¿Se lo explico con plastilina?

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¿Tauromaquia en Bogotá? 10 razones por el no, 10 razones por el sí

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Me puse en la tarea de hablar con taurinos y animalistas y preguntarles sus razones a favor y en contra de la tauromaquia en Bogotá y aquí se las comparto para que ustedes hagan sus conjeturas:

10 razones por el no

por @PlataformaALTO

1.    Porque una sociedad que transita hacia paz no puede reivindicar la violencia y la crueldad como forma de entretenimiento. La tauromaquia tiene un ejercicio brutal de fondo, que ha sido uno de los elementos más repetitivos en la historia de Colombia y de sus periodos de violencia, donde la idea es, que existe un dominador y un dominado. La tauromaquia es un ejercicio simbólico de dominación. En términos educativos es un mal mensaje, sobre todo en tiempos en que se habla de paz.

2.    Porque hay un principio ético que es necesario que se siga imponiendo en el mundo, dadas las circunstancia de vulnerabilidad y las crisis a todo nivel en que nos encontramos en este momento y es: no dañar a los seres que pueden ser dañados.

3.    Porque, pese a que efectivamente, la tauromaquia es práctica reproducida culturalmente; todas las prácticas culturales están sujetas a revisión por parte de la sociedad y la ética. Ninguna práctica cultural es de por sí, correcta o incorrecta, sino que la sociedad, dependiendo de la época, dependiendo del tipo de ciudadanía o sociedad que quiera construir, va juzgando si éstas son moralmente correctas o incorrectas, aceptables o no. La tauromaquia en este momento, es una práctica cultural anacrónica y no se corresponde con los nuevos tipos de moralidades, es decir las nuevas formas de relacionarnos con los animales no humanos, ya que la ciencia, la filosofía y la evolución moral de las sociedades han venido reconociendo que los animales son seres sintientes, seres con intereses y con capacidades. Ninguna tradición por encima de la razón.

4.    Porque la necesidad de construir nuevos tejidos sociales, basados en prácticas cooperativas, de solidaridad y fundamentadas en la no violencia y el respeto, si bien, reconocen el desarrollo de los talentos individuales, también reconocen los talentos de los demás individuos. En ese sentido, la tauromaquia tiene el inconveniente que en este momento, no contribuye a generar tejidos sociales pacíficos, justos y respetuosos. Pedagógicamente reivindicar la violencia como forma de entretenimiento sería al mismo tiempo justificar muchas formas de violencia también hacia los humanos, como formas de libre desarrollo de la personalidad.

5.    Porque en el ejercicio individual de fundamentarse a sí mismo como individuo, la formación del carácter es muy importante y si uno forma el carácter, elaborando sus formas de placer y sus formas de goce basadas en el sufrimiento y el dolor del otro, está construyendo es un carácter  dirigido hacia la práctica de la violencia misma y hacia la constitución de formas arbitrarias sobre el destino de la vida de la otredad.

6.    Porque la tauromaquia bien podría pasar a otra fase, una tauromaquia propia para el siglo XXI. Una fase mucho más simbólica, donde se reavivan todos los emblemas del supuesto amor y de la supuesta veneración que le tienen los taurinos al toro, a través prácticas artísticas más aceptadas socialmente. Las corridas están en vía de extinción y su desmonte cada vez es más inminente, el punto fundamental es que hay unas élites que se resisten a ese desmonte. Se puede simbolizar la tauromaquia, a través del toreo de salón, los museos taurinos, pero en las que no haya ningún tipo de daño a un ser sintiente. Los toros de lidia pueden ser admirados en el campo como muchas especies, en santuarios, donde se le respete la vida y no sea objeto de burla y crueldad.

 7.    Porque los animales en la tauromaquia son víctimas, en la medida que a la víctima se le perpetra el daño de manera injustificada, de manera innecesaria, sorpresiva y sistemática. Por supuesto, en la tauromaquia, se da un ejercicio de unilateralidad. No hay ningún tipo de pacto entre torero y el animal (es imposible) para un duelo, en igualdad de condiciones, un combate limpio para mostrar algún tipo hombría. Se ejerce dominio. El desmonte de la tauromaquia constituye una garantía de no repetición del daño.

8.    Porque los niños y las niñas, así como lo plantea la ONU, deben ser alejados de la tauromaquia. Agremiaciones de psicólogos y psiquiatras en el mundo, organismos de investigación del fenómeno de la violencia y recientemente el Comité de Derechos del Niño de las Naciones Unidas, han considerado la tauromaquia una actividad violenta a la que se expone al niño desde pequeño vulnerando sus derechos a la integridad física y mental, por lo que ya no existen argumentos que justifiquen amparar legal y administrativamente la participación y asistencia de niños en espectáculos y eventos taurinos, así como aprender a torear vaquillas.

9.    Porque pese a que quienes se lucran de la fiesta brava, plantean que su actividad es reglón relevante en la economía, lo cierto es que simplemente se trata de empleos temporales, informales y una actividad donde sólo el ganadero y el empresario perciben las ganancias gruesas. Ningún negocio puede ir en detrimento de la vida.

