Parsimonia

Publicado el Jarne

El funcionario perfecto

Era el administrativo ideal, el orden en forma humana, el reglamento hecho persona. Una máquina armada con su bolígrafo, su sello y el poso jurídico que ofrece estudiar una oposición de más de cien temas. Vestía de negro, con un par de trajes que había comprado para trabajar. Lo aderezaba con un par de corbatas rojas con las que pretendía infundir temor y acercarse al poder. Encarnaba a la Administración en la tierra y nada le enorgullecía más.

Era capaz de desayunar varias veces al día. Un prodigio de la naturaleza que engullía las magdalenas de las 8. Después, a media mañana, tomaba unas enormes barritas de tomate con su jugo de naranja y un oleoducto de tinto. Pese a que bebía varios cafés diarios no se inmutaba ni ponía nervioso. Acelerarse y empezar a camellar de forma metódica durante toda la jornada era algo que no entraba dentro de sus planes. Para algo había estado tres años preparando la oposición. No.

 Nunca llegaba en hora al trabajo. Lo intentaba, pero no era posible. Había días de partido que tenía que comprar el Marca para leer las glorias de su amado equipo. Se pasaba el tiempo embebido en las crónicas del Madrid. Otras veces, lo pasaba intentando llegar al ministerio, pero como cogía un par de la lineas conflictivas, tardaba mucho. Siempre le disculpaban el retraso y le mimaban por tomar el transporte público.

Cuando las circunstancias lo exigían, trabajaba con diligencia y rapidez. Algunas veces se formaban largas colas que recorrían todo el edificio. La máquina se ponía en marcha. Sellaba las entregas de forma desenfrenada. Archivaba los expedientes de forma alfabética y sin que ningún papel se descabalase. Organizaba al gentío con mano de hierro mientras rezaba para que en las puertas del cielo San Pedro tuviera una mejor organización que aquella.

A veces le tocaba estar de cara al público. Contaba con el raro don de resistir cualquier tipo de insulto, lloro o conato de agresión con una pasmosa tranquilidad. Se mantenía erguido y permanecía con el rostro impertérrito. Anotaba el nombre de la persona y los insultos proferidos. Se lo pasaba en un documento al jefe de sección y esperaba que la venganza de la Administración cayese sobre el ciudadano.

Cuando el administrado trataba de apelar a los sentimientos contando sus problemas y miserias, el funcionario recitaba de forma rítmica extractos de la Ley 30/92 que amparaban su decisión conforme a derecho. El interesado regresaba a casa sin hacer el trámite oportuno. Nuestro hombre sentía que había cumplido con el sagrado deber de salvaguardar la burocracia. Se felicitaba porque el orden imperante había triunfado.

Nuestro héroe murió hace unos años. Según algunos, su espíritu vaga por el ministerio y todavía se puede escuchar en las noches de invierno. En ocasiones, se oye el ruido de una cafetera en psicofonías. Otros dicen que se escuchan conversaciones sobre Gran Hermano y los artículos de Roncero. Nunca lo sabremos. Aunque su legado pervive en cada funcionario de este país.

En Twitter: @Jarnavic

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