Sin Margenes

Publicado el Tathiana Sánchez Nieto

Entre cuentas regresivas y progresivas

Cinco años y contando: Cuando se aprende más en la caída y en las formas que usamos para levantarnos

@tathysan

Parece que tuviera en mi mente un contador de días, horas, minutos. En realidad no es tan exacto, pero sí tengo fechas que han marcado mi viaje. He sido como una historiadora que ha buscado esos puntos de no retorno, de quiebre, donde todo cambio. El mío es en el 2012.

Era Septiembre. Llevaba apenas unos meses en el equipo digital del gobierno, un trabajo nuevo y muy diferente para mi, y aunque estaba llena de dudas me tranquilizaba saber que mi sueldo era mejor que en la emisora en la que estaba. Mi familia atravesaba muchos problemas económicos y yo estaba preocupada todo el tiempo porque me sentía con mucha responsabilidad y pocas opciones. Le decía que sí a todas las propuestas que me llegaban. Seguía haciendo programas de radio, escribiendo los inicios de este blog, cubriendo eventos y buscando reconocimiento. Y en ese año aún tenía a Felipe.

Habíamos estado casi 5 años juntos donde vivimos millones de momentos, unos hermosos y otros no tanto, pero sin duda todos nos hicieron más fuertes. Nuestros amigos decían que éramos una pareja maravillosa y muchos querían saber el secreto para ser tan estables a nuestra edad. Si, la edad era importante también porque cuando empezamos yo tenía 19 y el 22, un momento en el que parece que nada puede ser verdadero pero esto, sin duda, lo era. O bueno, lo era para mi.

Fue en 2012, cuando ya teníamos 24 y 27 años, donde a pesar de la confianza que tenía en nuestra relación, en esa fuerza que habíamos construido, en los proyectos en los que habíamos trabajado juntos, todo se acabó. Después de una pelea, de esas que parece que no fueran graves, él, simplemente, desapareció. Me sentí llena de ira, indignada. Decidí que no iría tras Felipe para solucionar las cosas. Yo ya me había comido mi ego una semana antes por otra discusión que habíamos tenido. No entendía qué pasaba y en ese momento sentí que yo era la que debía estar orgullosa y brava. Creí que tarde o temprano él iba a volver.

Pero la vida no me dio tiempo de seguir pensando en esta pelea que parecía igual a las de siempre. La semana siguiente mi mamá tuvo una falla cardiaca grave que casi la mata. Fue grave, muy grave. Era domingo y cuando mi mamá se desmayó en la casa, no había ambulancias disponibles que la llevaran a la clínica. Estaba blanca y casi no le sentíamos el pulso. Nuestra opción fue pedir un taxi que casi no llega por los cierres de las calles de la ciclovía.

Recuerdo vernos apretados en el taxi. Mi papá trataba de sacudir a mi mamá y ella no reaccionaba. Ese camino hacia la clínica es de los peores trayectos que he tenido en mi vida. En urgencias trataron de ranimarla 3 veces y yo solo pensaba que ojalá no hubieramos llegado muy tarde. Recuerdo que las enfermeras me mucha información, pero lo que más me impacto fue la pregunta de si mi mamá había tenido un choque emocional fuerte en esos días. Si lo tuvo. Nuestro perro Charli, su Golden Retriever que la amaba con todo su corazón, había muerto unos días atrás, y todos habíamos estado muy consternados por la noticia.

Mientras los médicos hacían todo por salvarla, mi papá en la sala de espera no sabía que hacer, se tocaba la cara y parecía que apenas estuviera cayendo en cuenta que él estaría solo como responsable de esta familia. Él nunca se había pensado solo, sin mi mamá. Mi hermana no dejaba de temblar y llorar y solo me decía «si mi mamá se muere, yo me muero».

No sabía qué hacer o sentir en ese momento. Y llegó el recuerdo de Felipe. Necesitaba que él estuviera ahí para que yo pudiera refugiarme en sus brazos y llorar, quería desvanecerme pero a la vez saber que todo estaría bien porque estábamos juntos. Pero ahí, en ese momento, fui totalmente consciente de que él ya no estaba, de que me había dejado sola. Me sentí abandonada, no podía respirar. Sentía que estaba en la punta de un precipicio y que iba a caer. Tenía que tomar una decisión: podía desvanecerme y entrar en crisis, o podía decidir ser la que no se deja, la fuerte, la que así pase una tormenta, sigue en pie. Adivinen… decidí lo segundo. Y efectivamente caí de ese precipicio.

El 2012 era el año de comprobar si era cierta la profecía Maya del fin del mundo. Para mi definitivamente fue el año del Apocalipsis. Parecía que los Mayas me hubieran escogido a mi para mostrarle a los demás esa lección. Romper con el amor de mi vida, la enfermedad de mi mamá, y hasta que se muriera mi perro, todo parecía ser una orquestación del universo que señalaba un final contundente, un pedazo de mi vida que se acababa para siempre. Lo que no vi es que también mostraba un comienzo, un largo camino para volverme a encontrar.

Esto es más que una historia de desamor o de cómo reparar un corazón roto. Yo creo que es lo contrario, es una historia que tiene su eje en el amor. Entender eso ha sido el viaje, mi viaje. En esta travesía me he quedado ciega y paralizada, he tocado fondo y me he sentido sola contra el mundo. He estado perdida y desesperanzada. Pero también me he recuperado, he abierto los ojos, he encontrado la luz adentro y me he sintonizado con mi gps interno. He aprendido, me he reconectado, y he encontrado lecciones que me hacen hoy ver que he construido un mapa de luz y oscuridad que deja ver cómo he logrado ser valiente desde mi vulnerabilidad, y como hoy estoy volviendo a empezar. 

(Próxima entrada) Y la pregunta siempre es ¿ahora qué hago?

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