De ti habla la historia

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Una mano de hierro con guante de seda

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Foto: listas.20minutos.es

Por: Iván Andrade

En “La historia de esta historia”, el prólogo escrito para Relato de un náufrago, García Márquez escribió: “Antes de dos años cayó la dictadura y Colombia quedó a merced de otros regímenes mejor vestidos pero no mucho más justos”. Se refería a la situación puntual de lo sucedido con el marinero Luis Alejandro Velasco luego de publicarse la historia en El Espectador, pero es una frase que dice mucho más.

Esos regímenes mejor vestidos han estado ahí por largo tiempo, antes y después de la dictadura de Rojas Pinilla. Con sus buenos modales que disfrazan la iniquidad y su retórica de hipnotizadores, han mantenido el poder en sus manos, han drenado las fuerzas del país e incluso lo han hecho sangrar.

El mismo García Márquez nos dio una imagen, una metáfora, un personaje de ficción que encarna a quienes han detentado el poder durante doscientos años: María del Rosario Castañeda y Montero, la Mamá Grande.

“Durante el presente siglo, la Mamá Grande había sido el centro de gravedad de Macondo, como sus hermanos, sus padres y los padres de sus padres lo fueron en el pasado, en una hegemonía que colmaba dos siglos. La aldea se fundó alrededor de su apellido. Nadie conocía el origen, ni los límites, ni el valor real del patrimonio, pero todo el mundo se había acostumbrado a creer que la Mamá Grande era dueña de las aguas corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del telégrafo, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre vidas y haciendas”. El poder heredado de la Mamá Grande sobre Macondo (trasunto de Colombia y por ahí derecho de América Latina) es infinito y parece eterno. Sus apellidos se han reproducido endogámicamente y junto con las ramas bastardas de su descendencia, dominan el país, lo ordenan y lo desordenan a su antojo, lo exprimen como parte de su malhadado derecho a gobernar.

La Mamá Grande es la dueña de todo, de la tierra y las carreteras, de los puestos de trabajo y la comida, de lo que crece y lo que se marchita, del arado, los azadones y las palas, de las máquinas y las bestias. De nuestras vidas y destinos. De lo tangible y de lo intangible: “La riqueza del subsuelo, las aguas territoriales, los colores de la bandera, la soberanía nacional, los partidos tradicionales, los derechos del hombre, las libertades ciudadanas, el primer magistrado, la segunda instancia, el tercer debate, las cartas de recomendación, las constancias históricas, las elecciones libres, las reinas de la belleza, los discursos trascendentales, las grandiosas manifestaciones, las distinguidas señoritas, los correctos caballeros, los pundonorosos militares, su señoría ilustrísima, la corte suprema de justicia, los artículos de prohibida importación, las damas liberales, el problema de la carne, la pureza del lenguaje, los ejemplos para el mundo, el orden jurídico, la prensa libre pero responsable, la Atenas sudamericana, la opinión pública, las elecciones democráticas, la moral cristiana, la escasez de divisas, el derecho de asilo, el peligro comunista, la nave del Estado, la carestía de la vida, las tradiciones republicanas, las clases desfavorecidas, los mensajes de adhesión”.

Aunque a la Mamá Grande se le hayan hecho funerales, ahí sigue, como siempre, viva y apoltronada en su gloria mandataria. Sigue muy viva en las varias compañías que nos expolian con saña y desprecian las leyes hechas para dar un mínimo de protección a los colombianos; en los medios de comunicación que hacen invisibles a las víctimas y difunden, alabándolos, los valores de los victimarios; en las pocas familias que desde siempre han gobernado y se comportan como una aristocracia con poder de decisión sobre la vida y la muerte de millones de personas, aristocracia que nos hizo creer que tenía desavenencias ideológicas irreconciliables y dos colores enfrentados, cuando su única diferencia real es que “unos van a misa de cinco y otros a misa de ocho”. Trapos y corbatas rojas y azules que han sido igual de útiles para estrangular por décadas a los colombianos. Ahora dicen tener más colores, pero parece ser la misma Mamá Grande con ropas nuevas.

Hoy la Mamá Grande trata de corregir un poco sus estropicios históricos. Negocia con uno de los ejércitos nacidos al calor de sus enaguas, una guerrilla que quiso bajar del pedestal a la Mamá Grande pero en el camino se convirtió en algo igual o peor, un grupo de asesinos divorciados de la realidad y atrapados en la caducidad de sus métodos y su discurso, formas de actuar y hablar podridas en la humedad de la selva. Pero otros ejércitos se oponen a la negociación, no todos los súbditos están convencidos de la forma como se está haciendo, y la Mamá Grande a veces no parece estar tan segura de querer entregar una migaja de su antiguo poder, porque tal vez nazcan cosas mejores que puedan hacerla tambalear. Una realidad donde el miedo no sea lo único que une a los colombianos. Donde la violencia ya no sea nuestro camino preferido.

Quizás eso sirva, pero no es lo único. La Mamá Grande es fuerte y astuta. Ha estado tanto tiempo ahí porque conoce muy bien las argucias del poder. La historia de Colombia ha sido dirigida por su mano de hierro con guante de seda.

La Mamá Grande todavía nos cubre con su rotunda presencia. Su dominio aún tiene la capacidad de robarnos el futuro y los sueños. Y mientras siga dirigiendo nuestros destinos, Colombia no podrá renacer.

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