Papeles Desordenados

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Una entrevista olvidada con Ciro Guerra

El 2 de Enero de 2014 viajé desde La Playa de Belén hasta Río de Oro para entrevistar a Ciro Guerra. Nos encontramos en el Parque Central del pueblo y conversamos cerca de una hora. La entrevista giró en torno a las películas que Guerra había filmado hasta ese momento, es decir: La Sombra del Caminante (2004) y Los Viajes del Viento (2009). Para entonces, ‘El Abrazo de la Serpiente’ todavía no se había comenzado a filmar y Guerra estaba ajustando los últimos detalles antes de comenzar con el rodaje. En ese momento no existía el sereno júbilo que ahora nos invade, con total justificación.

Durante largos meses olvidé aquel encuentro con Ciro, en su pueblo natal. Todavía hoy ignoro las razones por las cuales no transcribí y publiqué nunca esta entrevista. Acaso estaría esperando este momento.

Aunque la entrevista carece de vigencia y tal vez de valor, yo pienso que puede ofrecer ciertas experiencias y opiniones del director colombiano que no son visibles en otros textos. El tiempo no ha vulnerado sus generosas palabras.

Una entrevista olvidada con Ciro Guerra

En anteriores entrevistas usted ha dicho que antes del cine intentó con el dibujo y la literatura ¿Resultó algo de esos intentos?

Lo primero que yo hice fue escribir. Recuerdo haber ganado un concurso de Cuento Infantil cuando vivía en Bucaramanga, que organizaba la Biblioteca Gabriel Turbay. Tendría unos siete años y fue, digamos, la primera vez en que me di cuenta de que había también otras personas interesadas en contar historias. Pero nunca me ha gustado demasiado escribir. Me inclinaba más por el lenguaje visual. Durante buena parte de mi infancia hice historietas y cómics. En el colegio, por ejemplo, escribía comics en mis cuadernos y los compartía con compañeros de clase. Eran historias de acción, muy influenciadas por el cine de los años ochenta. También probé con la cuentería pero siempre me sentí más cómodo con el lenguaje de las imágenes. Más tarde supe que la naturaleza narrativa de los cómics jugó un papel en ese sentido.

¿Hay tradición artística en su familia?

No. En absoluto. La mayoría de mis familiares son abogados y profesores. Yo vendría siendo un poco como la oveja negra, ahora que lo pienso.

Cerca de los doce años hay un encuentro definitivo con el cine. ¿Cómo fue ese descubrimiento?

El cine me gustó desde la primera vez. Fue algo que me impactó mucho. Sigo pensando que la idea de ir a un cuarto oscuro donde te apagan la luz y a que te cuenten algo es una de las mejores formas de narrar una historia. Lo que sucedió a mis doce años fue que vi una película que me hizo pensar que el cine era algo que podía ir mucho más allá del entretenimiento, que fue JFK de Oliver Stone. Más tarde vi 8½, de Fellini y 2001: A Space Odyssey, de Kubrick, que me marcaron profundamente. Sucedió entonces una transición entre el interés que tenía por el cine y el deseo de estudiarlo a fondo.

¿Hubo vacilación antes de comenzar a estudiar cine en la Universidad Nacional? ¿Qué papel jugó su familia en ese aspecto?

Al principio mi familia no me apoyó. Pensaban que el cine era algo que se podía trabajar como un hobby y que era más importante encontrar una profesión que ofreciera cierta estabilidad. En parte tenían razón porque en esos años decir que querías hacer cine en Colombia era como decir que querías ser astronauta o que querías organizar los Olímpicos de Invierno en Sincelejo. Frente a esa situación yo resolví prestar el servicio militar, que fue una gran experiencia de aprendizaje. Después apliqué en la Universidad Nacional y me aceptaron. Allí hubo un primer respaldo familiar, pero yo creo que ellos pensaban que se trataba de algo temporal, que eventualmente abandonaría o buscaría otra carrera. Además, yo estaba solo en Bogotá.

Entre Río de Oro y Bogotá hay muchas diferencias… ¿Cómo fue Bogotá para usted en ese momento?

