El Magazín

Publicado el elmagazin

Un caso medianamente extraordinario

Miguel Castillo *

Mirror 4, Flickr, ~Brenda-Starr~
Mirror 4, Flickr, ~Brenda-Starr~

Hace dos días, al mirarme al espejo por la mañana, descubrí que perdí mi nariz. Inmediatamente corrí a la cocina a buscar a mamá, y al verme debió haber imaginado a un ladrón. Pero mamá, soy yo; cuando me reconoció lo que hizo fue golpearme en la cabeza y gritarme por haberla perdido. Luego se puso a llorar, y no me quedó otra alternativa que prometerle que la recuperaría.

Pero ese día no salí de casa. Esperaba a que la misma nariz llamara, diciendo que por favor la ayudara y luego una voz ronca gritaría. No llame a la policía o la mato. Pero aparte de unos golpes de mamá en la puerta del cuarto, nadie más llamó.

Ayer, como a las once, Honey vino. Entró a la habitación, me miró un poco raro y me dijo Hola, y ya. Se quedó parada un rato, no mucho, hasta que finalmente preguntó por mí, Si era que estaba en el baño o qué. Pero si soy yo, y como con mamá, Honey se demoró en creerme. Cuando la convencí me miró detenidamente unos segundos, entonces empezó a lloriquear y a decir que Las cosas se estaban complicando, sencillamente habían dejado de funcionar y lo único que quería ahora era tiempo. Se fue tan pronto dejó de hablar y no pude hacer otra cosa que llevarme la mano al rostro y toparme con un espacio vacío.

Más tarde, cuando almorzaba, mamá no dejaba de mirarme con desconfianza, como si siguiera creyendo que era un ladrón, o algo peor. ¿Cuándo piensas encontrar tu nariz? fue lo que dijo cuando terminé de comer, y Ahora mismo voy por ella, fue lo único que se me ocurrió responderle.

Salí un poco tarde y no llegué muy lejos. Le pedí a la gorda de la tienda que me anotara una cajetilla de cigarrillos; me miró un instante y después sólo me ignoró. Volví a mi cuarto, sin cigarrillos, ni nariz, ni nada.

Ahora mamá golpea en la puerta y no sé qué decirle.   

 

Voz en off

Microphones, Flickr, Håkan Dahlström
Microphones, Flickr, Håkan Dahlström

Dos focos encendidos apuntan hacia el improvisado set donde Fernando “el Copa” Gutiérrez mira una pantalla vacía, esperando la señal. Es domingo, de noche; en dos minutos empezará la transmisión en vivo. Se reacomoda la corbata y ensaya su mejor rostro de presentador.

Es un especial sobre su vida, desde su origen humilde, pasando por el don de su voz, la cual le daría la oportunidad en radio Todelar, hasta que se consolidara como uno de los más extraños y efímeros presentadores de la televisión criolla. Falta un minuto; cierra los ojos para poder concentrase en los mejores momentos. Instintivamente sigue practicando una gran sonrisa profesional al tiempo que repite mentalmente su Buenas noches mi público invisible. Salimos en 6, 5, 4, 3…

2… abrir los ojos. Al aire. Buenas noches mi público invisible, para mí es un placer hablarles de mi vida esta noche.

Fernando Gutiérrez, conocido alguna vez en el mundo de la radio y la televisión como “el Copa”, nació en el seno de una familia pobre de Ubaté, Cundinamarca, el 23 de abril de 1933. Por el trabajo de su padre, un buen mecánico analfabeto que necesitaba a alguien que le leyera e hiciera las cuentas, en 1943 el pequeño Fernando dejó la escuela y empezó a trabajar en el taller. Continuó entre pernos y grasa hasta 1950, cuando apareció un grupo de reporteros de radio. Ese año la fuerte pero cautivadora voz de un chico sucio brilló por encima de un pésimo reportaje sobre un Queso milagroso. 

Fue algo que no esperaba. Los reporteros ingresaron al taller porque el auto tenía un problema, algo con los cambios. Empecé a hablar con ellos porque me llamaron la atención las cámaras fotográficas y los otros aparatos de grabación que había en la parte trasera del auto, un Chevrolet modelo 40.

A los reporteros, cuyos nombres no pasaron a la historia, les gustó su humor, y el hecho de que se burlara de la cuajada (como él mismo la llamó) mientras el papá le gritaba que si no fuera por el queso no hubiera nacido. Y la verdad, gracias a ese pedazo de amarillo débil, Fernando Gutiérrez inició su camino.

Debido a que los focos son de diferente voltaje, no sólo el set se ve terriblemente iluminado, sino también el lado derecho de su rostro empieza a empaparse de sudor, mientras que el izquierdo se esconde en una sombra que asusta.