10.  Porque la libertad llega justo hasta donde empiezan los derechos del otro y cada ser tiene derecho a vivir y a no ser torturado.

10 razones por el sí

por http://descabellos.blogspot.com/

1.Por sujeción a la Ley. Incluso los antitaurinos entienden que la Ley es un principio rector de la Democracia bajo el cual el ciudadano debe someterse. Invocando acaso de forma abusiva al Leviatán, entendemos que el hombre sacrifica su libertad y se sujeta a la Ley para que la figura del Estado cumpla la otra parte del pacto social: garantizar la seguridad y el resguardo del ciudadano. Por esto cumplimos leyes y por esto debemos cumplirlas todas, así contravengan nuestra opinión personal. En eso creo que todos estamos de acuerdo. Los antitaurinos además usan todos los recursos de Ley en su ofensiva contra la tauromaquia: tutelas, proposición de referendos o consultas populares, proyectos de ley para reformar la legislación, o incluso el ataque penal al taurino. Esto indica que los antitaurinos pretenden sujetarse a la Ley. ¿Entonces por qué no respetar lo que la Ley, la Constitución y los fallos de la Corte Constitucional, dicen sobre la tauromaquia o el patrimonio cultural en Colombia? Sobre el tema taurino hay en total cinco sentencias de la honorable Corte Constitucional, y una Ley de la República, y la línea jurisprudencial de todas expresiones jurídicas señala que la tauromaquia en Colombia solo puede ser abolida por el Legislador. La última sentencia, la C 889/12, restringe incluso la potestad del alcalde para abolir, sea por eufemismos o decreto, la celebración de corridas de toros en plazas de primera categoría, como La Plaza de Toros de Santamaría, contemplada en la Ley 916 como tal. Sobre los temas legales, recomiendo el estudio del profesor Santiago García-Jaramillo[1].  Todo este ruido cotidiano, por demás se debe a la inminente sentencia de la Corte que le daría razón a los taurinos, de conservar la línea jurisprudencial sobre el tema. En cualquier caso, el antitaurino de inmediato estaría dispuesto a decir que la Ley no es un principio sagrado: también la esclavitud de los afrodescendientes fue legal en siglos pasados. Es cierto. Pero aquí inicia mi segundo punto.

2. Porque la argumentación antitaurina en realidad es una hipérbole de las falacias de asociación. Sí, es cierto. No es una pretensión válida el desconocimiento de la Ley y de la potestad de la Corte Constitucional, solo porque puede invocarse hechos del pasado como la esclavitud, la ablación, el casamiento infantil o cualquier otro estruendoso fenómeno que tuviere amparo legal en determinado punto de la historia. Además, porque es un desvarío lógico suponer que una argumentación puede estar basada en una red de asociaciones. Esto en realidad es una muletilla común del animalismo, ya denunciada por el exvegano Rhys Southan[2]. ¿Pero cómo puede ser esto un argumento para la vuelta de los toros a Bogotá? Puede serlo, porque si se le solicita al discurso antitaurino que se presente sin falacias de asociación, se vería seriamente empobrecido, y sus razones para pedir que el toreo no vuelva a la capital quedarían reducidas al absurdo. ¿Que el toreo es una cultura? Pues también la ablación del clítoris lo es (sic). ¿Que hay 35.000 familias que quedaron lesionadas económicamente por la prohibición de Petro? Pues también el narco da empleos, y no por eso debemos admitirlo. ¿Que sería conveniente la protección de la patrimonio inmaterial de la identidad cultural de un pueblo? Pues entonces revivamos el Coliseo Romano…Cuando yo era antitaurino, podía explicar cualquier cosa con esto; luego me di cuenta de la inconsecuencia, pues incluso la jugarreta podía invertirse: ¿Que hay miles de personas en contra de las corridas de toros, y los taurinos son minoría? Pues también en su tiempo había más racistas que afroamericanos. ¿Que el antitoreo es una manera de reafirmar mi moralidad, y debería ser extensible para toda la sociedad? Pues Hitler o Tomás de Torquemada también fueron antitaurinos, y no por ello vamos a pedir que la gente tenga la moral nazi (muy antitaurina), o emprenda una persecución xenófoba contra los taurinos, como hiciere en su tiempo el Santo Oficio…Como puede notarse, en realidad esta clase de argumentación entraña partes iguales de irrespeto y falacia, pues las premisas no versan sobre lo tratado, sino sobre ejemplos convenientemente sacados del sombrero. Sin falacias de asociación, el antitoreo y sus razones sobre la no vuelta de los toros a Bogotá, cambiaría sustancialmente. El discurso está adulterado. Finalmente, hay que desconfiar siempre de la argumentación que reitera el “también…” o el “entonces…”, pues está obviando el foco constantemente.

