Sin Margenes

Publicado el Tathiana Sánchez Nieto

Ser la víctima, una de las mentiras que cuenta el dolor

@tathysan

Silencio. Mi cabeza tenía un vacío del tamaño del universo. Si eso era meditar, yo sin duda era la reina. No sabía qué hacer y tampoco había ideas. Solo un profundo y oscuro hueco donde no llegaba ningún sonido, ninguna chispa de luz. Flotaba en un lugar perdido que no era nada y en ese momento era mi todo. Buscaba no sentir. Buscaba seguir, y ya.

[Sigo contando mi historia, si quieres ver cómo empezó lee estas entradas: 1. De qué se trata esta historia? / 2. Lo que pasó en 5 años / 3. lo que hice para no dejar que me doliera tanto el desamor]

Estaba cayendo a un lugar que no conocía. En ese momento sólo llegaban preguntas: qué pasó? qué hice mal? Y como buena periodista, quería respuestas. Era entonces cuando llegaba la rabia que alimentaba a un monstruo que no sabía que vivía en mi. Ese monstruo crecía cada vez que trataba de encontrar la solución a esas preguntas que siempre me llevaban al mismo momento, a revivir esa noche en el carro de Felipe donde él me dijo que nos diéramos un tiempo.  Yo trataba sin éxito de limpiar el océano de lágrimas que salían de mis ojos.  Recuerdo que dije que no, que para mi el tema de los tiempos no tenía sentido. Le pregunté varias veces qué había pasado y el simplemente me dijo -«no se». Fue seco, real, honesto y frío.

La herida fue certera y honda. Felipe me dejó cara a cara con mis miedos más profundos: el rechazo y la soledad. Me volví la víctima. Era injusto. Lo era? Entonces pensaba en los meses atrás, cuando empezaron nuestras peleas. Yo también había querido que esto acabara.

Estaba aburrida en nuestra relación pero también tenía miedo. Sí, miedo a que termináramos porque no sabía cómo afrontar la vida sin Felipe. Miedo a no volver a encontrar a nadie. Miedo a volver a empezar. Pero había un miedo peor. Ahí estaba yo aterrada de verme pasar la vida al lado de un hombre con el que los días serían monótonos, un hombre al que le faltaba iniciativa, romanticismo y emoción. No sabía si yo tan aventurera, creativa, feliz y llena de ideas, podría aceptar la rutina, la linealidad, la falta de novedad, la falta de creer y crear todos los días.

Cuando la gente habla del desamor parece que quisiera a como de lugar idealizar al otro. Pero no, después de cinco años junto a Felipe yo ya estaba en el punto donde sabía de sobra sus cualidades y defectos. No todo era perfecto en nuestra relación, pero estaba convencida de que había llegado el momento de tomar la decisión de seguir allí junto a él y hacer lo mejor que pudiera, o de cruzar y ver si el mundo tenía algo mejor para darme.

Me sentía tan confundida que volví a rezar. Decidí que lo haría con una fórmula de mi infancia de la que estaba convencida porque de niña me había funcionado algunas veces: la novena a María Auxiliadora. Me crié con las monjas salesianas y María siempre resolvía todo si uno rezaba esos nueve días. Sin embargo cuando entré a la universidad, tantos libros, tanta filosofía, tantas formas de ver el mundo, me hicieron alejarme de la práctica católica. Seguía creyendo en Dios pero no en los eternos rezos sin sentido. Me volví más espiritual, y solía bromear con aquellos que me preguntaban en qué creía diciéndoles que yo era multireligiosa. Pero esa incertidumbre me tenía tan vacía que recé, mucho más que nueve días. Le pedía a la virgen que si tenía que estar con Felipe todo se arreglara, pero que si ya no tenía que estar con él, que me diera una señal, o que todo se acabara.

La señal llegó a través de mi amigo Fredy. Una noche en que salíamos de de la especialización, yo, como un disco rayado, entre sollozos y con cara de angustia le seguía hablando de que no sabía qué hacer. Fredy cansado de que no viera lo que para él era obvio me dijo: «La decisión que tienes que tomar es sencilla. Para ti Felipe qué es? Un motor o un lastre? Si es un motor, ya está, sigue apostándole todo a esta relación. Si es un lastre, para qué quieres cargar con eso? No lo tuve que pensar mucho. Ya lo sabía. Felipe era un lastre. 

Ahora venía lo difícil. No sabía cómo hacerlo. No sabía cómo salir de una relación que había durado tanto, que me había enseñado tanto y donde yo había amado tanto. No sabía desprenderme. No sabía como ser yo, sin eso que había creado. Y la decisión que no tomé a tiempo, la tomó Felipe por mi.  

Fui entonces la víctima? No. Yo también cree ese momento, esa herida. Yo también hice que pasara. Claro, en ese momento sentí que un rayo me partía en dos. Sentí que no era posible que alguien me dejara a mí. Sentí que yo no había hecho nada. Ahora hoy lo veo con otros ojos. No debíamos estar juntos y el universo, Dios, la virgen o la vida misma se encargaron de que todo se alineara para que Felipe y yo saliéramos de esa historia que nos habíamos inventado juntos y que ya tenía su final escrito.

Pero el camino es largo, y esto lo aprendí hace apenas unos años. Uno de mis mejores papeles fue precisamente el de ser la víctima, y como tal, lo primero que quise fue venganza. 

(Próximo post: La venganza del corazón herido)

PD: Escribir cada entrada me cambia. Me deja recordar y me permite perdonar y crecer. Gracias porque leyendome, me ayudas a sanar. Espero ayudarte también.  Y todo va a mejorar! Ya lo leerás 🙂

Sígueme

Twitter: @tathysan

Instagram: @tathysan

Comentarios