Parsimonia

Publicado el Jarne

El 37 madrileño

Todos los días viajo en el 37. Nace en Puente Vallecas y muere en Cuatro Caminos. Podría hacer el trayecto en metro, pero entonces recorrería las estaciones de la línea 1 que nombraba Sabina en su canción Caballo de cartón. La compuso para su chica de aquel entonces. Él no trabajaba y ella se iba todos los días a la oficina. Después ella se perdió en las drogas -es la misma a la que dedica Princesa– y la canción se volvió más triste. No me gusta, así que viajo en autobús.

En el 37 se dan cita todos los Madriles. En Puente de Vallecas suben los trabajadores y las clases populares que trabajan en el centro o que van a darse una vuelta el fin de semana. A partir de Pacífico, las clases medias. Los parsimoniosos y viejos funcionarios que trabajan en los ministerios y organismos oficiales se sientan tranquilamente mientras el autobús va subiendo por el Paseo del Prado desde Atocha y los va dejando poco a poco en sus puestos de trabajo: el Ministerio de Agricultura, el Congreso, el Ayuntamiento o la Biblioteca Nacional.

Van leyendo o hablando con otros sobre lo que van a hacer cuando se jubilen. Hablan sobre lo mal que lo tienen sus hijos o la última circular del alto cargo turno. Algunos han perdido poder con el último cambio de gobierno y se sienten ninguneados. Otros pasan de todo. Fichan de 9 a 5 y siguen con su vida. El gobierno pasa, el funcionario se queda. Trabaja y tiene un puesto asegurado. Y eso en un país con un paro tan alto, es difícil de encontrar.

También hay niños. Y adolescentes. Chavales que suben al Instituto Isabel la Católica o a algunos de los colegios que rodean Atocha. Las madres cogen a los niños de la mano para que no se escapen. A veces, van repasando la lección que les va a preguntar el profesor ese día. Otras, farfullan mientras se quejan de lo lento que es el 37. Dicen que tienen que coger otro autobús, pero al día siguiente me los vuelvo a encontrar en el trayecto.

A lo largo del Paseo del Prado, se pueden admirar los edificios más bonitos de Madrid. Se empieza por el ministerio de Agricultura, se sigue con Museo Antropológico y se puede continuar con el Prado. Tiene un problema esta ciudad y es que los árboles no están bien situados. A veces uno se pierde las mejores fachadas porque no hay más que grandes árboles que las tapan. Cuando alguien ha intentado cambiarlo, se ha montado la de Dios es Cristo. Pese a todo, uno viaja un día tras otro y sigue mirando embobado los edificios que pueblan está avenida.

Después de Colón, queda poca gente en el autobús. Los funcionarios y los chavales se han quedado en el camino. Subimos por la calle de la librería Marcial Pons para ir a Alonso Martínez y Bilbao. Aquí los niños que suben con las madres son bilingües. Hablan con sus madres en inglés mientras repasan la tabla de multiplicar. Pasamos por calles con tiendas de ropa cara, bares y librerías que queman cualquier salario. El tráfico es más ágil pero las paradas son de poco en poco.

A veces, sube algún abuelo en este tramo. Es una zona donde viven muchos viejos. Los distritos del centro suelen tener a personas muy mayores. Los altos costes han desplazado a los jóvenes a la periferia de la M-30 y el centro acumula cada día más gente de la tercera edad. Se quejan de sus cosas, pero hacen con agrado el viaje. Siempre hay sitio en el autobús, y si no hay, se remedia pronto quitándose uno del asiento.

Pasadas estas calles, llegamos a los Teatros del Canal. Aquí es donde me bajo yo. Este teatro lo lleva Albert Boadella, fundador de El Joglars, uno de los principales grupos teatrales de la Transición y los años siguientes. Boadella decidió largarse de Barcelona y fue recibido con todo tipo de honores en Madrid, tanto que le dieron un teatro. Ahora tiene una obra protagonizada por Arturo Fernández, un galán que está en las últimas y próximo al gobierno de la Comunidad Autónoma, que es quien paga el tinglado.

Como han visto, es un autobús tranquilo. Hay de todo, pero la gente no tiene prisa por llegar, sólo espera a que el autobús le lleve. Los funcionarios, nunca. Los jóvenes tampoco tienen prisa por llegar a la escuela. Las personas mayores también viven tranquilamente. Cuando se juntan todas, hacen que la vida sea más plácida. Hay que buscar refugios para amortiguar los dureza de esta ciudad. Yo tengo cada mañana el 37.

El 37 según un amigo, Daniel Crespo Saavedra.
El 37 según un amigo, Daniel Crespo Saavedra.

En Twitter: @Jarnavic

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