3. Porque la abolición de los toros no implica ninguna forma de bienestar animal. Algunas personas suponen que la abolición de las corridas de toros supone de inmediato una forma de garantizar bienestar al animal. De hecho, además de la condena de tono moralizante en contra del taurino, la segunda parte del antitoreo versa sobre el bienestar del toro. El antitoreo intenta impedir la “tortura” y el “asesinato” del astado, y este es su fin último. Todo muy loable, siempre y cuando se corra un tupido velo sobre el toro que queda en el campo. El toro, si no va a la plaza, sigue necesitando alimentación, atención fitosanitaria, las dos hectáreas por cabeza donde vive, y un sinfín de cuidados más. Está acostumbrado a vivir en un régimen extensivo muy dispendioso. Pero abolir las corridas de toros redunda inmediatamente en la asfixia económica de las ganaderías de bravo, que se ven en aprietos para seguir manteniendo el bienestar vital del 100 % de reses bravas que viven en la cabaña brava. Con corridas, solo el 6 % de toros es lidiado, y el 94 % de reses restantes, comprendidas en madres, añojos, cabestros, utreros, sementales y demás, viven sin ninguna clase de explotación, manteniéndose con el dinero que venido de las corridas de toros. Es una forma realista y ecuánime de garantizar bienestar vital a los animales. Muchos antitaurinos han visitado ganaderías de bravo para comprobar que las cifras y la situación de las reses es cierta, como de hecho lo es. Bien, abolir el toreo implica cortar el flujo económico que deriva en vacas bravas libres de máquinas ordeñadoras, por ejemplo. Las ganaderías colombianas, sobre todo las toristas que lidiaban en Bogotá, han tenido serios aprietos para subsistir sin el dinero devenido de La Santamaría. También, la demanda de corridas en plazas de menor aforo, no puede sostener el público bogotano (unos 35.000 aficionados a distintas facciones de la tauromaquia), por lo que el número de corridas de toros en los alrededores de la capital ha venido en aumento (Subachoque, Choachí, Duitama). En realidad las medidas antitaurinas de Petro han desembocado en más toros muertos, sea por problemas ganaderos o por tener que realizar más corridas para satisfacer la demanda de aficionados.  Su formas moralizantes, he aquí una paradoja, resultan amplificando las consecuencias de afectación en los animales. Sin una salida realista a esta paradoja, cualquier intento de abolición es irresponsable para con los animales. ¿Por qué el hambre va a ser menos inmoral que la muerte?

4. Porque el toreo es una cultura. Pese a años de programación propagandística en contra, y aunque a muchos les cueste creerlo, la tauromaquia es una cultura. Su naturaleza ha sido abordada por muchos antropólogos capaces de poner una mirada profunda sobre este rito milenario[3], que ha configurado un arte vivo, un metalenguaje, una relación con la naturaleza, y una identidad transmitida de generación en generación desde hace varios milenios: en suma, eso es la cultura.  Bajo el fenómeno de la transculturación, la tauromaquia se adaptó rápidamente en Colombia, pues los indígenas prefiguraron una deidad similar al toro, que no era endémico en nuestro país. Los indígenas y los afrodescendientes practicaron la tauromaquia como un acto de libertad y afirmación. Luego, los republicanos que forjaron nuestra emancipación de España, no solo fueron devotos del toreo (todos, sin excepción), sino que incluso financiaron nuestra independencia con corridas de toros. Ya en la vida republicana, todos los actos públicos estaban rematados con corridas. En fin, 400 años de una expresión que forja la identidad de una minoría, un discurso cultural arraigado, y estamos aquí. ¿El sacrificio animal es un argumento suficiente para enervar una cultura? Para responder el antitoreo solo puede anteponer su falacia de asociación: cercenar el clítoris a las doncellas africanas…¡también es cultura! Y no por ello…(etc), pero esta escaramuza dialéctica ya fue señalada como falaz, obviando que no es lo mismo una cultura que en un proceso endógeno (la cultura taurina es una construcción mucho más compleja que la ablación, que no es una cultura), y que la ablación viola derechos humanos, no animales, y por ello las premisas de la asociación no coinciden en nada. ¿Y cuál es la necesidad de una cultura? Quisiera reforzar la respuesta citando la definición de la pertinencia cultural que dio Clifford Geertz en su celebrado estudio sobre las riñas de gallos: “tiene la función de sintetizar el ethos de un pueblo-el tono, el carácter y la calidad de su vida, su estilo moral y estético-y su cosmovisión, el cuadro que ese pueblo se forja de cómo son las cosas en la realidad, su ideas más abarcativas acerca del hombre”[4]. Sin su cultura, un ser humano no es humano. Recientemente la tauromaquia ha sido avalada bajo un severo estudio por el Ministerio de Cultura francés (en Francia, las corridas de toros son Patrimonio Cultural Inmaterial, según los requerimientos de la UNESCO). El paso es importante, pues el riesgo de xenofobia ha hecho que distintos organismos internacionales amparen el derecho a la cultura como uno de primer orden. La cultura está contemplada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos[5] y del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales[6]. La Declaración de Johannesburgo en 2002 delimita la cuestión: «Our rich diversity…is our collective strength»[7]. En suma, el derecho a la cultura es a la vez un derecho humano, y debe estar en relación a los derechos animales, mas no sometidos por estos. ¿Por qué la persecución cultural va a ser un valor positivo en la sociedad posmoderna? Que lo explique Petro. El derecho a la cultura es de por sí suficiente como hacer más serio el debate, apenas respondido por los antitaurinos con rimas como “la tortura no es cultura”.