Llegué a la capital imaginándome un montón de cosas extraordinarias, pero sólo encontré una ciudad gris, medio destruida; en ese entonces era joven y esperaba mucho más. En los primeros días me asustó el tamaño y el ruido, eso fue todo, aparte de eso me sentía bien y listo para trabajar. También conocí a una muchacha que no me puso cuidado, pero cuando me afiancé en la radio y me dieron las noticias de las doce ella aceptó casarse conmigo.

Seguramente, la mejor época del Copa fue del 57 al 62, cuando su voz era la encargada de dar las noticias colombianas en el horario estelar del mediodía y fue llamado tres veces consecutivas como la mejor voz de la radio nacional. Hasta ese entonces cumplía con el deber de ir a donde le dijeran. Sus entrevistas jamás pasaron de ser anécdotas sin importancia; así que el Copa, antes de serlo, hizo lo mejor que pudo. Fue hasta el 57, en el noticiero del mediodía, cuando se daría a conocer; tras el golpe militar que destituyó al general Rojas Pinilla, Fernando Gutiérrez dijo, con su excelente voz de tenor, Se va el general, esto hay que celebrarlo con una copa, y así se quedó, celebrando algo que ni comprendía, pero que le emocionó por ser su primera noticia importante.

Cuatro minutos de comerciales. El viejo limpia su frente con un pañuelo que saca del pantalón. Pide una aromática, pero nadie aparece. Es un tipo viejo y agotado; quedan tres minutos. Se levanta, camina despacio hacia la mesa de las bebidas, fuera de los ángulos de las cámaras; lleva pantuflas y medias de lana. Igual de lento regresa y bebe. Pide que le maquillen el rostro, esta seguro que brilla, pero no hay tiempo, de nuevo al aire en 5, 4, 3, 2… olvida quitar el vaso de la aromática y así sale al aire.

Después de cinco años en la radio, transmitiendo noticias que en realidad no eran muy diferentes de sus reportajes de relleno, el Copa decidió dejar la radio y aventurarse en la naciente televisión colombiana. En radio Todelar le despidieron con aplausos y una botella de champaña que no espumeaba, brindaron por su futuro y le prometieron que siempre que quisiera su silla estaría libre, pero al principio el Copa se negó a regresar. Después, cuando comprendió que no era tan indispensable como creía, las cosas ya habían cambiado y nadie se acordaba de él.

Al principio fue duro. Estuve casi dos años haciendo de voz en off en comerciales de gaseosas. En 1963 tuve mi primer trabajo en la televisión, fue en la telenovela El 0597 está ocupado, de Producciones Punch. Mi voz inició el romance de la llamada equivocada y de paso aseguró el éxito de la telenovela; sin embargo, yo jamás aparecí  porque no era necesario

El Copa pide un rápido movimiento de cámara y un juego de luces que vaya de la oscuridad a la luz total. Así empezaba cada noche en el Noticiero Suramericana, de RTI, pero el camarógrafo se equivoca y el director no hace nada. La luz no aumenta y las sombras parecen seguir ganando espacio.

En 1964, el Copa recibe la oportunidad y logra instalarse momentáneamente en el corazón de los colombianos. Su Buenas noches mi público invisible, para mí es un  placer informales lo que sucede en Colombia y el mundo, trajo una cantidad de cartas a RTI que alababan la voz y el carisma. Por desgracia, las cartas dejaron de llegar a las oficinas del canal y el Copa fue reemplazado tan pronto cumplió un año frente a una cámara de televisión.

Fue un golpe duro, pero no me sentía mal, aún era joven y solía animarme leyendo las cartas que alguna vez llegaron de varias partes del país. Además, hacía tan sólo un año que había nacido Marina y yo aún amaba a mi esposa, así que en ningún momento me sentí verdaderamente solo, tal vez un poco tonto y sin talento, pero eso era todo. A comienzos de 1966, apareció Teletigre y con ellos me mantuve a flote trabajando como la voz omnipresente del programa de variedades y concursos Adivínele el precio y lléveselo. Desde ese entonces mis amigos empezaron a llamarme Voz invisible. 

Otra pausa. Esta más corta, se lo advierte la sombra que no para de formarse y deshacerse al frente. El Copa mira fijamente el vaso de plástico como si éste tuviera incrustados un par de ojos hermosos y temibles; parpadea y lo arroja de un manotazo al suelo. Aún quedan dos minutos, los cuales aprovecha para dormir.

El ruido de voces y tres golpes rápidos tras la puerta del set lo despiertan. Inmediatamente empieza el decrescendo de números en su mente; 3,2…

Cuando en 1971 Teletigre pasó a ser Tele 9 Corazón, decidieron dejar a un lado al Copa. El nuevo jefe traía su propia voz en off para todos los programas; era un chico bastante tonto pero con voz de barítono, acorde con los nuevos ritmos mundiales. Ahí fue cuando en realidad empezaron los problemas en una vida que, aunque nunca fue exitosa, sí era lo bastante especial para un mundo donde sólo podía existir lo cotidiano.