Bogotá es una ciudad muy dura. Yo pasaba mucho tiempo solo y ese tiempo lo aprovechaba para ver cine o para leer. Iba mucho a los cines del centro: a la Cinemateca Distrital, al Museo Nacional, al Museo de Arte Moderno, a todo lo que podía. Esa soledad, para mí, fue una suerte de oportunidad para cultivar la introspección. Paseaba mucho por la calle. Era 1998, que fue una época muy compleja del conflicto armado y estaba llegando mucha gente desplazada a Bogotá. Eran también los años del rebusque y la gente inventaba mil maneras para ganarse la vida, como fuera. Aparecen entonces las estatuas humanas, magos y todo tipo de artistas callejeros y yo de alguna manera, que también soy un tipo de pueblo y de vereda, podía identificar esa sensación de llegar del campo a una ciudad como Bogotá que es una de las ciudades más agresivas y hostiles de Colombia, cuando no del mundo. Digamos que en ese choque estábamos juntos. De toda esa experiencia de vivir y andar por el centro de la ciudad, más la suma de personajes y de historias que yo conocí mientras prestaba servicio, resultó el argumento de ‘La Sombra del Caminante’, que fue filmada desde el punto de vista de un extranjero que llega a Bogotá.

¿Cómo recuerda sus años como estudiante de cine en la Universidad Nacional?

Estudiar en la Universidad Nacional es un privilegio porque es una de las pocas universidades que logra combinar casi a todo Colombia. Congrega a muchas de las luchas que se dan en el país y a pesar de que la Universidad y en particular la Escuela de Cine tienen muchos problemas, son escenarios de debate y de intercambio de ideas muy inquietos, en todos los niveles. Yo, por lo menos, nunca vi mi tiempo en la Universidad como una experiencia de estudio, quiero decir, nunca pensé en graduarme y salir a buscar trabajo inmediatamente. Además, en el cine eso es mucho más complicado. Yo llegué con la intención de crear. Por fortuna encontré gente para hacerlo. Armamos un pequeño grupo de trabajo e hicimos varios cortometrajes.

¿Qué lecciones dejaron esos trabajos?

Yo recuerdo con mucho cariño el documental de Jairo Pinilla. Yo quería hacer un documental sobre alguna figura del cine colombiano y hurgando un poco encontré a Jairo, que me pareció fascinante, pero su trabajo estaba completamente olvidado. Ese documental se proyectó en Señal Colombia y en algunos festivales y tuvo una gran repercusión en el sentido de que la gente se interesó en la figura de Jairo hasta el punto de convertirlo en una suerte de persona de culto. Con él me sucedió algo parecido a lo que cuenta Scorsese en Hugo: la historia del pequeño niño que se encuentra a George Melies… A un maestro en el olvido.

Esos primeros trabajos dejaron buenos resultados y eso nos motivó a filmar un largometraje. En ese momento había películas colombianas tan malas que pensábamos, bueno, peor que esta no nos puede quedar, entonces hagámoslo. A veces esos malos escenarios pueden motivar mucho más que los buenos.

La Sombra del Caminante tuvo un éxito relativo ¿Usted lo esperaba?

El proceso de escritura y de realización de la película fue tan complejo y tan difícil que el resultado final no  cumplió mis expectativas. El presupuesto era mucho más que mínimo y el equipo de trabajo se desmembró en pleno rodaje. Así que de alguna manera todo lo que consiguió la película fue una sorpresa muy agradable.

¿Cuál fue el reto más grande con la película?

Toda la película fue un reto. No hay un solo fotograma que no haya representado una seria dificultad. Mucha gente abandonó el proyecto porque las condiciones eran muy duras. Llevarla hasta el final, en contra de todo lo que se presentó, fue muy difícil. Hacer una película sin dinero es algo que yo no le deseo a nadie.

¿Está satisfecho con el resultado?

La película no me avergüenza, aunque me produce algo de pena ver lo precaria y lo pobre que es. En algunos momentos se nota mucho la carencia y siempre sentía que quizá pude haberle dado al espectador algo mejor, pero no fue posible. Igual, creo que en parte la magia de la película también reside en esa pobreza.