5. Porque la cultura taurina no afecta a la sociedad. Los animalistas esgrimen que toda violencia está interrelacionada, y que la tauromaquia pondría en grave riesgo a la sociedad, pues la violencia sublimada del ruedo podría trasladarse a las calles. Este argumento se conoce como el de “la pendiente resbaladiza”,  y en el tema animal destacan los estudios de Andrew Linzey, investigador este que ha intentado indagar el vínculo entre la violencia animal y la violencia social. No hay que dudar de esta honesta preocupación, pero sus pretensiones empíricas sí deben ser contrastadas. ¿Realmente el carácter cruento de la tauromaquia ha derivado en violencia social para Bogotá? No hay un solo estudio que logre mostrar evidencia empírica suficiente para comprobarlo. Yendo un poco al plano general, sobre las ideas de Linzey pesan algunos cuestionamientos. Por ejemplo, no logra una sola cifra significativa, en términos estadísticos, que pruebe la inalienable relación entre las violencias. Sus ideas pecan de parecer frenología, y tampoco logran explicar la furiosa violencia de algunas expresiones animalistas, como el grupo terrorista Animal Liberation Front. En estos temas, nunca debemos perderlo de vista, la acusación debe estar reforzada con estudios empíricos antes de convertirse en una ley general. Los animalistas además aducen un estudio inexistente del FBI sobre crueldad animal para definir parámetros de asesinos en serie, (siempre reto a que me faciliten la información oficial del mismo FBI, pero curiosamente solo están los casos de ALF en el portal del buró[8]), afirmación pues incomprobable, y que se basa en una afirmación emitida en 1991 por un agente en una entrevista publicada en el The New York Times. Pero estamos yendo muy lejos. Son incontables los estudios hechos por criminólogos y psicólogos animalistas sobre el particular, pero sin evidencia empírica esto no pasa de ser una teoría bienintencionada. Es decir, ¿cómo comprueban que la corrida de Mondoñedo en 2012 generó actos de violencia a nivel social? ¿Cuáles fueron esos actos? ¿Por qué los toreros en Colombia no tienen cargos por violencia intrafamiliar, asesinato, o cualquier otro delito social? También hay serias teorías que informan sobre peligros mentales merced a la acumulación de animales, pero yo considero irrespetuoso e insultante pretender que los animalistas, pese a ciertos grados de agresividad, son enfermos mentales. Los taurinos tampoco lo somos, y en general somos socialmente una de las minorías más pacíficas del país. Si los antitaurinos de Bogotá pretenden que el argumento de la pendiente resbaladiza sea cierto, deben presentar un informe demostrando palpablemente los hechos de violencia generados a nivel social por la tauromaquia en nuestra ciudad. Contrario a lo que se piensa, la discriminación cultural sí ha empañado con cierta violencia antitaurina esta disputa, y esto es una desgracia para el animalismo mismo.

6. Porque el antitoreo está en contra de una tauromaquia que no existe. Lo anterior es algo que yo mismo he podido comprobar. Cuando di el paso desde el antitoreo hacia mi actual afición (mediando José Tomás y su toreo espiritual), me di cuenta de que la mayoría de cosas que pregonaba el antitoreo sobre el rito son completamente exageradas, falsas, inventadas o sencillamente incomprobables. Muchos dirigentes animalistas callan, por ejemplo, que hay mitos espectaculares como el de la vaselina en los ojos antes de salir al ruedo. Se exagera la medida de las armas y las operaciones rituales (un columnista de El Espectador incluso aseguró que la espada salía por la boca del toro). Se le infiere al taurino un carácter que no tiene, o se supone que la finalidad del toreo es la diversión o el goce sensual con el dolor. Cuando se conoce por dentro la cultura taurina, todo esto no pasa más que como una broma malintencionada, apoyada en la reiteración obsesiva de la propaganda, las imágenes editadas o sacadas de contexto, y la saña de desinformar.  Por ejemplo,  yo pensaba que la pica destrozaba los músculos del cuello para que el toro no pudiese levantar la cabeza, aunque luego noté que la pica volvía más preciso y peligroso al animal (pues sacaba la casta), y que este levantaba la cabeza en todos los pases de pecho. Lo que parecía un acto ruin con un específico propósito, en realidad tenía otro sentido, y el propósito pensado no resultaba ser real, aunque allí estuviese la sangre como prueba. Volviendo, la necesidad de mentir para el antitoreo es algo sintomático y que deshonra el concurso de su acción contra la tauromaquia: se enfrentan a una tauromaquia que no existe en el fondo. Saliendo un poco al trapo, es innegable que hay sangre y muerte en el ruedo, y que hay puyas, banderillas y estoques. Pero también que lo valorado del toro es su bravura, su forma para enardecerse ante la agresión, su capacidad de sublimar la lucha hasta embestir más de 100 veces. Hay toros que van decenas de veces al caballo de pica, aun sabiendo que allí les espera la puya. ¿Coincide esto con la imagen de un animal inofensivo, si entendemos este término como la capacidad de no ser ofensivo, como también la imposibilidad de poder luchar? La tauromaquia se trata precisamente de convertir en danza la embestida o ataque del toro. Para ello se requiere que sea el toro el que pase a la ofensiva.  Su peligrosidad y fierezason el verdadero sentido del rito. ¿Acaso lo sospechaban los antis? Por ejemplo, el gurú animalista Leonardo Anselmi posteaba la imagen de un caballo de puya destripado en el suelo, para reafirmar que la tauromaquia era un trasunto indecente de sadismo contra un pobre animal indefenso, y que esto no debería volver a Bogotá. ¿Pero cómo puede un animal indefenso matar un caballo? ¿No se supone que el toro está siendo letalmente torturado, y que el torero está ensañándose sobre su indefensión? Ni siquiera tienen en claro si confundir al toro con una mascota o un letal animal cuando mata caballos. Por cierto, la imagen es sospechosamente falsa, porque los caballos llevan peto desde hace casi un siglo. En resumen, el antitaurino clama que no quiere leer, aprender, ver o entender nada de tauromaquia, pero al mismo tiempo se cree capacitado para entender el sentido del rito, sus significados, y hasta para saber qué hay en la mente del taurino. Algo aquí mueve a sospecha.

