El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

Joyce Carol Oates

Por: Berta Lucía Estrada Estrada

Carol Joyce Oates-foto

Joyce Carol Oates nació en 1938 en los Estados Unidos, muy cerca de las cataratas del Niágara. Es una escritora de una gran fecundidad literaria, ya que ha publicado alrededor de 90 obras; desde ensayos, pasando por el teatro, el cuento y la novela, hasta poesía. Ha sido nominada varias veces al Premio Nobel de Literatura y en su larga e intensa carrera ha ganado varios premios que la han consagrado como una de las grandes figuras del siglo XX; entre ellos el Premio Fémina Extranjero 2005, con la obra Niágara (The Falls-2004); en el 2006 obtuvo el Premio American Humanist Assotiation’s of the Years y en el 2007 el Chicago Tribune Literary Prize, para no enumerar sino algunos de sus galardones literarios. Es una autora contestataria, crítica, analítica y con un conocimiento profundo de la historia de Estados Unidos.

Esta obra, muy bien escrita, es el espejo en el cual se refleja el dolor inherente a la existencia humana. Dolor simbolizado en el sonido del agua que cae y retumba en las cataratas del Niágara y en la bruma que sale de sus profundidades. En el libro encontramos los cambios radicales experimentados por la sociedad y economía estadounidense a partir de 1950 hasta finales de los años ’70: el crecimiento desmesurado de sus urbes, la transformación de la familia, la industrialización, y su consecuente destrucción ecológica, o los intereses económicos de una minoría, frente a uno de los más graves problemas de salud pública del Estado de Nueva York. Pero ante todo, es una invitación al buceo en las aguas profundas de la memoria. La obra comienza con el suicidio de un joven pastor presbiteriano en las cataratas, al día siguiente de su boda con una pianista llamada Ariah. Es el clásico matrimonio por conveniencia, entre dos representantes de una misma Iglesia, ampliamente reconocida por su puritanismo. «La novia de Blanco», apelativo designado por los diarios a Ariah, buscará sin descanso por espacio de dos semanas el cuerpo de su esposo, sin entender las causas que lo llevaron al suicidio, causas que nadie de su entorno social y religioso conocerá nunca; sólo el lector, confidente del joven Pastor, podrá conocer el motivo: su homosexualidad, nunca asumida ni desvelada. En esta búsqueda la acompaña el abogado Dick Burnaby y como en las novelas de amor tradicionales esta extraña pareja termina casándose a los pocos días de la aparición del cadáver.

Para entonces, la industria química ya se ha instalado y se ha extendido como un pulpo en las afueras de la ciudad. Con su expansión llegan los barrios de casas baratas, construidas en terrenos alejados del centro de la ciudad. Para los años ‘60, sus habitantes presentan un índice alto de muertes por cáncer, de enfermedades respiratorias y de la piel, de abortos no inducidos. Dick Burnaby descubre que esos barrios populares habían sido edificados encima de un cementerio de desechos radioactivos. Su descubrimiento, y su posterior demanda, lo convierten en uno de los tantos desaparecidos de las aguas turbulentas que forman las cataratas del Niágara. Su cuerpo nunca será encontrado, sólo su automóvil. Una bruma densa, como las brumas de las cataratas, se cierne sobre su familia. Pero las brumas no son eternas, algún día ha de salir el sol. Diez años después de su muerte sus hijos emprenderán el rescate de su memoria. Bucearán en el pasado. Las aguas turbias se convertirán en aguas transparentes. La pesadilla de la familia Burnaby habrá tocado a su fin, Dick, el padre y abogado, podrá descansar en paz. Y la otra historia, la no oficial, se habrá contado.

“Niágara” es un hermoso libro. Es un fresco de la clase dominante estadounidense y de la corrupción de su sistema económico, jurídico y político. Pero también es un gemido, más que un gemido es un grito no sofocado por las cataratas de ese otro Estados Unidos que no conocemos, o al que apenas alcanzamos a vislumbrar tras el paso de huracanes como el Katrina: los desvalidos, los que no tienen voz, los que no salen en la televisión porque no son noticia.

Nota: Excelente la entrevista de Ma. Cecilia Orozco al sacerdote  Carlos Novoa.  Su postura, frente al aborto, es lúcida, ética y respetuosa para con las mujeres en particular y para con la sociedad en general. Lástima que el Procurador Ordoñezsea un hombre extremadamente puritano e intolerante y que no tenga la capacidad intelectual de entender un discurso como el del Jesuíta Novoa.

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