¿Qué influencia ha tenido en su trabajo el hecho de provenir de una región rural?

A diferencia de la gente de la ciudad, la gente de los pueblos tiene un contacto muy estrecho con la realidad inmediata que los rodea. Te doy un ejemplo: yo he dado clases en Santa Marta y en Bogotá y a los estudiantes de Bogotá, aunque tienen un conocimiento técnico mayor, les cuesta más conectarse con un imaginario, es decir, con un lenguaje narrativo propio. Eso lo hacen muy fácilmente los estudiantes del Caribe, que es una región de Colombia con una cultura muy propia, muy específica. Las gentes de pueblo se manejan en frecuencias culturales muy íntimas, muy locales y el contacto entre esas culturas y la cultura universal puede ser maravilloso.

Respecto a Los Viajes del Viento ¿Cómo se abordó el tema de la cultura vallenata? ¿Cómo fue el proceso de investigación para poder detallar todo con precisión?

Tenía la ventaja de que sólo por ser de Río de Oro ya conocía bastante. Con ese bagaje hice una primera versión y gracias a eso conseguí fondos para investigar. La investigación duró un año y medio. En ese tiempo recorrí toda la zona e hice contactos. Como base tomé un libro que era de mi papá, que se llama ‘Cultura Vallenata: Origen, Teoría y Pruebas’, de Tomás Darío Gutiérrez Hinojosa, que es uno de los textos más sólidos que hay sobre ese tema.

¿Qué tipo de descubrimientos hubo en esa investigación?

Cada paso de la investigación era un descubrimiento. Aparecieron lugares que yo no tenía en el guion. Digamos, Nueva Venecia, el pueblo construido en palafitos sobre la Ciénaga no estaba al principio porque yo no conocía el lugar. Es más, siempre había creído que era un mito. Es un pueblo de pescadores que permaneció aislado durante más de 150 años hasta que hubo una masacre allí y sus habitantes tuvieron que desplazarse a las ciudades, pero la gente no pudo acostumbrarse a vivir en la tierra y lentamente fueron regresando al pueblo. Tiene una historia tremenda. Todo eso me afectó mucho y terminó afectando también a la película. Fue un proceso de continuo enriquecimiento, básicamente.

¿Cómo fue el proceso de escritura del personaje de Ignacio Carrillo? ¿Qué aportes le dio Marciano Martínez al momento de actuar?

Cuando yo escribí el personaje de Ignacio supe desde el principio que iba a ser muy difícil encontrar a una persona que pudiera reunir todas sus cualidades. Tenía que ser una persona conectada con la música, una persona que pudiera cantar, componer, tocar el acordeón y al mismo tiempo tenía que ser alguien de origen campesino, alguien que pudiera manejar un burro, alguien vinculado con el trabajo de la tierra y además, que fuera del Cesar. Así que partimos de la idea de que eso era imposible. Sin embargo, Marciano Martínez lo tenía todo. Fue una revelación total. Sólo teníamos que enseñarle a actuar, que era lo menos difícil. Para él tampoco fue fácil, porque personalmente no es como se muestra en la película, pero hizo un trabajo maravilloso. Nadie más en el mundo hubiese podido hacerlo mejor que él.

Recuerdo especialmente dos escenas de la película: el bautismo de los músicos con la sangre de un reptil y la parranda de los Guajiros. Ambas tienen un gran contenido simbólico…

Las lagartijas son animales de sangre fría. Algunas, para calentarse, se posan encima de piedras, pero hay una lagartija en particular que cuando la piedra comienza a calentarse, comienza a palmetear. En Palenque existe la creencia de que ese animal es el animal del tambor y por eso los alumnos, cuando terminan con su aprendizaje, son bautizados con la sangre de esa lagartija. Se cree que sólo así pueden tocar bien el tambor. Todo eso hace parte del imaginario colectivo que muestra la película.

