Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

El caballero de la noche asciende a lo más alto

Durante dos horas y cuarenta minutos es imposible moverse de la silla. Desde que las primeras escenas de El caballero de la noche asciende aparecen en pantalla, uno siente la seguridad de que el director británico Christopher Nolan lo logrará de nuevo: que volverá a plantear una historia en la que nada es como parece, en la que el villano tiene una justificación honda y brutal para serlo, en la que el héroe es un hombre despojado del amor y condenado por la sociedad; en la que una sorpresiva Gatúbela oscila entre su propio beneficio y el recato de ayudar a los demás; en el que todos traicionamos, fallamos, seguimos el camino equivocado porque es parte de nuestra falible humanidad.

 

Y sí, lo logra. Lo logra con creces. Quizás sin la magnificencia que alcanzó la segunda parte de la saga, El caballero de la noche, ni con un villano tan magistral como el Guasón, pero sí con una cinta que –de no existir la segunda parte–alcanza la mayor altura cinematográfica posible para un director: la de combinar en una cinta la crítica social, la oscuridad de los personajes, una trama compleja que no traiciona su estilo, y de paso, la capacidad de conquistar las audiencias.

Y lo logra porque logra crear un mito generacional y desarrolla sin pausa y con un ritmo consistente una cinta potente, sagaz, con giros inesperados, hipnótica, que se asemeja de alguna forma al golpe emocional que propina una pieza como el Bolero de Ravel, siempre in crescendo, hasta que uno estalla como espectador en emociones encontradas ante la revelación de un héroe que no es más que un ciudadano común que no renuncia a su compromiso de ser fiel a su propia causa.

Porque Batman, esta vez, es un ciudadano común antes que un superhéroe. Y en esta cinta se despoja de su máscara casi todo el tiempo. Ya no es glorioso y ha perdido sus reflejos y su fuerza. Además de todo, está solo y duda de sí mismo. Peor aún: tiene miedo del fracaso y ha perdido el miedo a la muerte, y eso significa perder el deseo de luchar.

Y en paralelo, Bane, el villano, es un hombre violento y físicamente más fuerte que él, inteligente, que sabe la necesidad que todos los humanos tenemos de un poco de anarquía, que se vale del engaño con que los dirigentes corruptos someten a la sociedad y de la rabia que nos genera la desigualdad social y los abusos del poder de los banqueros con nuestro dinero para ganarse nuestro favor. Porque, hay que decir la verdad, por momentos queremos que triunfe. Hasta que se revela como todos los otros: hasta que su afán por acabar con el mal de una sociedad que no merece vivir también lo absorbe a él.

Nadie es como parece en Batman, salvo el magnífico Alfred (el ganador del Óscar Michael Caine, en un brillante papel) y Lucius Fox (el también ganador del Óscar Morgan Freeman), que se mantienen firmes en sus convicciones: ni siquiera el comisionado Gordon (el nominado al Óscar Gary Oldman), quien ha sido el ejemplo de la total rectitud, esta vez se salva de los dilemas morales.

Los personajes centrales de Bane (Tom Hardy), Selina o Gatúbela –aunque jamás se le llame así– (Anne Hathaway) y Miranda (Marion Cotillard) son impecables, complejos y están cargados de emocionalidad. Y sobre todo quien vive el mayor dilema es el ganador del Óscar Christian Bale, un Bruce Wayne desenmascarado de su papel como Batman, quien soporta buena parte de la carga emocional de la cinta, junto con la mayor sorpresa de la cinta, el policía Blake (Joseph Gordon-Levitt), la real esperanza en una ciudad sometida al caos.

Una escena define el nombre de la cinta: aquella en la que Bruce Wayne, prisionero en una cárcel con un gran túnel de luz del que nadie ha escapado, mira hacia arriba y pregunta qué quieren decir los prisioneros que cantan  “Deh-Shay” a quien intenta subir y escapar. Significa “asciende”, le contestan. Asciende hacia la esperanza. Alcánzala. Aunque parezca imposible. Porque es el único escape posible a nuestra enjaulada existencia.

 

Al final, a mi gusto, Nolan hace un par de concesiones para que los seguidores del superhéroe queden contentos. Ni siquiera ese poco de obviedad dirigida a los hinchas de la saga empaña una cinta construida con complejidad y emotividad.

Porque Batman es una de las mejores cintas del año, si no la mejor hasta la fecha. No sé si ganará el Óscar, pero sí quedará para la historia. Quizás no sea el final más célebre y emotivo para un héroe, pero sí nos tiene a su merced y nos rendimos ante ella. Quizás no sea la más alegre, pero sí la más épica. Y quizás gracias a Batman ya no amemos más a los superhéroes por sus superpoderes sino por su humanidad, y por eso terminamos en el clímax cinematográfico del final de la cinta haciéndole barra a este cine que nos remece, mientras de fondo suena la espectacular banda sonora de Hans Zimmer que nos doblega y obliga, como les sucedió a tantos en el cine, a levantarse de la silla, aplaudir de pie y querer volver a verla.

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