Parsimonia

Publicado el Jarne

La tormenta

Todo ocurrió hace dos o tres años. Desde aquella época aborrezco el buen tiempo, por eso me vine a la sierra a ver llover. No hago más que mirar por el balcón, esperar que el cielo se nuble y se abran las cataratas del cielo. A Botella se le inundan los túneles de la M-30, el metro se paraliza y toda la ciudad se entristece. A mí, en cambio, al mirar por la ventana y ver caer las gotas me pone de buen humor. Un súbito latigazo me golpea y viene la imagen de aquella mujer a mi mente.

Vivía en un piso de Lavapiés. El poco dinero que me dejó la herencia de mi difunto padre se esfumó en arreglar aquella buhardilla vetusta de bohemio empobrecido. Era un último piso, bastante viejo, que tenía las consabidas goteras. El apartamento venía con una larga ristra de cubos y pozales. Hice algunas chapuzas con unos colegas y terminé con lo de ir en canoa cada vez que llovía.

Al lado vivía un moro. Cuando llovía y aquel año no hizo nada más que llover, se podía escuchar desde mi casa el sonido de las gotas caer en el suelo. El casero no había arreglado el techo del piso contiguo. Cada vez que empezaba a llover, el piso de mi vecino se convertía en un humedal. Se le oía bramar en su idioma mientras iba con la fregona de un lado al otro de la la casa recogiendo el agua y escurriéndola en el cubo.

Mi vecino, en vista del negocio que se abría ante la posibilidad de que continuara lloviendo durante el año gracias a la ciclogénesis explosiva, decidió comprar una gran cantidad de paraguas de baja calidad. Los revendía por un precio mucho más alto en Sol o Gran Vía a los transeúntes. Todos los días miraba por la ventana a ver si llovía. Si empezaba a chispear, se arreglaba y se dirigía hacía el centro con su colección de paraguas cutres para venderlos.

Un par de meses después, se echó una novia. Una chica muy guapa, de mirada profunda y curvas demenciales. La chica tenía un pero: era muy asustadiza. Tenía miedo a la lluvia, a esos mares que inundaban su casa cuando comenzaba el chaparrón. Y ya se le iba el corazón por la boca con los truenos y relámpagos de las tormentas primaverales.

Pero ese pánico a las cataratas y rayos mi vecino no lo sabía. Mientras se iba a hacer negocio a Gran Vía para vender paraguas bajo el aguacero, ella pasaba a mi habitación. Yo le ayudaba a sobrellevar las tormentas con besos y juegos de buen amante. Cuando pasaba la tormenta, se vestía rápidamente y se iba a secarle a su novio la cornamenta.

Trataba de hablar con ella. Era imposible. Nunca me decía nada; ni siquiera una mirada cuando nos cruzábamos en el rellano. Sólo me dirigía la palabra cuando empezaba a llover y pasaba a buscar refugio. Medio enamorado, aquel año dejé de ir a la universidad por ella. Pasaba los días dedicados a mirar junto a mi vecino por la ventana. Los dos esperábamos que se nublara el cielo o que ya encapotado, se abriera y lloviera a mares. Cada uno quería hacer su negocio.

Eso ocurrió hace dos años. Vino la sequía que nos asola y el negocio del moro se fue a la mierda. Como ya no vendía paraguas, tuvo que dejar aquel piso. Un día se fue. Y con él, su novia. No los he vuelto a ver ni sé de nadie que los conozca. A veces, mientras llueve, pienso en irme al centro y buscar aquel hombre. Seguirle y rezar para que todavía tenga la misma novia. Al final, me quedo en casa y sólo veo caer el agua con una sonrisa estúpida.

P:D: Versión libre de esta canción de Brassens, traducida por Javier Krahe.

En Twitter: @Jarnavic

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