7. Porque el sensocentrismo no puede ser una moral que invalide a la tauromaquia. El sensocentrismo es el nombre con el que se conoce a todas las posturas morales hereditarias del utilitarismo moral, si entendemos a este como una concepción axiológica basada en cálculos de placer y dolor: el dolor es inmoral, y el placer es moral o una identificación del bien. Para el antitoreo la tauromaquia es el acto exclusivo de infligir dolor al toro de lidia, y allí radica su inmoralidad. La tauromaquia además eliminaría la posibilidad de florecimiento del toro, erradicando las capacidades que pudiera desarrollar. Los animales, dicen, tienen intereses en no sentir dolor, y en florecer como especie. También aseguran que las tesis del doctor Illeras[9] sobre la particularidad hormonal del toro de lidia, y que ratifica que el astado tiene la capacidad hormonal de morigerar su dolor, son falsas y han sido rechazado por la comunidad científica, poniendo una nueva pared de contención. Desarrollemos esto con un zoom invertido: para empezar, lo que llaman “comunidad científica” no ha emitido ningún comunicado desmintiendo los estudios del doctor Illeras; solo es posible hallar comunicados sueltos de sociedades veterinarias antitaurinas y de veterinarios independientes, también animalistas, todo esto lo suficientemente vago como para pretender que engloba a toda la comunidad científica a nivel mundial. De por sí, la comunidad científica no es tal, ni emite comunicados rechazando estudios. El discurso institucional de la antitauromaquia en cambio es el de adoptar por estrategia una postura que no reconocerá absolutamente nada a la tauromaquia. Lo cierto es que los estudios de Illeras no han sido desmentidos con ciencia, esto es, usando las magnitudes y experimentos que él usó, para concluir otra cosa, demostrando que sus tesis son falsas. Así se desmiente a la ciencia: realizando el mismo estudio, pero llegando a una conclusión distinta, y denegadora de la original. Por demás, los estudios de Juan Carlos Illeras no son los únicos que versan sobre el tema. Desde los análisis del Nobel Ramón y Cajal, numerosos fisiólogos y veterinarios han estudiado la particularidad hormonal del toro de lidia, acaso guiados por la intuición de lo visto en el ruedo: un animal que se crece ante el castigo, hasta el punto que luce más agresivo tras las puyas y las banderillas que sin ellas (como el toro Bastonito, por ejemplo). Laburu, Montero,  Sanz Egaña, Paños Marti, Gavin, son solo algunos de los nombres que pueden sumarse a una bibliografía completa sobre el tema de la bravura[10].  ¿Es posible hallar el rechazo de la Asociación Mundial de Comunidad Científica sobre todos los estudios que cursan esta materia?No sense…  La secreción de hormonas hipofisiarias y adrenales es algo normal en los animales adaptados a través de los tiempos a la lucha, incluso de ser herbívoros, y esto es algo sobre lo que nadie puede tener dudas. Los taurinos creemos que el toro es capaz de bloquear su dolor gracias a su naturaleza brava. Por eso vemos que los animales mansos saltan al sentir las banderillas, o son remisos a ir hacia el caballo, mientras que los bravos nunca acusan los rehiletes, y persiguen por el ruedo a los banderilleros, o van varias veces al caballo para vencerlo, pese al puyazo que eso traduce. La agresión extrae la bravura. Solo produciendo un dolor inicial, este proceso hormonal se pone en marcha, y garantiza que la muerte del toro es un trance menos doloro que similares experiencias en el matadero o en el campo. Esta ha sido una digresión sobre la cuestión del sensocentrismo. Me gustaría remitir a las tesis de Peter Carruthers y Adela Cortina en contra de esta postura moral, además de los argumentos de Mikel Torres (desde el mismo animalismo) en contra del utilitarismo. La capacidad de sentir dolor no es un baremo moral. Nunca ha sido usada en la historia para determinar la agencia moral de los seres, y abre la puerta al “sacrificio humanitario” y al “nuevo bienestarismo” (matar animales a nivel industrial, aturdiéndolos primero para que no sientan la muerte).El sensocentrismo se revela incapaz de garantizar protección a los animales que no son cordados, y también a los ecosistemas, los patrimonios culturales, los nonatos o los muertos, pese a que nuestra intuición moral nos dice que este grupo de no-sintientes cuentan con consideración moral efectiva. De hecho por eso hace dos siglos la postura utilitarista de la moral se reveló incapaz de consolidarse como una moral practicable. No se demuestra que tener A (capacidad de sentir) necesariamente conduzca a B (tener derechos morales), más que afirmándolo.  En este último prisma, y hasta que el antitoreo no refute científicamente los estudios sobre la sintiencia particular del toro de lidia, la tauromaquia no violaría los derechos del toro, siempre y cuando se garantice que su bravura elimina la posibilidad del dolor. Con respecto al enfoque de las capacidades, la teoría del florecimiento y demás, esto es una teoría contractualista, y requeriría un amplio concenso social para que las tesis fuera aplicables. Nussbaum, pensadora norteamericana que defiende el contractualismo moral, incluso dice claramente al final de su disertación que los intereses de los animales en no sufrir y florecer, en realidad son “asunciones teóricas” o “aspiraciones” en las que todos como sociedad debemos estar de acuerdo, pese a que fácticamente no existen. Ciertamente el toro de lidia cuenta con una programación genética sobre su supervivencia, pero en ningún caso esto puede aliarse a una forma de voluntad sobre tener intereses. Los animales sin consciencia reflexiva secundaria carecen de construcciones volitivas acabadas, cosa que asegura incluso la etología animalista. Para finalizar, ciertamente lo que truncaría para siempre la capacidad del toro de lidia para florecer como raza particular, es que el antitoreo cumpla su aspiración de extinguirlo.

