Parsimonia

Publicado el Jarne

Mohamed

El recuento en el colegio electoral fue un desastre. Estuvimos hasta las 1:30 ultimando los papeles que había que enviar al juzgado. No llegué al bus nocturno de la dos y el siguiente pasaba a las tres y media de la mañana. Fue una de esas ocasiones en las que te apoyas en tu gente. Llamé a una pareja de amigos -gracias Ana, gracias Carlos- que se habían mudado hace poco a Parla Este. Me di una buena caminata para terminar el largo día durmiendo en su sofá.  En el camino, me encontré a Mohamed.

Estaba un poco desorientado. Llevaba el GPS del móvil, pero tengo estudiado que es cuando me pierdo con más facilidad. Le pedí al chico que me indicara la dirección que llevaba hacia la vivienda de mis colegas. Su casa estaba cerca y se ofreció a acompañarme. Desconfié. Luego pensé que no tenía nada de valor si me robaba, así que comenzamos a andar. Busqué algo sobre lo que hablar y le pregunté por qué estaba a esas horas por la calle.

A Mohamed se le había perdido su gato. Habría que precisar: se había escapado una noche más. Vivía en un bajo y cada cierto tiempo se iba de francachela o de excursión sin autorización escolar. Siempre regresaba al portal con las luces del alba. Maullaba insistentemente a la ventana hasta que le abrían la puerta y pasaba. Pese a todo, el chico siempre se iba a buscarlo. Aquella noche, como casi todas las anteriores, no había dado con el felino.

Andamos unos metros y pasamos por el barrio donde yo había vivido en mi niñez. Me comentó que él también había crecido en esa zona. Se había marchado a Parla Este hace un tiempo. Le pregunté su edad. Me dijo que tenía 27 años, uno más que un servidor. Había estudiado en un colegio al lado de mi casa, el Rosa de Luxemburgo. Después pasó al instituto del Olivo. Empezamos a tejer complicidades.

Mohamed no terminó la ESO, la educación secundaria en España. Dejó de estudiar a los 16 años porque entonces había trabajo fácil y no tenía ningún interés en seguir en el instituto. No parecía que hubiera sido mal estudiante, pero prefería tener dinero en el bolsillo a estar sentado en un pupitre. Ahora se arrepentía. Para septiembre tenía decidido que iba a apuntarse para sacarse el Graduado Escolar. Me contó que sus hermanas decidieron estudiar. La mayor se había marchado y la pequeña estaba estudiando, pero tenía en la cabeza irse también.

Le pregunté si camellaba. Me dijo que no. Le contesté que ya éramos dos. Sonrío. Llevaba tres años sin trabajar. A veces le salía algo. Hacía pequeñas chapuzas o trabajos para un par de días, una semana como máximo. Pintar una casa con un par de amigos, arreglar una persiana o hacer la mudanza de algún conocido. Otras le llamaba la Empresa de Trabajo Temporal (ETT) como mozo de almacén o de camarero para eventos o ferias. Daba para no pedir en casa, pero poco más.

Empezamos a llegar a los chalés adosados. Le pregunté si no se había formado en ese tiempo. Me dijo que había hecho varios cursos del paro. Los terminaba todos, pero nunca encontraba nada. Recuerdo que recitó una variopinta lista de cursos entre los que se encontraba uno de mecánica que había hecho en el Humanejos, donde doy clases a los chavales de oratoria. Le conté que yo estaba haciendo uno de diseño gráfico y tampoco veía muy claro que fuera a encontrar trabajo solamente gracias a eso.

Siguió con el relato. Me explicó que hace un tiempo se le había terminado la prestación como parado. No había dinero. Se quitó el coche; era muy caro de mantener. No recuerdo el modelo, pero lo malvendió por unos 1.200 euros. Me aseguró que era muy barato. La verdad es que no tenía ni idea, por lo que asentí. Desde entonces, ya no sale mucho de Parla. No se va de vacaciones, le cuesta ir a otros pueblos o acercarse a Madrid. Va andando a los sitios por no gastar. Parla es su mundo y no suele salir de él.

Llegamos a las calles con nombres de planetas. Calle de Urano, calle de Jupiter. Me pregunté cómo mi madre podía haber puesto esos nombres tan pretenciosos en el callejero. Le hablé de las elecciones. Le conté que había estado en el colegio electoral hasta tarde. Mohamed había votado en las elecciones a Podemos. Le  pregunté por qué. «Porque ya hemos tenido al PSOE. Después al PP. Sólo falta Podemos». No lo vi muy convencido con su voto, supongo que era lo que le faltaba probar.

Habíamos llegado al punto en el que cada uno se desviaba por su camino. Era el momento de despedirse. Quería darle algo, pero no sabía qué. Le dije que no llevaba pasta, pero me hubiera gustado compartirla con él. Me contestó que no me había acompañado por dinero, que lo había hecho por hacerme un favor. Me pidió tabaco. No fumo, de forma que no llevaba nada. Le recomendé que no lo hiciera porque es un vicio caro. Sonrió. Le di un par de chicles que tenía para que calmara el mono. Nos abrazamos y se fue.

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