Dirección única

Publicado el Carlos Andrés Almeyda Gómez

Cartas desde la buhardilla

La crítica decrece en interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones.
La obligación de ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza.
Un gran crítico es un moralista que se pasea entre libros.

Nicolás Gómez Dávila

 

Exordio

¿Para qué sirve un blog sobre libros? ¿A quién importa, si no a los autores de estos, a sus editores, a los críticos, reseñistas, lectores snob, uno que otro estudiante universitario, escolares en brega de algún resumen, comerciantes del mundo impreso, gacetilleros culturales, lectores despistados y gente sin mejor oficio que el de pasearse por diarios y revistas en busca de sentencias y criterios totalizantes o megalómanos?
Imagino –como buen romántico– que habrá un futuro promisorio para semejante empresa, más cuando se viene hablando en el país de planes de lectura, de tantas y tantas estrategias editoriales, al tiempo que se cierran librerías independientes, que se publica aquí y allá toda clase de libros en detrimento de la pobre naturaleza de la que se vale el papel en el que están impresos. Luego de ello me queda para mi triste consuelo personal, el espacio de un blog. He dejado por un par de meses de publicar dado que no encontraba algo que se prestara al epíteto de “actualidad” y que a su vez me importara lo suficiente como para sentarme y escribir… el tiempo ha pasado y no he hallado semejante piedra filosofal por la cual mi ejercicio como comentarista improvisado pudiera interesar a persona alguna.

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Por lo demás, habría que decir que el lector en general dispone hoy día de toda suerte de elementos de «crítica» alrededor de la oferta editorial, así como de herramientas que puedan servirle  para hacerse un camino lejano al fast-food de la ya globalizada mala literatura o bien para convertirse irremediablemente en un consumidor más, amigo para colmo de los “librodromos” de los que hablase Mario Muchnik en el pasado VivAmérica realizado en Bogotá en el 2009. Me refiero a los libros comerciales que, según se entiende tras las estrategias de mercado de los grandes expendedores de papel, no significan otra cosa que un remedo de literatura que se viene comercializando con el rigor que conviene a las grandes multinacionales: libros sobre recién liberados, memorias de actores de poca monta o políticos sin más gloria que la de tener para sí el usufructo editorial que sostiene sus atrevimientos literarios, acaso novelas por encargo, sainetes sanguinolentos y toda suerte de publicaciones cuya pedagogía mercantil lejos está de acercarse al noble universo de los libros que, en lo personal, no dudaría en llamar «de culto», libros que se abren desde su vastísima enunciación de las pasiones humanas, ya como soporte de aquella sentencia de Proust que viene tan a cuento en este sentido: «toma mi libro como unos lentes y si no te sirven toma otros».

La democratización de la cultura, aún sabiéndose conveniente, viene a alimentar en este caso el crecientemente preocupante ejército de escritorzuelos mediocres, víctimas de su mitomanía y de su amor propio, con una elocuente proyección comercial avalada por la norma del menor esfuerzo y de la lectura fácil: en lugar de formar lectores competentes estamos fabricando autores reciclables.

En todo caso, heme aquí, y he aquí de nuevo mi “Dirección única”. Por lo demás, creo, dado el epígrafe de este breve texto, que este blog hará algo más que hablar de libros… Como  justificación, recuerdo a los lectores que en este país quienes hacen comentarios sobre sectores particulares del arte o la cultura poco o nada tienen que ver con aquello de lo que hablan.

Los médicos hablan de cine, los poetas de plásticas y yo, como se verá, hablaré de todo un poco, según me sea permitido en esta “Dirección única”, casi como conviene a un opinador –véase el video de Yo opino –, y tal cual demanda el formato de un blog en tanto su apuesta estética debe atender a propósitos más comunicativos que autoreferenciales, académicos o pseudointelectuales, bien que su finalidad no es la de exponer confusas jerigonzas sino más bien la de abrir caminos hacia un criterio lector que permita sopesar y separar el «trigo de la paja».

Una revisión en este aspecto, me lleva a recordar aquí el ya desaparecido espacio que tuve la oportunidad de coordinar por un tiempo considerable en la edición impresa del diario El Espectador, en la que cada viernes incluíamos algunas notas críticas sobre libros que no necesariamente respondían a  la coyuntura que significa el epíteto de «novedad» y que rara vez daban cuenta de aquellos libros que, se sabe, gozan de un envidiable seguimiento publicitario que –en la mayoría de los casos– sólo intenta cubrir con lugares comunes y «algarabía de contracarátula» la mediocridad de su contenido. Se trataba de «Página de libros», sección de comentarios bibliográficos que incluía títulos de editoriales poco conocidas en el país, libros no tan recientes o de circulación limitada, así como temáticas no tan usuales para los suplementos culturales con algún espacio destinado a la reseña, caso de la edición universitaria cuya difusión fuera de la academia sigue siendo hoy día prácticamente nula. Por alguna razón, que luego revisaré, el espacio perdió adeptos y pasó al olvido. Alguna vez oí a alguien hablar sobre «Página de libros»,  se trataba ni más ni menos que de la página más aburrida y confusa de los viernes.

