La última palabra, la última mirada, el último gesto. Hay finales para los que pocas veces estamos preparados. Suelen ocurrir sin que sepamos que lo son: aquella ruptura definitiva a pie de calle, aquel “perdón” que nadie dijo, un “te amo” que no se pronunció o un “te veo mañana” que nunca llegó.

Si hubiese sabido que esa era la última llamada, seguramente no habría dicho lo que dije. O habría dicho algo más, quién sabe. Ella, en una cama, y yo, conduciendo por una autopista, acercándome al altavoz del teléfono para tratar de escucharla a miles de kilómetros de distancia. Le pregunté -como era una rutina- qué tal había dormido la noche anterior, si ya había desayunado y le pedí que intentara comer aunque fuera un poquito más. Esa fue la última vez que hablé con mi mamá. Eso fue todo. Vaya final.

Dos días después murió. Fue un viernes de enero. Se fue de la misma forma en la que vivió: luchando y tratando de no llamar mucho la atención. No le interesaba que se fijaran en ella. Me gustaría pensar que es posible heredar esa discreción.

Su funeral fue una ceremonia pequeña. Está grabado en video y almacenado en algún lugar de la nube. Un rincón de Internet que no quiero visitar. ¿Para qué? Hay dolores tan intensos que su recuerdo sigue lastimando más allá del tiempo.

Han pasado meses y todavía no me salen las palabras para decir que se murió. Sé que ya no está porque no suenan sus mensajes, no marco su número de teléfono. Ya no escucho su voz. Ahora no pienso en qué hora es allá, si estará despierta o habrá podido dormir. Confirmo que no está porque ya no tengo donde volver. El hogar de mi infancia desapareció. Bogotá ya no es Bogotá.

Teníamos una cita en Madrid para primavera. La vida -o la muerte- no nos dejó. Tendré que conformarme con el recuerdo de la última vez que la vi. Un final que ocurrió sin que supiera que lo era.

No estoy seguro de por qué escribo esto. Tal vez se trate de frases que suelto al viento. Lágrimas que cambio por palabras. Letras para aceptar y no olvidar.

Paisaje de Bogotá en enero
Bogotá, aquellos días de enero de 2024.
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