Por Santiago Silva Jaramillo

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 Dos personas nos separan de un pillo. Eso aprendí cuando investigando para esta entrada sondee a mis amigos para ver quién conocía a alguien que pudiera saber cuánto valía un arma en el mercado ilegal de Medellín. En efecto, un amigo de un amigo fue capaz de darme una mirada dentro del negocio de compra y venta ilegal de armas en la ciudad.

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Incautación de caleta. Fuente: publimetro.co

Me puse en contacto con la  fuente para conocer un poco más sobre cuánto cuesta un arma en las calles de la ciudad donde vivo. Yo hacía las preguntas a través de un conocido y él, que no es un pillo, sino un “amigo de pillos”, nos contaba.  Al final la fuente nos pasó una especie de tabla de precios, y algunas recomendaciones y dificultades del negocio ilegal.

Lo primero que se puede conseguir es una pistola. Es el arma más común, más barata y más versátil para un criminal. Sirve para un atraco o una amenaza, para disuadir a un posible agresor e incluso, en manos experimentadas, para hacer una “vuelta”. Una 9 mm puede valer entre 1.000.000 y 1.500.000 pesos, sin papeles, pero “limpia”, es decir, sin que se hayan cometido homicidios con ella. Si la quiere con papeles, el precio se duplica, llegando a unos 3.000.000 de pesos más o menos, dependiendo de la marca.

Si necesita el arma con urgencia –o le importan poco los antecedentes y el riesgo- una pistola 9 mm con “muertos encima” puede valer unos 700.000 u 800.000 mil pesos. Esto es peligroso para el comprador y el vendedor, entre otras razones, porque la incautación del arma puede llevar a que al portador lo procesen por esos homicidios que lleva la pistola encima. También se convierte, nos dice la fuente, en un problema de logística, por el riesgo que implica transportarla en la ciudad y entregarla al comprador. Esas armas, sostiene el hombre, “van sucias”.

Por supuesto, hay más opciones. Un rifle vale entre 2.000.000 y 2.500.000 pesos, mientras un fusil vale unos 5.000.000 de pesos. La mayoría de las balas cuestan entre 2.500 y 3.000 pesos cada una, mientras que “accesorios” como un silenciador pueden valer entre 300.000 y 600.000 pesos. Para el presupuesto más reducido, las armas hechizas, con un valor que oscila entre los 300.000 y los 400.000 pesos.

No es fácil ni difícil, es posible.

Ahora bien, controlar el mercado ilegal de armas resulta fundamental para la seguridad de ciudades como Medellín en donde más del sesenta por ciento de los homicidios son cometidos con armas de fuego. De igual forma, al menos el 16% de los medellinenses consideran que es mejor “tener un arma para protegerse” de acuerdo con la Encuesta de Cultura Ciudadana de Medellín, 2015. Objetiva y subjetivamente, la relación entre violencia y armas de fuego es innegable.

Para un funcionario de la Alcaldía de Medellín entrevistado para este artículo, el dinamismo del mercado de armas se puede explicar en la importancia que estas tienen para establecer orden en el mundo criminal y ejercer poder en los territorios bajo su control. En efecto, las armas de fuego son, ante todo, herramientas de poder, tenerlas puede hacer de un raponero un ladrón o de un maloso o un pilllo, un pandillero o un jefe de combo. En este sentido, un arma puede ser más que una herramienta de control o instrumento del crimen, es “un icono en el ejercicio de la violencia” sostiene el funcionario.

Buena parte de las armas en el mercado negro de la ciudad son puestas por algunos miembros de las mismas fuerzas de seguridad. Las incautaciones o el contrabando de armas oficiales son una de las principales fuentes de la oferta. La corrupción está en el centro de cualquier esfuerzo por controlar el mercado ilegal de armas en la ciudad.

Programas de desarme y la posibilidad de aumentar las medidas de restricción al porte acompañan las labores de control de las autoridades que han entendido hace mucho tiempo que las armas de fuego son centrales en la gestión de la seguridad y la convivencia ciudadana.

Sin embargo, el acceso a las armas en la ciudad parece mantenerse estable; ante la mirada atónita de ciudadanos y el saboreo de los pillos con el negocio. O al menos, eso me dijo el amigo de un amigo.

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