Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

El sexo no es amigo del tenis

Antes del Mundial de Corea y Japón 2002,  Luis Felipe Scolari acusó de animales a todos aquellos futbolistas que no pudieran reprimir el deseo sexual, aludiendo al bajo rendimiento físico si estos lo practicaban, por ejemplo, un día antes de la competencia. En el caso del tenis, ese lado prohibido incluye, además, la restricción despiadada de la masturbación. Finalmente, la mano es el alfil de un tenista. Lo más chistoso del tema-para los que creemos que el sexo sí es inversamente proporcional al desempeño físico del deportista- son las formas desesperadas como algunos buscan corromper esa ley.  Lo prohibido, y esa desfiguración causada por un chorro de hormonas de pubertad, poseyeron a más de uno en mi generación. A mí, en 2008.

Ser huésped era la única forma de entrar al hotel donde se hospedaba mi amiga (o mi objetivo), pues el entrenador suyo había dado órdenes en recepción de restringir visitas para evitar convertir las habitaciones en cuartitos sofocantes. Inventamos un plan, como al tercer día de competencia (so pena de no rendir de la misma forma), para evadir a los recepcionistas y al mismo entrenador, que merodeaba por el lobby frecuentemente. Debimos (estaba con un amigo cuya novia integraba la misma delegación) ubicarnos en un callejón que daba al cuarto de las amantes y ellas nos lanzarían desde el quinto piso sus chaquetas rojas, las que identificaban el uniforme de la delegación que allí se hospedaba, para lograr infiltrarnos sin ser reconocidos. Entrar sin ser vistos, una vez el entrenador saliera a comer junto con la delegación, menos con dos mujeres que acusaban mucho sueño. En realidad, en el estado actual, no iban a poder dormirse en horas.

Vimos salir a la delegación entera y empezó entonces nuestro plan. Cuello hasta las mandíbulas, viseras de las gorras inclinadas hacia abajo para ocultar nuestros rostros, pasos sigilosos a través del portón y hacia las escaleras. Un escalón y aumento del placer del riesgo. Dos escalones y el optimismo de la ilegalidad cumplida. Tres escalones y la misión fallida.

“Un momento, señores…”. Siguiente paso, dar la vuelta y salir corriendo al escuchar al recepcionista que iba a llamar al entrenador del que nunca nos percatamos que hubiese salido del hotel. Corrimos en la misma dirección del restaurante de la delegación, aún no entiendo por qué, y a los metros nos alcanzaría el entrenador: un moreno de dos metros que parecía tener dos guadañas en lugar de brazos. Su mirada desafiante decretó el fin de ese amor pasajero.

“No me querías dejar dormir a mis niñas, ¿no?”, me dijo al siguiente día. Lo peor de todo es que, luego de ese intento fallido, nunca pude quitarle un minuto de sueño a dicha niña.

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