Tenis al revés

Publicado el @JuanDiegoR

¡Qué tramposo!

La suerte estuvo casi siempre de mi lado (lo repito por si no se leyó Los ludópatas del tenis). Una vez en un torneo de eliminación directa perdí e hice que me volvieran a revivir. Bueno, en realidad, es que me gané un Lucky Loser para jugar el cuadro principal, pero yo me pasé de vivo para que eso resultara. Nada de chantajes, sólo usé la yema de los dedos. Nada más. De todos modos los precursores del Fair Play se revuelcan en sus tumbas.

Era un torneo ITF en el Club Campestre de Cali. Caí en la última ronda de la clasificación con un argentino y me dijeron entonces que aspirara a un Lucky Loser, en caso de que alguien del cuadro principal faltara. Eso de esperar a que alguien se lesione horas antes de iniciar el cuadro principal, o que lo deje el avión o se intoxique con el agua de otro país, es bien maquiavélico de por sí. Cuídese, señor jugador de cuadro principal de que, por casualidad, aparezcan unas gotitas de cianuro en su Gatored antes de su partido de primera ronda.

Exagero. Sólo pensé en una que otra zancadilla fortuita. Pero en ese torneo, no tuve que hacerlo. Un extranjero, por motivos médicos, no pudo viajar. Entonces asistí al sorteo para rifar el único cupo de resurrección. El problema: aspirábamos seis, entre ellos mi gran amigo Juan José. El juez del torneo asignó las balotas enumeradas a cada uno de los seis. A mí me tocó el cinco. En el papel que lo comprobaba se leían los nombres y un número al frente.

El juez echó las balotas en una bolsa y las batió. Pidió que alguien sacara una y yo me ofrecí. Metí la mano, y sin sacarla de la bolsa, agarré una. Se me ocurrió sobar la ficha con mis dedos y me di cuenta de que estaba en alto relieve el número. ¡Era el dos! ¡Nooooooo!

Pero, no sé por qué (tal vez por susto), decidí soltarla, mientras seguía moviendo la muñeca para que todos pensaran que seguía buscando la ficha, como en un sorteo del Mundial de fútbol. Yo sonreía, claro. La más mínima expresión de sorpresa me delataría. Entonces luego de soltarla, agarré otra, le pasé los dedos por encima y…

¡¡Era el cinco!! La saqué y la mostré con el brazo arriba.

“¿Usted hizo trampa?”, me preguntó mi amigo Juan José. Me conocía bien el tipo. Creo que no se convenció de mi sonrisa falsa.

“Oigan a este”, le respondí con el ceño fruncido.

Para su consuelo y el del resto, perdí en primera ronda ese mismo día. Además, hace tres meses le conté a Juan José y fui merecedor de un puño.

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