8. Porque el animalismo no es honesto en sus pretensiones a partir de la lucha contra la tauromaquia. En este punto yo entiendo a la tauromaquia como un ejercicio de contracultura, y que se opone por su resistencia a una capa de pensamiento anglo predominante, que intenta disolver la riqueza cultural de los pueblos extranjeros bajo el signo de la monocultura. La UNESCO ha advertido este proceso a través de los puntos de la Convención de Paris (2005). Por ello uno puede notar cómo los que en meses pasados usaban una ruana como apoyo simbólico a los campesinos en paro agrario, hoy se tornan violentos con las expresiones festivas de la ruralidad, donde se incluye la tauromaquia. De hecho tuve una experiencia traumática sobre este particular, aunque no pretendo hacer una falacia ad hominem contra el animalismo o el antitoreo. Otro punto es el que habla sobre los planes de veganizar la sociedad, restringir hasta su desaparición el consumo de carne y leche, o incluso abolir la manutención de mascotas, según aspira el filósofo abolicionista Gary Francione. El animalismo más radical aspira a la abolición del principio de propiedad sobre los animales. ¿Por qué no se lo explican a los antitaurinos que asisten con sus mascotas a las marchas antis? Los animalistas también creen que el consumo de carne es un asesinato al nivel de la tauromaquia, y que el omnívoro es cómplice (esto puede leerse en Francione, Singer, Regan, Cavalieri, o en cualquier reivindicación animalista). ¿Por qué entonces no explican a los antis omnívoros que gritan contra nosotros, que los animalistas también los consideran a ellos “asesinos”? Tras el antitoreo, en realidad subyace un programa ético que de ser conocido ampliamente, sería rechazado por la mayoría de personas que se prestan al juego de la antitauromaquia. Los toros son una barrera cultural contra los excesos más boyantes de un pensamiento animalista que ni siquiera ha terminado de definirse como programa ético. De Singer a Nussbaum hay un abismo de indefinición y alimentación constante de nuevos aportes y descartes de lo evidentemente superfluo. Por ello, defender la tauromaquia es un intento para no empobrecer nuestras relaciones simbólicas con los animales, ni dar cabida a un proceso que, desatado sin control, puede tener consecuencias como la desaparición generalizada de especies, a fin de evitar que sean usadas por el hombre. ¿Qué animalista se atreve a refutar a Francione sobre las consecuencias de la dejación del estatuto de propiedad?

