les haría lo mismo y yo no quería que les hiciera eso, no lo merecían, aunque me hubieran dicho tantas mentiras.

Me abrió la puerta y me fui corriendo. Sentía cómo la gente me miraba de mala manera. No podía caminar, me dolían las piernas y la “cucarachita”. Llegué a mi casa -sabía que no podía decirle nada a mis papás- me encerré en mi habitación y lloré en silencio, jamás había llorado así. La mayoría de veces siempre lloraba fuerte para tener algún consuelo de mis padres o para llamar la atención, pero esta vez era diferente, quería huir, no vivir más, no hablar con nadie porque sabía que todos me harían daño. Nunca permití que mi papá me siguiera llamando mi niña o princesa, sentía repugnancia hacia él y hacia todos los hombres y sabía que mi mamá y todas las mujeres con pezones de mortadela también tenían la culpa, porque gracias a estar exhibiendo su cuerpo por ahí en revistas era que estos demonios con su veneno como perfume, hacían daño.

Ésta ha sido solo una de las mil historias de violación sexual contra la mujer en el país, donde a las mujeres se les enseña cómo cuidarse de ser violadas, pero a los hombres nunca se les enseña a no cometer una violación.

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