Sin Margenes

Publicado el Tathiana Sánchez Nieto

Qué hacer (o mejor no hacer) para que el dolor no duela

@tathysan

Apenas todo terminó con Felipe mi reacción fue tratar de no pensar. Me dije muchas veces que era una bobada, que el mundo no se iba a acabar. Me recordé también desde la voz más profunda de mi cerebro que yo aún era muy niña… que éramos muy niños él y yo para haber tenido algo que tuviera futuro. Traté de concentrarme en el trabajo, en la recuperación de mi mamá y en que no me afectara nada. Afuera era la fuerte, por dentro estaba hecha pedazos.

[Ya leiste mi entrada anterior? Cuento cómo empezó todo-> Entre cuentas regresivas y progresivas]

Mis amigos trataban de que les hablara del tema, de que me desahogara. Yo me reía, y haciendo mis chistes de siempre solo les decía que estaba perfecta. «Hay muchos peces en el mar» y»el que se lo pierde es él» eran mi frase favorita. Me volví experta en ignorar la situación, como si eso hubiera pasado en un mundo paralelo diferente al mío. La verdad era que esto me había quebrado por dentro.

Que se acaben tantas cosas de un momento a otro se siente como si alguien cercano hubiera muerto, y aún no queremos aceptar que es cierto. Parece que estuviera ahí pero lejos, de viaje. Buscamos formas de hacer caso omiso a lo que pasa, alternativas para no estar en la realidad porque somos conscientes de que apenas veamos esa muerte a los ojos, va a doler, y mucho. 

Recuerdo la primera vez que lloré mi fracasada relación. Ya habían pasado casi 15 días desde que a mi mamá le dieron de alta y seguía su recuperación en casa. No fui capaz de contarle lo de Felipe. Tampoco sabía como explicarles por qué no había vuelto a la casa. No creía que fuera el momento para que ellos supiera y además yo no quería afrontarlo.

Un día en que mi mamá y yo estábamos solas, ella se acercó a la puerta de mi estudio. Yo estaba grabando un programa para la emisora y mi mente estaba concentrada en el concierto que pondría. Se quedó mirándome con sus ojos que mezclaban preocupación y desconsuelo, y aunque ella ya sabía la respuesta, me preguntó: ¿es que acaso terminaste con Felipe?. Fue como si en ese instante un hilo invisible me hubiera halado con toda la fuerza a la realidad y me hubiera botado un balde de agua helada. La miré y empecé a llorar desconsolada. Le dije que eso creía, que el no había vuelto a aparecer, ni a llamar. Yo estaba pensando contactarlo esos días para hablar, repartirnos las cosas que teníamos juntos y cerrar el tema. Ella solo me abrazaba y me preguntaba si podríamos solucionarlo. Yo sabía que no. En los brazos de mi mamá me sentí avergonzada, como si me hubieran quitado la piel, como si estuviera expuesta y llena de quemaduras de tercer grado. Ella, asombrada de verme llorar como nunca antes, trataba de curar esas heridas sin saber muy bien cómo.

Fue muy difícil que mi mamá me viera así, y aún más que yo misma fuera consciente de que estaba rota, sin un manual de instrucciones para armarme de nuevo. Después de ese momento pensé que iba a decepcionar a todos. Mi familia y amigos siempre me vieron como una mujer racional, decidida, aventurera, valiente. Y sí, así me gustaba, «muy madura para mi edad» era lo que solían decir. Pero en ese momento yo era los antónimos de todas esas palabras. No podía dejar que me vieran así. No quería ser así.

Traté entonces de burlar ese dolor, de escapar de ese final. Era casi como esas historias que me contaban cuando era niña, donde el personaje principal quería engañar a la muerte y vivir para siempre. Cree entonces un caparazón gigante e invisible, que me ayudaba a no sentir lo que pasaba afuera. Era la mejor solución. Un lugar seguro donde nadie me viera, donde yo pudiera estar escondida llorando mis penas sin que nadie pudiera ver lo débil que estaba. Una coraza que me daba seguridad para seguir viviendo en este mundo hostil que me había dejado agonizante y desconfiada. 

Me costó mucho tiempo y energía entender que esconderme no iba a servir de nada. La solución que encontré fue la menos indicada, pero para mi, era la que necesitaba. Ahí empezó una larga lección para enteder que si no dejaba salir el dolor, él me iba a consumir. Y dentro de ese aprendizaje me dejé convencer de que yo era una víctima, y que el mundo estaba en contra de mi. Esa fue otra de las decisiones que me llevaron por un camino más largo y culebrero, que me ayudaron a ir hasta el fondo, re-encontrarme, rescatarme, y volver a resurgir.

Próxima entrada: La historia que me conté: Soy la víctima

PD: Esta historia continúa. Que me leas me ayuda a sanar. Espero ayudarte también.  

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