Los personajes que mencionas son una alusión a los primeros Guajiros Marimberos, que eran indígenas que hablaban en wayuunaiki, que es la lengua que hablan en la película, pero que fueron también los primeros contrabandistas de marihuana. Fíjate, la Bonanza Marimbera es una de las grandes historias que todavía falta por contar en Colombia. Sin embargo en la película esos personajes cumplen otra función y es marcar una línea temporal: la película sucede en 1968 y es por esa época donde terminan los años de los juglares, del vallenato campesino y comienzan los años de la industria musical y del narcotráfico. Hay un quiebre en ese momento. La película busca estar en medio de esas dos etapas.

Los Arhuacos tienen fama de ser muy herméticos ¿Cómo se logró que participaran en la película?

Trabajamos un año y medio con ellos antes de que nos permitieran filmar. Hubo mucho diálogo, mucha conciliación porque ellos necesitaban conocer a profundidad lo que nosotros queríamos hacer. Hablar de cine y de las ventajas de hacer una película con un pueblo de pastores y caficultores es un poco complicado. Por fortuna todo ese proceso coincidió con unas intenciones de apertura de los Arhuacos para exponer sus problemáticas y dar a conocer su cultura en el mundo.

Los Viajes del Viento fue filmada en 84 locaciones ¿Cuál tuvo la impresión más fuerte para usted?

Todas tuvieron una resonancia especial para mí. Nueva Venecia, ya te lo dije, fue un descubrimiento increíble. La Guajira, por ejemplo, es mi lugar favorito en todo el mundo. La Alta Guajira, quiero decir, Punta Gallinas por lo menos, es de una belleza que no lo puedes creer. Filmar en Río de Oro, que es mi pueblo, fue un sueño que tuve siempre, todos los cerros que hay por aquí. Fue verdaderamente asombroso.

¿Cuál es su escena favorita de Los Viajes del Viento?

Curiosamente, la escena que más me gusta de Los Viajes del Viento no aparece en la película, pero está incluida en los extras del DVD. Es una escena en la que Ignacio y Fermín se despiden de Redentor, el burrito que los acompañó durante todo el viaje. Ese era mi momento favorito de la película y tuve que quitarlo, porque alteraba sin remedio la cronología de la historia. Era eso o quitar las escenas de Nueva Venecia. Así es el cine…

¿Hubo algún momento de conmoción especial para usted en el rodaje o el estreno de la película?

Toda la película, en cada etapa, fue una cumbre para mí. Desde la investigación hasta el estreno no paré de disfrutarla, todavía hoy la sigo disfrutando. Me dejó experiencias extraordinarias.

Hay informaciones que sugieren que su siguiente trabajo pretende filmar la Amazonía ¿Qué me puede contar al respecto?

Ya llevo tres años trabajando en ello. Creo que este año por fin vamos a poder filmar y saldrá a principios del 2015. Se llama ‘El Abrazo de la Serpiente’. Ha sido el proceso más duro de guion que he tenido… Es una película muy compleja y no se parece a nada que yo haya intentado antes. Espero que podamos filmarla en la zona del Vaupés. Ha sido un proceso muy largo y muy tedioso, tanto que yo creo que esta es la última película de ese tipo que voy a hacer. Después me dedicaré a hacer otro tipo de cosas… menos complicadas.

Usted ha dicho en otra entrevista: “Hay gente que emprende travesías muy largas sólo para encontrar silencio”. De alguna manera Los Viajes del Viento también es una travesía ¿Usted encontró lo que buscaba?

Lo bello del cine es que entrega la oportunidad de encontrarse con la vida en todo su esplendor y con todas sus diferencias. Para mí lo más memorable es haber tenido la oportunidad de compartir con todo tipo de gente, desde la Baronesa de Mónaco hasta el Pescador de la Ciénaga Grande, desde el Chamán del Amazonas hasta el Alcalde de Bogotá. Es un espectro tan grande que puede llegar a cubrir gran parte de lo que significa la existencia humana. Poder contemplar todo a través de una cámara es un privilegio muy grande. En ese sentido yo diría que sí, en parte encontré muchas cosas.

También usted ha dicho que “uno es de a donde siempre quiere volver”. ¿Hace cuánto no venía a Río de Oro?

Un año. Antes solía pasar uno o dos meses aquí, pero cada vez el tiempo alcanza menos. Aquí están los mejores amigos de mi infancia. Muchos se han ido pero en esta época vuelven, como yo.

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