9. Porque las culturas tienen derecho a surtir sus propios procesos. La tauromaquia ha sufrido permanentes cambios a lo largo de su historia. El último ha sido atravesado por hechos como la revolución belmontiana, la inclusión de peto a los jacos de pica, la introducción del indulto, entre otros. Estos procesos son la expresión de las culturas que se adaptan al cambio social y se enriquecen con las expresiones que llegan y salen. ¿Por qué negarle este derecho a la tauromaquia? Por ejemplo, la imposición del peto que evita la muerte del caballo, es una preocupación de la tauromaquia misma. Desde 1888 pueden verse ya cabalgaduras con peto, o incluso el reemplazo de caballos por velocípedos, zancos o tapias.  Yo recuerdo un tentadero en 1914 con el mejor torero de todos los tiempos, Joselito El Gallo, donde ya el jaco tenía peto. Esto indica que la tauromaquia se cuestiona a sí misma, pues en el caso del peto, y a diferencia de lo que quieren dar a entender los antis, esto no se trató de una imposición política. El aspecto sacrificial está virando hacia el multitudinario pedido de indulto, y la técnica de la estocada requiere más perfección que nunca. La tauromaquia pude verificarse gracias a los medios masivos. En tiempo real puede verse lo que ocurre en una plaza de la provincia francesa, o ver el esplendor de la tauromaquia lusitana en la capital portuguesa. Como nunca, la tauromaquia es fiscalizada por sus propios creyentes desde todos los puntos del mundo, y esto necesariamente está provocando un cambio en el toreo contemporáneo, donde la escala moral del toreo es exigida en puntos que rayan la perfección inaudita. Así que las culturas no son estáticas, se regulan a sí mismas y deben tener el derecho a cambiar bajo la coherencia de sus propios procesos. Por ejemplo, la única disertación seria a nivel antropológico que he leído contra la tauromaquia ha sido la de Bernard Lempert, un pensador francés que acusa a la lógica sacrificial. ¿Lo imaginan pidiendo aboliciones a diestra y siniestra? En realidad, y pese a la dureza de su ataque, Lempert es consciente del daño que se produce a un tejido social cuando la cultura es abolida unilateralmente por un poder superior. En realidad, esta es la verdadera cara del barbarismo: lo solamente xenofóbico. Lempert entonces propone la introducción de una figura: el reemplazo simbólico de la lógica sacrificial, siempre y cuando este se haga dentro de los principios de la cultura. En la tauromaquia esto ya ha sucedido, cuando en Portugal se prohibiera la muerte del toro en el ruedo, pero no la tauromaquia misma. De forma espontánea la cultura taurina lusitana introdujo una nueva figura: los forcados, toreros que consuman simbólicamente la muerte del toro, al recibirlo a cuerpo limpio tras la lidia regular. Los hombres se funden con la embestida del toro recibiéndolo con el pecho, hasta lograr que el toro se detenga, muriendo así simbólicamente. No digo que este sea necesariamente el reemplazo que los bogotanos debamos dar a la muerte del toro en el ruedo si en un futuro se produce, pues en realidad estos cambios no pueden predecirse con exactitud. Aduzco que la tauromaquia está en continuo cambio, y que este es un derecho al que toda cultura debe aspirar. No considero que la persecución cultural sea un valor positivo de la modernidad. En cambio, algunos antitaurinos creen que pueden erigir una teoría evolucionista de la moral, donde obviamente ellos serían la evolución, y nosotros lo atrasado.  Hay que elegir pues entre el evolucionismo moral o el derecho a la cultura y sus transformaciones. Si se puede aspirar a dar más credibilidad a la predicción moral, ¿por qué no hacerlo en el tema cultural?

