Algunos pueblos han tenido quien los narre, los que no, hoy yacen perdidos en los laberintos del olvido, ahí quedaron luchas y conquistas, hombres y mujeres que forjaron una historia, ahí mitos y tradiciones, todo cubierto por el grueso manto de la desmemoria. Los que han tenido la suerte de ser contados, de una u otra manera se resisten al olvido, hay una fuerza contenida en eso narrado que les permite seguir existiendo, teniendo un anclaje en su propia historia.

Hay una concentración

de músicos y poetas

a la que debe asistir

el Autor de las Tres Letras.

Tumaco durante un buen tiempo tuvo a su propio cronista, el poeta del pueblo, el poeta de las tres letras, el poeta del sombrero de ala ancha: Benildo Castillo nació a orillas del río Mejicano, en la vereda San José del Guayabo, un 20 de julio de 1920, estudió hasta tercero de primaria, como era común para entonces para los campesinos de nuestras comarcas. En 1948 llega al puerto, en donde se desempeñó como agricultor y pescador, teniendo un espíritu libre, rehuyó a toda actividad que le implicara una dependencia, de tal manera que sus jornadas transcurrieron al capricho de sus propios deseos.

En Bellavista fui gallo

en San Agustín padrón

y me he venido a Tumaco

a respaldar mi sección.

Sin saber como ni donde, en 1962 anotan sus biógrafos que se inició como decimero, su maestro “el cantor del campo”, Catalino Moreno, “el poeta de ciencia rural de mayor profundación”, según sus propias palabras. Desde entonces empezó a registrar los principales acontecimientos del puerto, convirtiéndose de esta manera en un verdadero cronista. Para ello, en improvisados papeles escribía sus décimas, las cuales ofrecía a sus amigos y conocidos, quienes voluntariamente le daban algunos pesos a cambio. Con seguridad muchos de esos papeles se perdieron en el arca del olvido, muchos fueron carcomidos por el salitre y la humedad propias de las zonas costeras, y algunos cuantos fueron salvados por avezados coleccionistas de curiosidades locales, permitiendo de esta forma conservar el legado del autor de las tres letras.

Algunos hombres de honor

andamos por las orillas

buscando de qué manera

mantener a la familia.

Muchas otras de sus producciones quedaron grabadas en el alma de los tumaqueños, no por nada la oralidad es la mayor expresión del resguardo de la memoria colectiva de los pueblos del Pacífico colombiano. La palabra, no resguardada en cofres de oro y diamantes, sino libre como las nubes que vienen y van, libre como las aguas salinas convertidas en olas que no se dejan atrapar, libre como la lluvia que se viene cuando le antoja. Así, las décimas de Benildo Castillo se han resguardado permanentemente, flotando en el alma popular tumaqueña.

“Son pendejadas carajo”

-dijeron los campesinos-

nosotros somos bastantes

pero tenemos que unirnos.

Sin embargo, no a todos les es dado la posibilidad de la palabra. Los ancestros africanos y locales, unidos pese a la ojeriza del avasallador, escogen a los privilegiados que han de mantener la tradición, aquellos a quienes el duende los embruja para que sigan con la décima, a su manera “entundados” también, y no se pierda la tradición, ahí están Carlos Rodríguez “El Diablo”, Telmo Angulo “El decimero menor”, Katherine Quiñones “La Tunda del Telembí”, y muchas mujeres y muchos hombres más que no dejarán morir la décima cimarrona.

Benildo Castillo falleció el 6 de julio de 1994 en su Tumaco natal, rodeado del cariño de su pueblo, reconocido en diferentes espacios donde llevó su palabra: Bogotá, Medellín, Buenaventura, y muchas otras ciudades y puntos de su amado Pacífico, ese litoral que con su palabra cada vez es menos recóndito y más reconocido y amado por propios y extraños. Hace algunos años se levantó un monumento en su honor en el Parque Ortiz de su ciudad natal, la barbarie de la desmemoria hizo que durante un buen tiempo permaneciera casi que en absoluto abandono, ante la juventud indiferente y la complicidad silente de los mayores que nada decían, como si la memoria de Benildo estuviese en peligro. En hora buena que para la conmemoración de los 30 años de su fallecimiento la administración distrital ha reparado el busto y está haciendo mejoras en el parque que debería ser lugar de encuentro permanente de la décima cimarrona.

Finalizamos con su décima a la décima, a la mejor manera de un Lope de Vega:

Cuarenta y cuatro palabras

tiene una décima entera

diez palabras cada estrofa

cuatro la glosa primera.

No es preciso tener tono

ni tampoco tener gracia

sino saber llevar

los versos en contonancia

a la medida que alcanza

según la regla y la tabla

la letra donde se cuadra

al pie de cada argumento

con punto coma y acento

cuarenta y cuatro palabras.

Se concentra en la memoria

la forma de argumentar

para sacar de la glosa

una frase al terminar

la que se debe grabar

desde la estrofa primera

la segunda la tercera

llevarlas en contonancia

y contar que diez palabras

tiene una décima entera.

Hay que poner buen sentido

entendimiento y razón

la mejor profundación

que le conecte al oído

para dar el contenido

a que refiere la cosa

si la acción es deleitosa

y que interesa de veras

colocando en hilera

diez palabras cada estrofa.

En los libros de argumento

está la prolongación

del gran poeta Moreno

y del aficionado Autor

que perdieron la ocasión

sabiendo de qué manera

se podía liberar

cuantas palabras cabal

tiene una décima entera

cuatro la glosa primera.

Avatar de J. Mauricio Chaves Bustos

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