El Mal Economista

Publicado el EME

YO NO SÉ POR QUÉ ME QUEDO

Por: Fernando Cárdenas

Vivir en Bogotá ha acabado con uno de los principios más importantes que soportan la economía neoclásica: el que no haya una migración masiva solo comprueba que de agentes racionales los bogotanos no tienen nada. El que nos quedemos todos viviendo en Bogotá pasa de ser un acto de racionalidad económica a ser un acto de fé, salta de la ciencia a la metafísica porque, sinceramente, no hay forma en que una curva de utilidad, una función de beneficios, o una estrategia dominante pueda explicar que nos quedemos.

En vista de que este foro es supremamente heterogéneo, y no es justo esperar que todos sepan de qué estoy hablando, explico un poco el concepto de racionalidad para los no economistas: la economía neoclásica (esa obsesionada con ofertas, demandas, equilibrios y mercados perfectos) basa su visión del individuo en varios axiomas fundamentales, estos son: que los individuos prefieren más a menos, que son indiferentes en el óptimo (es decir si usted quiere cinco chocoramos y tres ponymaltas le da lo mismo si le dan un chocoramo más o una ponymalta más, si es que ya tiene cinco y tres respectivamente) y que hay convexidad en las curvas de indiferencia. No se preocupe por entender esta última proposición, la mitad de los economistas tampoco lo logran. Para entender esta columna usted básicamente necesita saber que para que la economía que se enseña hoy funcione hay que preferir más a menos, y eso simplemente no sucede en Bogotá.

Desde que Bogotá estaba constituida por doce chozitas y una iglesia el alcalde de turno se ha visto enfrentado con el caos de la movilidad, no hace falta más que ver una foto de la carrera décima a través del tiempo para darse cuenta de eso; no obstante el problema nunca parece haber sido tan grave como hoy. Ahora hay un medio de transporte masivo más con respecto a los que teníamos hace veinte años, e inclusive con este la cosa parece haber empeorado en todos los sentidos. Contrario a lo anterior, no hay una sola vía principal (salvo un tramo de la Boyacá) que no hubiera en los noventa, lo cual significa que el espacio para moverse en la ciudad es cada vez menos, y menos, y menos. Las medidas “temporales” como el pico y placa, además, restringen cada vez más las posibilidades de los bogotanos a moverse en el corto plazo, esto hasta que deciden vender su carro de mediana gama para comprar dos con placas distintas y así dejar el trancón exactamente igual a como estaba. Hasta aquí todo parece muy racional, hemos preferido más medios de transporte a menos, preferiríamos más vías a menos, y preferiríamos llegar más rápido a nuestras casas que no hacerlo; sin embargo ahí es donde entra la pregunta ¿y por qué no nos vamos a un sitio donde sí se pueda hacer eso? ¿Realmente vale tanto la pena vivir en Bogotá?

Con la inseguridad pasa lo mismo, yo no me acuerdo la última vez que caminé por una calle y no miré para atrás a ver dónde venía ese sujeto de pinta sospechosa que caminaba detrás mío desde la estación de Transmilenio (sabiendo que al tiempo él debía preguntarse por qué el tipo de adelante lo miraba tan seguido mientras se guardaba el celular más profundo en el bolsillo). Si es verdad que los bogotanos preferimos más a menos, ¿no deberíamos preferir una ciudad en que no haya un atracador de doce años en cada esquina listo para aplastar nuestra racionalidad económica con la suya y quedarse el con más para dejarnos a nosotros con menos?

Si usted tiene hijos, un trabajo estable, una familia y casa propia, tal vez tenga razones suficientes para quedarse; es apenas entendible que su estrategia dominante sea proteger lo que ya consiguió. Si por otro lado usted es como yo, un estudiante al borde de la graduación, sin novia (o novio, aquí no vamos a juzgar a nadie), sin perro y sin trabajo; le doy la bienvenida al club de los inexplicables, aquellos que mi amada ciencia económica deja por fuera, no por discriminatoria, sino porque decidimos salirnos de la norma sin querer. La verdad yo soy como cualquier ser humano, no me hago preguntas del tipo “¿Si mi curva de utilidad es…?” cuando voy a hacer mercado, sin embargo en esta ocasión me veo obligado. ¿En qué sentido es más beneficioso para mí quedarme en Bogotá que irme a Cali, o Medellín, o Barranquilla, o Bucarest? ¿Será porque le está yendo bien a santafecito? ¿Será porque vienen los Foo Fighters? ¿Será cuestión de nostalgia? La verdad ninguna de estas preguntas me las puedo responder, la mejor respuesta que me he podido dar a mí mismo es que soy absolutamente irracional, que yo no prefiero más a menos, que soy un neo-hippie que ama su ciudad tanto como ha llegado a odiarla y solo por eso se quedó.

@FerCardenas

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