Parsimonia

Publicado el Jarne

El general Della Rovere y Pedro Sánchez

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) ha reelegido como secretario general a Pedro Sánchez. Después de que la Ejecutiva Federal del PSOE le forzara a dimitir y que lo enterrara el aparato socialista, volvió como el Señor de entre los muertos y ganó las primarias con más de 10 puntos de diferencia a la candidata preferida por los notables del partido, Susana Díaz.

La historia de Sánchez se parece mucho a la visión que tenía Vázquez Montalbán de Suárez, el presidente que pilotó la Transición en España. Montalbán, el creador del detective Pepe Carvahlo, le comparaba con la historia del General Della Rovere, perteneciente a la resistencia italiana en la II Guerra Mundial y cuya historia fue una película de Rosellini.

Los nazis encuentran a un estafador con dotes teatrales en Milán que es igual a Della Rovere. Lo meten en prisión para que entre en contacto con los presos de la resistencia y pueda averiguar todos los secretos que guardan. Pero se mete tanto en el papel, que cuando llega el momento de desvelar los secretos, decide no contar nada y acaba fusilado por los nazis.

Algo parecido ha pasado con Pedro Sánchez. El secretario general era un miembro del aparato del PSOE. Un tipo gris de los que se preocupan de negociar cuestiones técnicas y mantener el corral tranquilo. Lo que llamamos en España un fontanero. Estuvo en el Congreso de rebote y en el ayuntamiento de Madrid, pero pasó como un fantasma porque nadie le recuerda nada reseñable.

Pero un día hubo primarias en el PSOE. Elena Valenciano había perdido de forma estrepitosa las elecciones europeas frente a un PP que ya estaba asediado por los escándalos de corrupción y los recortes. Rubalcaba dejó el liderazgo del PSOE y se convocaron primarias para elegir al secretario general.

El aparato necesitaba a alguien porque no le gustaba Eduardo Madina. Todo el mundo miró a Susana Díaz, la presidenta de Andalucía. Pero ella no estaba por la labor así que rebuscaron en el armario y encontraron algo, un tipo llamado Pedro Sánchez. Era guapo y daba bien a cámara, pero no se le presumía gran altura política. Se dice que comentó Susana: «Este chico no vale, pero nos vale«.

Según los periódicos, el pacto entre el aparato y nuestro hombre era que Pedro le guardaba el corral hasta que Susana Díaz pudiera saltar a Madrid. Una especie de hombre de transición hasta que las huestes andaluzas cruzaran Despeñaperros y se hicieran con el PSOE. Había que esperar a que el tiempo madurara la fruta.

Pasó el tiempo y en 2015 llegaron las elecciones locales y autonómicas. El PSOE ganó poder territorial, pero perdió porcentaje de votos. El secretario general salvó la cara. Pero antes ya se encargó de dejar claro que no iba a ser un personaje dócil y se cargó a Tomás Gómez, uno de los apoyos clave en el Congreso en el que fue encumbrado. Algo que siempre le agradeceré.

En 2015 llegaron las elecciones generales y Pedro Sánchez se presentó a sus primeras elecciones. EL PSOE sacó los peores resultados de su historia, pero el PP de Mariano Rajoy se hundió. La entrada de los nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, había fragmentado aún más el Congreso. No había una mayoría clara. Empezaba un nuevo tiempo político en España y había que pactar.

Y en un movimiento que nunca le perdonó el aparato, nuestro hombre intentó convertirse en presidente del Gobierno. Como el falso general Della Rovere, se metió tanto en el papel de secretario general del PSOE que intentó pactar y convertirse en presidente. Llegó a un acuerdo con Ciudadanos y estuvo a punto de llegar a otro con Podemos para formar un gobierno de izquierdas.

Los notables, los que le habían aupado a la secretaría general, nunca le perdonaron que se creyera tanto el papel que le habían encomendado. Y todavía quedaba lo peor: se repitieron elecciones y la izquierda perdió escaños. El PSOE empeoró sus resultados. Pero todavía podía haber un gobierno de izquierdas si se producía una alianza con todo lo que se movía menos Ciudadanos y PP.

El establishment no podía más. Y una alianza de sus antiguos aliados, barones y cualquiera que se sentía un poco irritado le cortó las alas. Hubo un golpe de coroneles y lo fusilaron al atardecer. Pero antes sembró dos semillas que después echaron flor: se negó a apoyar la abstención para que gobernara Rajoy «No es no» y dijo que recorrería España para volver a ser secretario general.

Al general Della Rovere lo fusilaron, pero seguía vivo. Y a Pedro Sánchez lo fusilaron pero resucitó como sólo puede ocurrir en política. La gestora que lideró el PSOE fue incapaz de explicar por qué se abstenían si al final el PP podía pactar con otros para sacar adelante su programa o los presupuestos, como ha ocurrido hace poco. Susana Díaz cruzó Despeñaperros pero ya no era aquella dama prometedora.

Se presentaron los avales y saltaron las alarmas. Díaz había sacado casi el mismo número que Sánchez. Para presentarse a las primarias, hay que obtener un determinado número de apoyos de los militantes. Y cuando se hace esto, hay que dar nombre y apellidos. Todo el mundo lo sabe. Y los jefes se movían por Susana y se acojonaron de Sánchez porque sin apenas infraestructura había conseguido casi la misma cantidad.

A los militantes se les dio la posibilidad de darle una patada a sus jefes en el trasero después de que estos hicieran algo que no entendían. Si usted está en esta tesitura, ¿qué haría? No hace falta que conteste. La pregunta ya está respondida. El resto es historia.

El general Della Rovere.
El general Della Rovere.

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