De la shakirización de los medios

En la pasada XXIII Feria Internacional del Libro de Bogotá, y como parte de un breve conversatorio sobre el panorama de las reseña editoriales y el papel de los diversos medios de comunicación en relación con la difusión del libro académico frente al libro comercial, el poeta Juan Manuel Roca –acompañado en la mesa por Juan Felipe Córdoba, presidente de la ASEUC; Nicolás Morales, editor de la Universidad javeriana y columnista de Arcadia; Nelson Freddy Padilla, editor dominical del Diario El Espectador; y Celedonio Orjuela, subdirector del periódico Lecturas Críticas– hablaba de una maligna y creciente ‘shakirización del periodismo colombiano’ en tanto el lugar que se da a los espacios de opinión y crítica parecen poco menos que inexistentes si de ver sus tan condicionados canales de difusión se trata, además de obedecer la mayoría de estos medios a cuestiones económicas por las cuales la prensa alternativa llega a ser, dada su lejanía a los oficialismos y las bendiciones burocráticas, la única con las libertades para comunicar algo más que el parlamento de aquellos entes con una gran injerencia, por alguna u otra razón, en los medios masivos de comunicación, cosa que les impide ser realmente independientes y que incluso termina por socavar la filantropía que en un principio soportase su idea de medio masivo de comunicación, pese a una contundente y aplastante razón práctica que viene a servir de justificación irreprochable para prescindir de ellos: pautantes, simpatizantes del poder y gremios económicos, acaso una masiva estupidización de sus receptores con mayor poder adquisitivo, que terminan por dar la espalda a esta variedad de iniciativas periodísticas y/o culturales… todo a cuenta de la censura o de explicaciones aparentemente contundentes, como aquellas que llevaran a su triste fin a publicaciones como la Revista Cambio, convirtiéndola de medio crítico a crítico pasquín para amas de casa, una reversión de la Revista carrusel. Los argumentos que empujaron a su «transformación» –dilemas presupuestales y de nichos de lectura– bien le hubieran valido a la CEET para prescindir por igual de medios como la Revista Don Juan, una publicación sosa y nada original, ideada, según se supondrá, con no otra idea en mente que la de ser leída «con una sola mano».

He anexado aquí parte de aquella charla de la cual daré más adelante muestras un poco más concluyentes, en relación sobre todo al panorama y curso de esa suerte de publicaciones en nuestro país, bien que anteriormente publicaciones de gran aliento intelectual dieron a esta supuesta Atenas Suramericana algún soporte crítico desde lugares como la revista Mito, la revista Eco, o desde el desaparecido Magazín Dominical de El espectador, en una época dirigido por uno de nuestros conferencistas.

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Por lo pronto, he aquí tres fragmentos sobre el ejercicio y la praxis de la crítica, como breve bocado inicial:

Sobre la crítica

Por W. H. Auden (La mano del teñidor)

Una de las razones que hacen a los buenos críticos más escasos que los buenos novelistas o poetas es la naturaleza del egoísmo humano. El poeta o el novelista debe aprender a ser humilde frente a su tema, que es la vida en general. Pero el tema del crítico, aquel frente al cual debe aprender a ser humilde, se compone de autores, es decir de individuos humanos; y este tipo de humildad es mucho menos frecuente: Es más fácil decir “la vida es más importante que lo que yo pueda decir sobre ella” que decir “La obra de señor A es más importante que lo que yo pueda decir sobre ella”. Hay personas demasiado inteligentes para volverse autores pero que no llegan a ser críticos. ¿Cuál es la función del crítico? A mí, personalmente puede hacerme uno o más de los siguientes servicios:

1.Presentarme obras o autores que antes yo desconocía.

2. Convencerme de que una lectura descuidada me ha hecho subestimar una obra o un autor.

3.Mostrarme relaciones entre obras de diferentes épocas históricas y culturales, relaciones que mis escasos conocimientos no me permitieron, ni me permitirán, ver por mi cuenta.

4. Presentar una “lectura” que ahonde mi comprensión de la obra.

5. Arrojar luz sobre la “factura” artística.

6. Arrojar luz sobre la relación del arte con la vida, la ciencia, la economía, la ética, la religión, etc.

Los primeros tres servicios exigen erudición. No es suficiente. No es suficiente tener muchos conocimientos; para ser llamado así el erudito debe tener conocimientos útiles a los demás. No llamaríamos erudito a uno que hubiera memorizado la guía telefónica de Manhattan, ya que no imaginamos una circunstancia capaz de hacerle ganar un discípulo. Como la erudición implica el trato entre uno que sabe más y otro que sabe menos, su carácter puede ser transitorio; todo reseñador es erudito frente al público, pues ha leído el libro que está reseñando y el público no. Aunque el conocimiento del erudito debe ser potencialmente valioso, no es indispensable que sea él quien reconozca su valor; siempre es posible que el discípulo que recibe los conocimientos tenga más aguzado el sentido de su valor. Generalmente cuando leemos a un crítico erudito aprovechamos más sus citas que sus comentarios. Los tres últimos servicios no exigen un gran conocimiento, sino una intuición superior.

