El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

La comerciante del metro

Cada persona que ha utilizado el sistema masivo de Metro podría dar testimonio de diversas historias que ha escuchado o vivido durante los trayectos  recorridos para llegar a su lugar de destino. Algunas de estas vivencias esconden emociones de tristeza, enojo y  preocupación;  o como en este caso, logran despertar la curiosidad de los transeúntes, y tal vez, robar algunas sonrisas.

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Por: Yuliana Osorio

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En la estación Ayurá del metro de Medellín ingresó una señora de no más de 45 años quien de inmediato le pidió el puesto a un hombre somnoliento  que se encontraba sentado frente a mí. – Según ella, se encontraba mareada y no se podía sostener de pie-. Él miró para ambos lados esperando que la petición no fuese para él, yo lo observé y no pude evitar sonreír. Este a su vez, murmuró algo incomprensible y  no tuvo más remedio que ponerse de pie y cederle el puesto a la señora, que más tarde se hizo pasar como  Azucena. Ella esperó aproximadamente 30 segundos,  sacó de su bolso dos colecciones de cucharas hechas en madera y le habló a una mujer que se encontraba  a su otro extremo:

– Buenas tardes mi señora, le vendo una colección para revolver todo tipo de comidas, son muy buenas y económicas, mire que le vendo la grande y la mediana por 10.000 pesitos no más.

-No, muchas gracias. –respondió la señora con tono distante-

-Mire que son económicas, tóquelas que son de madera fina, no se consiguen en cualquier lado, hágame la comprita. –Exclamó la vendedora-

– Eh ave María, usted lo que es muy avispada!, ¿no que estaba mareada? – Se hizo sentir el señor al fin-

– ¡Qué poco caballero!   – respondió la señora.-  si no hubiese dicho eso ni me daba el puesto, uno ya en la tercera edad y nadie se compadece de uno.

– Más fácil me hubiese compadecido por la edad, pero no con mentiras. Por eso es que después llega alguien que lo necesita de verdad y uno ya no le cree. – Contraatacó el hombre aludido-

– También estoy mareada, no ve que a esta  hora a uno lo entran y lo sacan del metro como si fuese un animal, casi me caigo y todo.

– ¿Y si está tan mareada, entonces por qué de una empezó a vender? – Refunfuñó de nuevo-

– Porque este es mi trabajo, vivo de lo que me haga en la Minorista, allá me puede buscar y le puedo dejar cosas bien baratas para que le lleve a su esposa y le quede más fácil cocinar. – dijo la mujer con tono jocoso-

-Vivo solo y no cocino.

– Con razón es tan mala clase, mire que me hizo perder la comprita. – Replicó ahora con un desdén de tristeza.-

– Vendo tres cucharas por 10.000, ¡aprovechen la promoción!. -Gritó por última vez y al ver que nadie le hizo caso, con decepción cogió su bolso, se puso de pie y esperó que el tren abriera sus puertas en la estación San Antonio.-

El señor del puesto vaciló un momento para  sacar  de su billetera 20.000 pesos,  alcanzó a la mujer y le metió en su chaqueta el dinero, ella lo percibió al instante, se echó la bendición y le dijo:

-Mi Dios se lo pagué. – Hasta que al fin se compadeció, yo sabía que detrás de ese carácter antipático, se escondía una persona de buen corazón.

Cuando el hombre se disponía a ingresar de nuevo al vagón del tren, este ya había cerrado sus puertas.

 

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