10. Porque La Santamaría de Bogotá es el centro de la cultura taurina de mi ciudad y de mis ancestros.  He esgrimido varios argumentos, ante todo atajando las posibles respuestas antitaurinas, pues solo a través de este método es posible entender a lo que aspiro finalmente: la tauromaquia es mi cultura, y la de otros miles de personas en la capital. Somos una minoría ante la vasta indiferencia. Como tal, esto nos da cierto amparo legal y constitucional que está siendo irrespetado. Lo hace el alcalde remontando una ola tan minoritaria como la nuestra: el animalismo, que funge como un programa ético, aún en construcción ciertamente. Sus quejas se basan en el desconocimiento de la particularidad cultural, la distorsión de la mentalidad taurina, y los supuestos riesgos que entraña el toreo para la sociedad. Sus inconsecuencias lógicas terminan manifestándose en paradojas como el tupido velo corrido a despecho del toro en el campo. ¿Dónde estaban todos esos animalistas cuando debíamos subir a 3.000 msnm para cortar pastos frescos, ante la insuficiencia del heno que no se podía comprar por falta de dinero? Aquí campea fuertemente una irresponsabilidad sobre las consecuencias del antitoreo, pero también el cuidado que le damos a miles de cabezas de ganado, aunque supuestamente seamos abusadores de animales por consumar un rito que, lejos de ser inmoral, es una moralidad misma. ¿Alguien puede dar una respuesta antropológica al hecho de la muerte del toro en el ruedo? En lugar de esto, encontramos generosas ocurrencias como acusaciones de sadismo, diversión o sevicia. La estocada, por ejemplo, es el momento más moral de la lidia, pues en ella el torero renuncia a su cuerpo y se lanza ciegamente entre los pitones para matar. Es un acto gallardo de heroísmo, que expone el honor que se le da a la muerte del toro, pues se consuma a total riesgo de la sagrada vida humana. Para el taurino es tortuoso pensar que el toro pueda ser abatido en un matadero. Concebimos la cultura taurina como un mundo simbólico y cultual que gira en torno al toro de lidia, donde la corrida sería el episodio final y dramático. El toro necesita ser sacrificado para su consumación, y en torno a este doloroso hecho se ha tejido por siglos un ritual sacrificial que rinda honores al animal, y revive el encuentro entre la cultura humana y la naturaleza inhumana.Se elige a los toros más serios y fieros para luchar, y por la comunidad bajan al ruedo los hombres capaces de trastocar el sacrificio en un complejo rito, devenido en arte desde la revolución belmontiana.  El toreo es un drama de poder, una tragedia sublime donde el torero arriesga su vida danzando con el toro antes de sacrificarlo, y donde el toro expone sus capacidades para representar toda la fuerza de la naturaleza, y su empeño por imponerse al hombre. Por eso la tortura es una futeza como categoría, pues el toreo, ya lo he dicho, consiste precisamente en transformar la lucha brutal del toro en una daza estética y armoniosa. El torturado no puede luchar. Los grandes temas de occidente, como la muerte del dios, la sublimación por el arte, la despedida, la renuncia o el heroísmo, son en sí los temas de la tauromaquia. Es lo que mi cultura intenta conmemorar bajo la libertad de correr toros, es lo que vemos y sentimos en la plaza, pagando un precio moral y ecológico muy alto por ello y a despecho de quienes no son taurinos ni conocen de tauromaquia, pero creen saberlo todo sobre ella. La muerte cargada de sentido es adulterada por el antitoreo y rebajada a la categoría de la diversión para poder desactivar su carga cultural. Los derechos humanos son puestos bajo los derechos animales en medio de una hipocresía nauseabunda, máxime en Bogotá. Se miente y condena a consciencia, y se justifica la agresión a la cultura porque “siempre será peor matar toros”. Abogo en cambio a nuestro derecho de la libre determinación, o por lo menos al derecho de controvertir contra una imposición unilateral de la alcaldía, que se ha ensañado en todos los planos contra una minoría cultural hasta el punto de incluso lanzar la población en contra de una huelga de hambre. Los toros deben volver a Bogotá porque lo dicta la Ley, porque los derechos humanos deben respetarse, porque el equilibrio ecológico es más realista que la utopía animalista disuelta en el tiempo, y porque toda cultura tiene derecho a su libre determinación para adaptarse a la marea de los siglos.

 

[1] http://www.javeriana.edu.co/juridicas/pub_rev/univ_est/documents/6-REV.UNIVERSITAS-GARCIALATAUROMAQUIA.pdf
[2] http://opinionator.blogs.nytimes.com/2014/08/10/how-similar-are-human-and-animal-suffering/?_php=true&_type=blogs&_php=true&_type=blogs&smid=tw-share&_r=1&
[3] En este particular, recomiendo vivamente la obra del catedrático de Cambridge, Julian Pitt-Rivers, una bandera de defensa de la tauromaquia desde la perspectiva antropológica.
[4] Geertz, Clifford.  The Interpretation of Cultures, Basic Books Inc., New York, 1973
[5] http://www.un.org/es/documents/udhr/
[6] http://www2.ohchr.org/spanish/law/cescr.htm
[7] http://www.unesco.org/new/en/education/themes/leading-the-international-agenda/education-for-sustainable-development/cultural-diversity/
[9] https://www.youtube.com/watch?v=Lsv30pz1ohA
[10] Teniendo en cuenta el súbito interés de la así llamada por el animalismo “Comunidad científica”, aporto bibliografía sobre el tema para que refuten con ciencia estos estudios:
ESTEBAN, R., ILLERA, J.C., ILLERA, M. «Influencia de la lidia en los perfiles hormonales de testosterona plasmática en toros y novillos». Medicina Veterinaria, 10: 675-681, 1993.
ESTEBAN, R., ILLERA, J.C., SILVÁN, G., ILLERA, M. «Niveles de cortisol plasmático en ganado bravo después de la lidia». Investigación Agraria, Producción y Sanidad Animal, 9: 21-25, 1994
CASTRO, J.M., SANCHEZ, J.M., RIOL, J.A. y V.R. GAUDIOSO.- Valoración del esfuerzo metabólico de adaptación en animales de la raza de lidia cuando son sometidos a diferentes secuencias de estímulos. II Congreso mundial taurino de veterinaria. Consejo General de Colegios Veterinarios de España. Córdoba, 1997
DE LUCAS, J. J., DE VICENTE, M. L., CAPO, M. A. y E. BALLESTEROS.- Rapport testosterone-agressivite chez le taureau de combat detection des fraudes eventuelles. Revue Med. Vet., 142: 4, 405-406, 1991.
PURROY, A., GARCIA-BELENGUER, S., GASCÓN, M., ACAÑA, M.C., J. ALTARRIBA.- Hematología y comportamiento del toro bravo. Invest. Agr.: Prod. Sanid. Anim., 7: 107-114, 1992.

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