El crítico demuestra tener una intuición superior cuando las interrogantes que plantea son frescas e importantes, aunque luego podamos discrepar de las respuestas. Probablemente sean pocos los lectores que acepten las conclusiones a las que llega Tolstoi en su libro ¿Qué es el arte?, pero una vez leído es imposible olvidar las preguntas que formula. Lo que insisto en no obtener de un crítico es su consejo acerca de lo que me debe gustar o disgustar. No me opongo a que me diga qué obras o autores le gustan y le disgustan; más aún, esto último puede ser útil en cuanto a través de su relación con obras que yo he leído, descubriendo mis posibilidades de coincidir o divergir en los veredictos sobre obras que aún no he podido leer. Pero que no pretenda imponerme leyes. Mía es la responsabilidad de mis lecturas, y nadie sobre la tierra la puede asumir por mí.

La técnica del crítico en trece tesis

Por Walter Benjamin (Dirección Única)

– El crítico es un estratega en el combate literario.
– Quien no pueda tomar partido, debe callar.
– El crítico nada tiene que ver con el exégeta de épocas artísticas pasadas.
– La crlt1ca debe hablar el lenguaje de los artistas. Pues los conceptos del cénacle son consignas y sólo en las consignas resuena el grito de combate.
– La “objetividad” deberá sacrificarse siempre al espíritu de partido cuando la causa por la cual se combate merezca realmente la’ pena.
– La crítica es una cuestión moral. Si Goethe no comprendió a Hölderlin ni a Kleist ni a Beethoven y Jean Paul, esto no atañe a su comprensión del arte, sino a su inmoral.
– Para el crítico, sus colegas son la instancia suprema. No el público y mucho menos la posteridad.
– La posteridad olvida o enaltece. Sólo el crítico juzga en presencia del autor.
– Polémica significa destruir un libro citando unas cuantas de sus frases. Cuanto menos se haya estudiado mejor. Sólo quien pueda destruir, podrá criticar.
– La verdadera polémica aborda un libro con la misma ternura con que un caníbal se guisa un lactante.
– El entusiasmo artístico le es ajeno al crítico. En sus manos, la obra de arte es el arma blanca en el combate de los espíritus.
– El arte del crítico in nuce: acuñar consignas sin traicionar las ideas. Las consignas de una crítica insuficiente malbaratan el pensamiento en aras de la moda.
– El público deberá padecer siempre injusticias y, no obstante: sentirse siempre representado por el crítico.

“La crítica literaria”.

Antonio Alatorre (Revista Mexicana de Literatura)

“El buen crítico no estorba, sino ayuda, y su misión, entre otras cosas, es de índole pedagógica, pues guía a los demás lectores. El crítico es un lector, pero un lector más alerta y más “total”, de sensibilidad más aguda: las cualidades de recepción del lector corriente están como extremadas y exacerbadas en el lector especial que es el crítico. Y éste, además, tiene una íntima necesidad de comunicación: debe participar a otros la impresión recibida. Recrea, en cierta forma, la obra del poeta; es una especie de creador. En el poeta, la creación tiene un carácter absoluto: él no juzga. El crítico sí juzga, pero en esta tarea no se apoya fundamentalmente en bases científicas, sino en una intuición personal iluminada por la inteligencia. Si el poeta nos comunica una experiencia, una intuición intensa –y sólo las verdaderas obras literarias son capaces de comunicárnoslas–, el crítico nos comunica su experiencia del poema. El creador original parte de la emoción suscitada en él por un hecho de la naturaleza, de la humanidad, de su vivencia personal, de su fantasía.

El crítico parte, creadoramente, de su impresión de la obra literaria. Si todo lector refleja, como un espejo, la experiencia artística transmitida por el poema, el crítico, lector privilegiado, dotado no sólo de mayor receptividad y de mayor sagacidad literaria, sino también de la capacidad de comunicación, es un espejo mucho más fiel y sensible, de más pronta respuesta. Y, además, un espejo mucho más amplio, mucho más capaz de reflejar en toda su complejidad la esencia de la obra. Si todo lector refleja la experiencia artística transmitida por el poema, el crítico, dotado no sólo de mayor receptividad y de mayor sagacidad literaria, sino también de la capacidad de comunicación, es un espejo mucho más fiel y sensible, de más pronta respuesta.

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