Aún así no desistí, me presenté a los canales, tratando de conseguir entrevistas que me permitieran recordarles al Copa, la voz radial número uno por tres años consecutivos y que por un año patentó su Buenas noches mi público invisible en las noticias de la televisión; pero fue en vano, ya nadie recordaba ni la voz ni la frase, y en especial porque ese hombre, al que aún guardaban un respeto sin saber muy bien por qué, ya había envejecido. Dejé de buscar las oficinas de los canales. Me bastaba con sentarme cerca, preferiblemente al otro lado de la calle, matar el tiempo comiendo lo que había preparado mi esposa, rumiándolo todo, las mordidas y las mascadas, los cigarrillos y varios tragos. Así volví a ser llamado el Copa, pero ya no por culpa de Rojas Pinilla, sino por mi forma metódica para la bebida. Pensaban que era un borracho perdido, pero no era así: sencillamente tomaba un sorbo de aguardiente, algo insignificante pero preciso para calentar el cuerpo, nada más. Una noche que hacía demasiado frío abrí la puerta de la casa y percibí perfectamente los restos de ése ruido inerte que queda en los lugares que han sido abandonados. En un orden cuadriculado, mi ropa y varias fotos me miraban desde la cama; sobre la mesa de noche había una carta con la letra de mi hija. Decía que me quería mucho pero que era mejor estar con mamá y la abuela, allí me iban a esperar. Hacía dos semanas mi esposa me dijo lo mismo, así que no tuve que esforzarme demasiado para imaginármela dictándole a la pequeña, seguramente diciéndole que era una tarea y tenía que hacerla.  

Después de leer la carta, el Copa se desmoronó vertiginosamente. Al los tres meses fue desalojado y tan sólo fueron necesarios unos cuantos días para que terminara disolviéndose por completo entre el frío y el sabor barato de las calles de Bogotá. Aunque el Copa cayó desde una altura baja, su mente se quebró en cientos de pedazos que recibió con gusto el asfalto.

Empezó hablar con una audiencia invisible por las calles. Quienes lo recuerdan afirman que jamás fue un indigente violento, por mucho uno de esos que escuchan voces y cometen el error de responder.

Las voces y los golpes aumentan tras la puerta, pero el Copa se obstina en mirar solamente hacia las cámaras, esperando que los bombillos rojos se iluminen. La sombra de la pared levanta el puño derecho y empieza a deformarse estirando tres dedos, dos, uno, como si el Copa cayera en un sueño profundo. Al aire.

Llovía una tarde. Esa misma tarde dejó de llover y salí de mi agujero. Caminaba como siempre, despacio, viendo a la ciudad enmarcada en un cuadro de TV. Me detuve frente al escaparate de la séptima con 18, junto a un árbol que de verdad me gustaba. Un viento frío logró cruzar los agujeros de mi abrigo haciéndome recordar la lluvia, y empecé a llorar. Como si tuviera la vista de una mosca ciega miraba directamente a los cinco televisores encendidos, cinco cuadros idénticos, encandilándome esta vez porque ahora todo tenía color.

El Copa cayó de rodillas porque su mundo fue en blanco y negro, fuera de ahí nada podía existir, mucho menos él.

Dos policías llegaron y lo golpearon. Luego, una camioneta blanca, con dos sujetos vestidos de blanco se lo llevaron. Desde la tienda de electrodomésticos, los televisores encendidos ignoraban a un hombre mugriento arrastrado por dos líneas altas y blancas. El rostro de una mujer de cabello rojo sonrío sincrónicamente cinco veces y la ambulancia se fue.

Las voces aumentan antes que la puerta ceda. Un rectángulo de luz penetra la habitación, desnudándola, mostrando solamente a un anciano que torpemente sigue hablando y mirando al vacío. El Copa ignora la intromisión, alguna vez fue un profesional, así que debe comportarse como tal. Mi público invisible, tenemos información de última hora… pero dos sombras blancas, reales, se dirigen hacía él y evitan que continúe con el programa.

——————————————————————————————————–
(*) Colaborador, nacido el 14 de diciembre de 1985, San Gil, Santander. Ex-estudiante de Lic. en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander (UIS). En el 2006 ocupó el segundo puesto en el XVIII Concurso Nacional de Cuento ciudad de Barrancabermeja, y en el 2008 el tercer puesto en el primero concurso de cuento «Erase una vez Casabé» (Yondó, Antioquia). Dos cuentos suyos fueron publicados en la antología de autores regionales (Santander) «Demasiado jóvenes para morir, Cuentos de la generación del abandono». Otros dos cuentos suyos están en la antología de cuentos del Taller de Literatura RENATA-UIS «Líneas de sombra»; ambos libros publicados por ediciones UIS. Actualmente trabaja en su primer libro de cuentos titulado «Peces para un acuario».

Comentarios